Tiene la apariencia de un trastorno de personalidad: hace solo una semana, el jefe de la bancada de diputados DC firmaba junto a sus pares de oposición un compromiso de trabajo unitario, que parecía sellar definitivamente el acuerdo que permitió a dicho partido acceder a la presidencia de la Cámara. No alcanzó a pasar una semana y la directiva de la Falange decidió salirse otra vez de la fila, reincidir en su apoyo a un proyecto de La Moneda, nada menos que acogiendo las medidas puestas por la autoridad sobre la mesa para compensar la reintegración del sistema tributario.
En breve, las confianzas y el espíritu unitario de la oposición volaron por los aires, dejando un cuadro de tensiones y perplejidad frente a una conducta que simplemente parece no tener explicación. Pero la tiene, y en ella confluyen varias de las lecciones y aprendizajes que la experiencia de la Nueva Mayoría dejó en el registro político de la DC. La primera y más importante: integrar una coalición hegemonizada por la izquierda sin ser capaz de mostrar una mínima autonomía, solo conduce a la irrelevancia y a la pérdida de identidad, algo que dramáticamente quedó confirmado en la última contienda presidencial y parlamentaria.
En el núcleo que hoy conduce el partido existe claridad respecto a que subsumirse de nuevo en un bloque opositor, donde no existe ninguna posibilidad de equilibrar la hegemonía del PC, el PS y el Frente Amplio, es simplemente continuar en la senda de la obsolescencia programada, un camino ya transitado y confirmado en el anterior gobierno. Por tanto, la apuesta va ahora en la dirección contraria: convertirse en un actor imprescindible, llegar a ser la llave o el cerrojo de las iniciativas del gobierno, en función de acuerdos políticos que puedan ser mutuamente beneficiosos.
La audacia de la última jugada DC responde también a una convicción de segundo orden: las fuerzas de izquierda podrán criticar, patalear y amenazar ante su disposición a colaborar con el gobierno, pero no existe ninguna posibilidad de que se arriesguen a generar un escenario que al final impida una convergencia electoral.
La DC y la izquierda saben que están prisioneras la una de la otra, y que si no hay un camino consensuado para enfrentar los próximos desafíos eleccionarios, la derecha ya tiene asegurada la victoria. Lo significativo y lo novedoso es que la DC decidió salir finalmente a rentabilizar esa necesidad y obligación recíproca, convirtiéndose así en un factor decisivo para dar viabilidad a los proyectos legislativos de un gobierno con minoría en ambas cámaras del Congreso.
La apuesta DC sin duda supone caminar muy cerca del abismo, sobre una cuerda en la que tendrá que aprender a equilibrar muy bien las señales en uno y otro sentido. Cosechará acercamientos y distancia, complicidades y desprecio. Pero después de mucho tiempo, tendrá al menos una posibilidad de dejar de ser el acompañamiento en un plato servido por otros.
Publicado en
La Tercera.