La novela como historia

11 de Abril 2018 Columnas

Ríos de tinta se han escrito sobre la relación entre la novela (o la ficción) y la historia (entendida como disciplina cuyo objetivo es acceder al pasado mediante el estudio de los seres humanos en el tiempo). Un nuevo libro, escrito por el historiador colombiano Eduardo Posada Carbó, contribuye a este debate desde una doble perspectiva: por un lado, se hace cargo de lo que Gabriel García Márquez pensaba era y debía ser la historia. Por otro, de la manera en que la obra del Nobel colombiano se transformó en una suerte de verdad historiográfica en círculos tanto académicos como no académicos.

Siempre he creído que la historia es, como la novela, un género literario. No tanto porque ella deba “entretener” (un verbo muy de moda hoy entre los que buscan sacar a la luz “secretos” históricos archiconocidos), sino porque el historiador es tanto un investigador como un escritor. Además, al igual que el novelista, el historiador utiliza constantemente su imaginación para armar un puzle que muchas veces las fuentes simplemente no le permiten reconstruir.

Decir que Chile amaneció “convulsionado” el 12 de septiembre de 1973 es una afirmación difícil de comprobar (un país nunca se convulsiona del todo), pero sin duda es dable imaginar que esa sensación debió prevalecer entre los chilenos después del golpe.

Ahora bien, imaginar no es lo mismo que crear ficciones. La novela se permite licencias que los historiadores no debieran permitirse. No porque la historia sea más “verdadera” que la novela. Más bien, porque el método historiográfico tiene parámetros que debe cumplir con el fin de hacer más plausible lo que se interpreta. Así, la novela podrá servir para reproducir una escena o un estado de ánimo, pero difícilmente ella devendrá fuente primigenia de la historia.

Eso fue lo que ocurrió con “Cien Años de Soledad” cuando García Márquez “inventó” (él mismo lo reconoció en una entrevista) que en la matanza de las bananeras de 1828 había muerto el elevado —y falso— número de tres mil personas. El escritor “necesitaba” dicho número para hacer más dramático su relato. El problema es que, de ahí en más, los colombianos se compraron aquella afirmación, sin consultar las fuentes de épocas y aceptando que, como el propio García Márquez no se cansaba de decir, el establishment colombiano había mantenido la información en la oscuridad para así proteger a las autoridades de la época.

Es decir, paradójicamente, García Márquez ayudó a crear un nuevo “relato oficial” en una época en que muchos historiadores se empecinaban en derribar a la “historia oficial”. Aunque quizás la culpa no sea tanto de García Márquez cuanto de quienes no entendieron que la novela y la historia muchas veces corren por carriles paralelos.

Publicada en La Segunda.

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