La palabra inclusiva

22 de Agosto 2018 Columnas

Como un reguero de pólvora se extienden los debates en torno al lenguaje. En particular, hoy, el asunto del lenguaje inclusivo ha cobrado protagonismo. Y es cierto que podemos pensar o sentir que tal o cual vocablo acarrea una carga semántica negativa, machista u ofensiva.

Una máxima conocida señala que el lenguaje construye realidades; sin embargo, no debemos olvidar que este mismo lenguaje se construye también a partir de una realidad que se erige en el tiempo y el espacio, de acuerdo a la validación que los hablantes le otorgan con un uso masificado y sostenido por años o décadas.

¿Responden ciertas palabras a un origen premeditadamente patriarcal? En el debate actual, es sintomático observar el modo en que muchas veces se confunde la gramática del español (y sus particularidades de construcción) con un propósito machista, hostil, ideológico. Basta consultar algún diccionario etimológico (en la web hay buenas alternativas) para constatar que el origen y la evolución del español recorre una compleja línea diacrónica que poco y nada tiene que ver con pretensiones ideológicas. Aun así, surgen intentos de reivindicar la inclusión a partir de rupturas del principio de economía lingüística, sustituciones de género o, más aún, en la modificación de letras en ciertas palabras.

Víctor García de la Concha, en su calidad de presidente de la RAE, señaló: “La Academia no tiene como misión dar normas para que las sigan los hablantes, sino oír a los hablantes para deducir las normas que hay que seguir”. Así debe ser. Necesitamos seguir normas precisadas con criterio para interactuar sincrónicamente a través de una lengua común y darnos a entender con exactitud frente a nuestros receptores y, al mismo tiempo, ser conscientes y precavidos en nuestra expresión porque también es responsabilidad de cada hablante el uso preciso del lenguaje para asegurar una adecuada transmisión de nuestro pensamiento y evitar posibles errores de interpretación. Lo demás deriva en anarquía, pues no es factible la emergencia o fundación de un lenguaje privado, ya que, de hacerlo, tal como señala Wittgenstein, ese lenguaje no se constituye como tal, pues operará según criterios egocéntricos de acuerdo al gusto, la comodidad o la sensibilidad individual de cada hablante o de algún grupo que demande ciertas exigencias en particular.

“La lengua es un ser vivo que nace, se desarrolla y, a veces, muere por desuso; como todo ser vivo”. Por lo mismo, la inclusión o la imposición de un vocablo no opera bajo la lógica de la inmediatez. Una palabra puede brotar abruptamente en una comunidad de hablantes como una estrella fugaz e iluminar a su paso, para desaparecer prontamente con la misma velocidad con la que asomó. El tiempo y el uso se encargarán de darle o no su espacio.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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