La jauría

13 de Mayo 2019 Columnas

Bastó una carta de respaldo a un aspecto de la reforma laboral ingresada a trámite por el Ejecutivo, para que se iniciara la cacería. A coro, desde diversos sectores de oposición se entonaron las más duras descalificaciones: “los neoliberales de siempre”, “acólitos de los chupasangre”, ignorantes que no leyeron o no entendieron el proyecto. ¿Interés en invitar a los suscriptores de la misiva para conocer sus argumentos? Ninguno. Es que estos no son tiempos para argumentos, sino para usar la mayoría parlamentaria con la que se cuenta, buscando que las iniciativas del gobierno no puedan ser siquiera discutidas en el Congreso.

Lo interesante en esta oportunidad es que los firmantes del respaldo a la flexibilización de la jornada laboral propuesta por La Moneda no son cercanos a la derecha, sino destacados personeros de la centroizquierda: un ex ministro de la Concertación y el ex presidente del Banco Central; un ex ministro de Hacienda de la Nueva Mayoría; dos académicos de reconocido prestigio que, en más de una oportunidad, fueron invitados por Michelle Bachelet a integrar e incluso dirigir alguna de sus comisiones presidenciales.

¿La trayectoria de Rodrigo Valdés, José de Gregorio, Andrea Repetto y Eduardo Engel obligan a estar de acuerdo con su posición en esta materia? De ningún modo, pero lo que llama la atención es la virulencia y el grado de descalificación que automáticamente genera en sectores de oposición, que profesionales desde siempre identificados con el ideario de la centroizquierda puedan exhibir una posición disonante y, más aún, una mínima coincidencia con algún aspecto de un proyecto oficial.

Al final del día, las reacciones a esta carta son solo un síntoma -otro más- del deterioro político e intelectual por el que atraviesa un segmento relevante de la centroizquierda. Un sector huérfano de proyecto, sin liderazgo, lleno de conflictos, pero donde está terminantemente prohibido discutir en serio y con altura de miras un proyecto de ley, por el solo hecho de ser presentado por el actual gobierno. Una actitud que, además, confirma el nulo interés por el mérito y los eventuales beneficios que la iniciativa en cuestión pueda tener para el país.

¿Puede una oposición que trata de esta manera a su propia gente generar alguna “idea” para el futuro? Ninguna. Si el requisito exigido no solo a sus partidos y parlamentarios, sino también a sus académicos e intelectuales, es alinearse siempre con el imperativo de bloquear la discusión parlamentaria de los proyectos del gobierno, no existe posibilidad de discutir nada y, menos, de presentar indicaciones que puedan modificar o perfeccionar las iniciativas en trámite. Y este camino solo puede generar más desafección y distancia con la ciudadanía de sus propios cuadro técnicos, salvo en aquellos que estén dispuestos a ser incondicionales de una lógica puramente destructiva.

Una oposición así no tiene posibilidades de volver a ser mayoría en un país de ingreso medio, en una sociedad donde el visible mejoramiento de la calidad de vida conseguido en las últimas décadas se ha transformado en el principal incentivo a la moderación.

 

Publicado en La Tercera.

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