La leyenda de José Orellana, un viejecito perdido de 60 años

6 de Mayo 2017 Columnas Noticias

Las crónicas de inicio del siglo XX están plagadas de noticias curiosas. Un aviso de 1901, por ejemplo, informa que un hombre estaba perdido en la ciudad de Valparaíso. Su desolada familia, a pesar de muchas diligencias, no había podido dar con él desde que salió de su casa ubicada en la calle Chacabuco. Además, agregaba la nota: “José Orellana cuenta ya sesenta años”.

Aunque la cifra pudiera parecer irrisoria en un país donde se discute aumentar la edad de jubilación por sobre los 65 años, hasta 1960 el promedio de vida de un hombre era de sólo 52 años.

Aunque no existe información que permita conocer el promedio de vida a inicios del siglo XX, vale la pena repasar algunos de los hechos que le tocó vivir a Orellana antes de perderse por las calles del Puerto. Nuestro personaje nació en 1841. Chile venía saliendo de la guerra contra la Confederación Perú-boliviana. El primer triunfo republicano permitió a su máximo héroe, Manuel Bulnes, alcanzar la máxima magistratura de la República.

El matrimonio entre Bulnes y Enriqueta Pinto, hija del ex Presidente Francisco Antonio Pinto, despejó las diferencias políticas entre conservadores y liberales y se auguraba un futuro próspero para la noble República. Una señal de los nuevos tiempos fueron la inauguración de la Universidad de Chile y del Fuerte Bulnes. De igual forma, se dio inicio al Instituto de Estadística que, seguramente, consideró al porteño perdido entre los habitantes del Puerto.

La era de Bulnes concluyó con la revolución de 1851, un hecho violento que enfrentó al viejo general con su primo, el general José María de la Cruz, en Loncomilla. El primer hecho de armas de muchos que le tocará vivir.

Tan sólo ocho años más tarde, José Orellana debió haber tenido noticias de un nuevo alzamiento. Ya con 18 años, poseía más conciencia de lo que ocurría y, seguramente, tenía una opinión respecto de estos acontecimientos.

La guerra y la muerte todavía aparecía en escenarios lejanos, rumores e historias fantásticas no alcanzaban a llenar un cuadro que tendría su primer acercamiento con el bombardeo de la ciudad de Valparaíso por parte de la Escuadra española el 31 de marzo de 1866. Ese día, muy temprano, Orellana debió haber subido al cerro más cercano, igual que el resto de los porteños, a ver, impotentes, cómo los españoles destruían lo que tanto había costado construir.

A inicios de 1879 y cuando nuestro protagonista bordeaba los cuarenta años, todo hacía pensar que Chile se iba a enfrentar a Argentina en una inédita guerra. La información sorprendió a los porteños cuando, luego de la invasión el ejército chileno de Antofagasta, se dio inicio a la guerra contra Bolivia. Igual que muchos, debió indignarse cuando supo del tratado secreto entre Perú y Bolivia, y emocionarse cuando varios días después llegaron las increíbles noticias de Arturo Prat y la heroica gesta del 21 de mayo. Si siempre vivió en el Puerto, quizás más de alguna vez se cruzó con Prat en la calle La Planchada, por lo que la noticia pudo conmocionarlo hasta las lágrimas.

Al igual que el resto, José Orellana debió celebrar la toma del Huáscar y emborracharse luego de la conquista de Lima, y más de alguna vez debió haber estado a punto de partir a la guerra.

El orgullo y la felicidad luego se convirtieron en drama cuando las mismas fuerzas que habían alcanzado la victoria, Armada y Ejército, se enfrentaron en la guerra de 1891. Seguramente, leyendo los diarios y siguiendo la opinión de la mayoría, Orellana debió haber considerado al presidente José Manuel Balmaceda como un dictador, por eso quizá no tuvo problemas en participar en los desbandes contra sus partidarios.

La mala alimentación, alcohol y alguna enfermedad venérea pudo haber influido para que, próximo a su aniversario número sesenta, no haya entendido con claridad la importancia del fin de siglo, sumándose a las voces que decían que se podía acabar el mundo.

Hacia 1901 ya circulaba por las calles del Puerto, completamente perdido. Aunque para nosotros apenas tenía sesenta años, los hechos que vivió parecían sumar casi dos siglos, tantos y terribles que no queda claro si no recordaba quién era porque no podía o porque no quería.

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