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La izquierda buscando chilenos

"En esta nueva campaña, la izquierda tendría que desprenderse del relato fragmentario de las identidades oprimidas y la cantinela de la interseccionalidad, para conectarse con la gran identidad chilena, aquella que -teóricamente- nos une en lugar de...
Cristóbal Bellolio

Cristóbal Bellolio

PhD in Political Philosophy
  • PhD in Political Philosophy, University College London, Reino Unido, 2017.
  • Master of Arts in Legal and Political Theory, University College London, Reino Unido, 2011.
  • Abogado, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2007.
  • Licenciado en Ciencia Política, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2005.

Su área de investigación es la teoría política, particularmente en torno a la tradición liberal y su relación con la ciencia, la religión, el populismo,...

La izquierda tomó atenta nota de la lección del 4 de septiembre: no se puede ganar repudiando el sentimiento patrio, ninguneando el amor a los emblemas, por muy fundada que sea la crítica al nacionalismo como abstracción teórica o a la trayectoria histórica del estado chileno. No se puede ganar a punta de banderas negras y mapuche, así como tampoco desde el desarraigo de los cosmopolitas. Alguna vez la izquierda lo tuvo clarísimo: Allende haría la revolución con empanadas y vino tinto.

Pero el gen frenteamplista no navega cómodamente en el mar de las tradiciones, partiendo por la santísima trinidad de las fiestas patrias: considera que el rodeo es un crimen, la parada militar una glorificación belicista, y el Te Deum una ofensa al estado laico. Con ese discurso se conquistan corazones ñuñoínos, se dijo con sorna, pero difícilmente se penetra en el Chile profundo.

En esta nueva campaña, en cambio, la izquierda tendría que desprenderse del relato fragmentario de las identidades oprimidas y la cantinela de la interseccionalidad, para conectarse con la gran identidad chilena, aquella que -teóricamente- nos une en lugar de dividirnos. En síntesis, la izquierda tendría que hacer la chilenidad su bandera de lucha. O como diría Sexual Democracia, en uno de los mejores temas del rock nacional, tendría que salir a buscar chilenos.

Esto explica la puesta en escena del flamante pacto de izquierda “Unidad para Chile”, que agrupa al Frente Amplio, al Partido Comunista y al Partido Socialista, además de otros partidos menores. Su logo es un copihue, la flor nacional. No el puño en alto, no el pañuelo verde, no el arco iris LGTBQ, no el símbolo Wiphala, mucho menos el Negro Matapacos. No, es un coqueto e inocente copihue, estética medio Lira Popular, aquella planta de fantasía que no vemos nunca pero que evoca cierta nostalgia, cierta ingenuidad, por un Chile donde la cosa parece más simple y armoniosa. A diferencia de todos los otros símbolos identitarios, el Copihue es de todos. No divide, une.

Esto es consistente con el nombre del pacto, que apela directamente a la unidad de Chile. No solamente a la unidad de la izquierda. Valga aquí un paréntesis: en medio de la teleserie para decidir si llevaban una o dos listas, la comisión política del PS sostuvo con gravedad que el problema de la izquierda es que se dividía por “ideas”, mientras la derecha se unía por “intereses”.

El subtexto es que la derecha tiene pocas ideas en común, pero comprende que debe actuar conjuntamente en la defensa del capital, o algo por el estilo, mientras la izquierda, por su celo justiciero y rigor intelectual, se pelearía por minucias ideológicas que no permiten ver el bosque.

Esto es erróneo en varios niveles. En los últimos treinta años, los partidos de la derecha con representación parlamentaria han votado prácticamente igual en todas las materias. Ha sido tremendamente difícil distinguir entre liberales y conservadores, libremercadistas y socialcristianos, gremialistas y nacionales. No hace falta apelar a sus intereses compartidos; sus ideas son casi las mismas. De hecho, justo ahora que aparecen diferencias relevantes en la comprensión del momento político, la derecha se divide.

Si fuera por defender el capital, Republicanos y Chile Vamos competirían en el mismo pacto. No lo hacen, precisamente porque los dividen sus ideas. Por otra parte, lo que rompió la alianza histórica PS-PPD en la actual contingencia fueron intereses electorales, no ideas. Si fuera por ideas, Carolina Tohá es tan socialdemócrata como Ana Lya Uriarte. Por ahí no pasa la cosa. Pasa porque el PS interpretó que había un espacio de influencia no explotado dentro del oficialismo, y el PPD captó que su sobrevivencia depende de reconfigurar una identidad centroizquierdista, apostando a desmarcarse del bajo momento del gobierno y la “lista del indulto” (Girardi dixit). Cierre del paréntesis.

Sostengo que la invocación de la “unidad” es novedosa y más interesante en otra dimensión. Los líderes más destacados de la nueva generación que gobierna montaron su carrera articulando un severo cuestionamiento a la política de los acuerdos y la vocación consensualista de la transición. Cada vez que la izquierda extra-concertacionista oía apelaciones a la unidad, lo que escuchaba era que los grupos políticos y económicos dominantes intentaban pasar de contrabando su agenda hegemónica, como si los fines de la política ya se hubieran zanjado y la discusión se limitara a los medios apropiados, el triste reinado de la racionalidad neoliberal tecnocrática que Mouffe llamó “post política”. La verdadera política, dijeron sus intelectuales, se trata de recuperar su naturaleza conflictiva, inherentemente partisana, su dimensión agonista.

