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La paradoja sonora de Tokio

Pese al tamaño, en Tokio reina un profundo respeto y una máxima voluntad de respeto hacia los demás.
Juan Pablo Abalo

Juan Pablo Abalo

Doctor en Filosofía mención Estética y Teoría del Arte
Editor Revista RAL
  • Doctor en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte, Universidad de Chile, 2013.
  • Magister en Artes y Humanidades, Universidad de Chile, 2009.
  • Licenciado en Composición musical, Conservatorio Universidad de Chile, 2005.
  • Estudios de composición musical en Paris, Francia, 2009.

Ha sido Director del Diplomado en Apreciación Musical de la UAI, coordinador del Core de Música y Humanidades y de los cursos disciplinares de Arte de la Universidad. Su ...

Tokio es una ciudad enorme y limpia. Hay millones de personas que caminan al lado y al frente de otra, pero nadie se entorpecerse el paso (o eso pareciera). Una inteligente y atractiva señaléticas de colores ordena la convivencia urbana y humana. Los parques y jardines que enverdecen la ciudad son de extraordinaria belleza, la poda de arboles y arbustos es un arte mayor. Pese al tamaño, en Tokio reina un profundo respeto y una máxima voluntad de respeto hacia los demás. A los visitantes se los ayuda con gran gentileza, tal vez porque se ven poco. El espacio es escaso, aún así conviven de buena manera las construcciones pequeñas, las muy pequeñas y las grandes, y esa convivencia está entreverada por música y sonidos que producen una paradoja auditiva. Todo suena y el silencio – o algo parecido al silencio en una gran ciudad- reina. En las partes más grandes y densificadas de la ciudad, los sonidos frecuentes son los que avisan que es hora de cruzar la calle, los de las máquinas expendedoras de comida, el canto envasado de pájaros que sale por pequeñísimos parlantes en paraderos de buses, así como el caudal de un río (también desde los parlantes) que suena en la entrada de algún parque. Sonidos mecánicos y de naturaleza cubren casi imperceptiblemente el Tokio de gran escala. En las partes de dimensiones menores, la ciudad parece invadida por música ambiental o muzak (música + Kodak) de baja intensidad. Muzak es el nombre con el que el general del ejercito norteamericano George O. Squier bautizó en 1910 la música que era enviada mediante cables eléctricos y que derivó en todo un genero musical decorativo, amado por unos y odiado por otros. Brian Eno le dio una vuelta más allá y fue a dar con el ambient music. Buena parte del New Age aparece como una extensión de este género. Glenn Gould consideraba que con la Muzak se trataba de una música que resumía el repertorio musical planetario, vaya mérito. Como sea, en Tokio la bossa Nova es un plato fuerte del género y se la escucha en las tiendas y calles pequeñas. Ryuichi Sakamoto corrobora esta fascinación japonesa por la música brasileña con su disco “Casa” junto a Paula y Jacques Morelembaum (colaborador cercano de Carlos Jobim). A propósito de este trabajo, Sakamoto dijo que “la bossa nova es música muy controlada, lleva toda su pasión escondida; es como un océano, casi sin olas, pero con mucha agitación bajo la superficie”. Bach es otro que aparece de sorpresa en estaciones de tren provinciales pero en una variante sintetizada y lánguida poco propia de su estilo. La genialidad de Isao Tomita (otro compositor japonés) es otra de las músicas que se deja escuchar, particularmente en espacios públicos poco definidos (que los hay por doquier). Estos espacios pueden ser entradas de hoteles que funcionan como patios de tiendas, a la vez que terrazas de cafés con puertas a alguna estación de metro solitaria. Vangelis también es una carta constante del espacio urbano indeterminado. El easy listening orquestal y suave más común y silvestre es más propio de aeropuertos y centros comerciales. Hay un lugar en particular que rompe con la paradoja y es el bullicioso espacio de los locales de apuesta cibernética. Hombres sentados por horas (y días), bajo el trance de la estridencia están en otra historia.
Publicado en Revista Cosas.

La paradoja sonora de Tokio

Pese al tamaño, en Tokio reina un profundo respeto y una máxima voluntad de respeto hacia los demás.

Tokio es una ciudad enorme y limpia. Hay millones de personas que caminan al lado y al frente de otra, pero nadie se entorpecerse el paso (o eso pareciera). Una inteligente y atractiva señaléticas de colores ordena la convivencia urbana y humana. Los parques y jardines que enverdecen la ciudad son de extraordinaria belleza, la poda de arboles y arbustos es un arte mayor. Pese al tamaño, en Tokio reina un profundo respeto y una máxima voluntad de respeto hacia los demás. A los visitantes se los ayuda con gran gentileza, tal vez porque se ven poco. El espacio es escaso, aún así conviven de buena manera las construcciones pequeñas, las muy pequeñas y las grandes, y esa convivencia está entreverada por música y sonidos que producen una paradoja auditiva. Todo suena y el silencio – o algo parecido al silencio en una gran ciudad- reina. En las partes más grandes y densificadas de la ciudad, los sonidos frecuentes son los que avisan que es hora de cruzar la calle, los de las máquinas expendedoras de comida, el canto envasado de pájaros que sale por pequeñísimos parlantes en paraderos de buses, así como el caudal de un río (también desde los parlantes) que suena en la entrada de algún parque. Sonidos mecánicos y de naturaleza cubren casi imperceptiblemente el Tokio de gran escala. En las partes de dimensiones menores, la ciudad parece invadida por música ambiental o muzak (música + Kodak) de baja intensidad. Muzak es el nombre con el que el general del ejercito norteamericano George O. Squier bautizó en 1910 la música que era enviada mediante cables eléctricos y que derivó en todo un genero musical decorativo, amado por unos y odiado por otros. Brian Eno le dio una vuelta más allá y fue a dar con el ambient music. Buena parte del New Age aparece como una extensión de este género. Glenn Gould consideraba que con la Muzak se trataba de una música que resumía el repertorio musical planetario, vaya mérito. Como sea, en Tokio la bossa Nova es un plato fuerte del género y se la escucha en las tiendas y calles pequeñas. Ryuichi Sakamoto corrobora esta fascinación japonesa por la música brasileña con su disco “Casa” junto a Paula y Jacques Morelembaum (colaborador cercano de Carlos Jobim). A propósito de este trabajo, Sakamoto dijo que “la bossa nova es música muy controlada, lleva toda su pasión escondida; es como un océano, casi sin olas, pero con mucha agitación bajo la superficie”. Bach es otro que aparece de sorpresa en estaciones de tren provinciales pero en una variante sintetizada y lánguida poco propia de su estilo. La genialidad de Isao Tomita (otro compositor japonés) es otra de las músicas que se deja escuchar, particularmente en espacios públicos poco definidos (que los hay por doquier). Estos espacios pueden ser entradas de hoteles que funcionan como patios de tiendas, a la vez que terrazas de cafés con puertas a alguna estación de metro solitaria. Vangelis también es una carta constante del espacio urbano indeterminado. El easy listening orquestal y suave más común y silvestre es más propio de aeropuertos y centros comerciales. Hay un lugar en particular que rompe con la paradoja y es el bullicioso espacio de los locales de apuesta cibernética. Hombres sentados por horas (y días), bajo el trance de la estridencia están en otra historia.
Publicado en Revista Cosas.