La resolución 2334 y ciertos contextos

4 de Enero 2017 Columnas Noticias

El pasado 23 de diciembre, en una muestra más de la marcada y constante inestabilidad política sufrida por Oriente Medio, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó por catorce votos contra cero la resolución 2334. Esta, sucediendo además a una serie de resoluciones anteriores y proyectando el sentido histórico de la 242 de noviembre de 1967, volvió a cuestionar la permanente construcción de asentamientos israelitas en Cisjordania y Jerusalén Este, zonas referidas en dichas resoluciones como ‘territorio ocupado’.

Paradójicamente, el revuelo internacional no ha sido generado solo por el contenido de la resolución, sino por la abstención de Estados Unidos durante la votación y consiguiente aprobación de la misma. Israel, como es natural, habría esperado que uno de los últimos hitos de la agenda internacional de la administración de Barack Obama fuera ejercer, bajo este respecto, su derecho a veto como uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Contrario a esas proyecciones, Washington probó lo contrario.

Es importante hacer notar que la trama de este notorio desacuerdo entre las administraciones de Obama y Netanyahu no nace particularmente de la propuesta presentada recientemente por Egipto al Consejo de Seguridad de la ONU –denuncia no ratificada por el Cairo y reflotada por Nueva Zelanda y Venezuela, entre otros–, sino de las tensas relaciones diplomáticas que han sostenido ambos líderes políticos, incluso desde la primera administración de Obama.

En mayo de 2011, Benjamin Netanyahu fue explícito en recordarle a Obama, en una simbólica conferencia de prensa en Washington, que ciertas realidades del conflicto simplemente no cambiarían. De hecho, la marcada tensión entre ambos líderes durante gran parte de dicho diálogo fue uno de los hitos inaugurales de su particular relación política. En el contexto generado por la denominada ‘Primavera Árabe’, el Primer Ministro de Israel comentó de forma enérgica que mientras la Autoridad Palestina no fuera capaz de asegurar un total control sobre una serie de grupos islamistas radicales en Palestina, las posibilidades de lograr un acuerdo de paz definitivo se verían profundamente mermadas.

Así, además, agregó que el retorno a Cisjordania de miles de refugiados palestinos no era más que una quimera. De cierta forma, Netanyahu presentaba una difusa justificación para mantener la sistemática construcción de asentamientos en Cisjordania. En este contexto, una política orientada a generar condiciones para la creación de un Estado palestino se hacía casi imposible. Por lo demás, la influencia de Obama en política exterior se vería fuertemente debilitada.

Desde ese momento, la desconfianza entre ambas administraciones se transformaría en una problemática permanente y lo acontecido solo algunos días atrás en las Naciones Unidas es una muestra más de ello. Mientras Benjamin Netanyahu expresaba enérgicamente que ‘los amigos no llevan a los amigos al Consejo de Seguridad’, John Kerry –secretario de Estado de los Estados Unidos– agregaba que ‘si se mantiene la política de solo un Estado, Israel tendrá que aceptar que puede aspirar a ser o un Estado judío, o bien un Estado democrático; no puede ser ambos’.

A solo semanas del comienzo de la administración Trump, todo está por verse. Sin embargo, valdría la pena tener en cuenta, además de la compleja historia de este conflicto, esta particular lucha de personalidades y visiones políticas.

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