Esto fue lo que hicieron en la pasada Convención: desoyeron los llamados a construir consensos transversales que incluyeran a todos los sectores políticos, recordando que este es un juego de pasiones e intereses opuestos, donde el poder y la legitimidad se obtienen a punta de mayorías, no de “unidad” (algo así como la doctrina Stingo).

La nueva cara de la izquierda de cara al proceso constituyente 2023 revela una superación, sincera o estratégica, de dicha narrativa adversarial, y testimonia un giro hacia un discurso político y estético que subraya lo que tenemos en común por sobre lo que nos divide, lo que nos integra por sobre lo que nos fragmenta. Quien sabe, en una de esas, sus representantes en el nuevo consejo constitucional ahora vayan genuinamente por la “casa común”.  Para eso hay que partir, bien lo sabe Miguel Barriga, buscando chilenos.

  Publicado en Ex Ante

La izquierda buscando chilenos

"En esta nueva campaña, la izquierda tendría que desprenderse del relato fragmentario de las identidades oprimidas y la cantinela de la interseccionalidad, para conectarse con la gran identidad chilena, aquella que -teóricamente- nos une en lugar de...

La izquierda tomó atenta nota de la lección del 4 de septiembre: no se puede ganar repudiando el sentimiento patrio, ninguneando el amor a los emblemas, por muy fundada que sea la crítica al nacionalismo como abstracción teórica o a la trayectoria histórica del estado chileno. No se puede ganar a punta de banderas negras y mapuche, así como tampoco desde el desarraigo de los cosmopolitas. Alguna vez la izquierda lo tuvo clarísimo: Allende haría la revolución con empanadas y vino tinto.

Pero el gen frenteamplista no navega cómodamente en el mar de las tradiciones, partiendo por la santísima trinidad de las fiestas patrias: considera que el rodeo es un crimen, la parada militar una glorificación belicista, y el Te Deum una ofensa al estado laico. Con ese discurso se conquistan corazones ñuñoínos, se dijo con sorna, pero difícilmente se penetra en el Chile profundo.

En esta nueva campaña, en cambio, la izquierda tendría que desprenderse del relato fragmentario de las identidades oprimidas y la cantinela de la interseccionalidad, para conectarse con la gran identidad chilena, aquella que -teóricamente- nos une en lugar de dividirnos. En síntesis, la izquierda tendría que hacer la chilenidad su bandera de lucha. O como diría Sexual Democracia, en uno de los mejores temas del rock nacional, tendría que salir a buscar chilenos.

Esto explica la puesta en escena del flamante pacto de izquierda “Unidad para Chile”, que agrupa al Frente Amplio, al Partido Comunista y al Partido Socialista, además de otros partidos menores. Su logo es un copihue, la flor nacional. No el puño en alto, no el pañuelo verde, no el arco iris LGTBQ, no el símbolo Wiphala, mucho menos el Negro Matapacos. No, es un coqueto e inocente copihue, estética medio Lira Popular, aquella planta de fantasía que no vemos nunca pero que evoca cierta nostalgia, cierta ingenuidad, por un Chile donde la cosa parece más simple y armoniosa. A diferencia de todos los otros símbolos identitarios, el Copihue es de todos. No divide, une.

Esto es consistente con el nombre del pacto, que apela directamente a la unidad de Chile. No solamente a la unidad de la izquierda. Valga aquí un paréntesis: en medio de la teleserie para decidir si llevaban una o dos listas, la comisión política del PS sostuvo con gravedad que el problema de la izquierda es que se dividía por “ideas”, mientras la derecha se unía por “intereses”.

El subtexto es que la derecha tiene pocas ideas en común, pero comprende que debe actuar conjuntamente en la defensa del capital, o algo por el estilo, mientras la izquierda, por su celo justiciero y rigor intelectual, se pelearía por minucias ideológicas que no permiten ver el bosque.

Esto es erróneo en varios niveles. En los últimos treinta años, los partidos de la derecha con representación parlamentaria han votado prácticamente igual en todas las materias. Ha sido tremendamente difícil distinguir entre liberales y conservadores, libremercadistas y socialcristianos, gremialistas y nacionales. No hace falta apelar a sus intereses compartidos; sus ideas son casi las mismas. De hecho, justo ahora que aparecen diferencias relevantes en la comprensión del momento político, la derecha se divide.

Si fuera por defender el capital, Republicanos y Chile Vamos competirían en el mismo pacto. No lo hacen, precisamente porque los dividen sus ideas. Por otra parte, lo que rompió la alianza histórica PS-PPD en la actual contingencia fueron intereses electorales, no ideas. Si fuera por ideas, Carolina Tohá es tan socialdemócrata como Ana Lya Uriarte. Por ahí no pasa la cosa. Pasa porque el PS interpretó que había un espacio de influencia no explotado dentro del oficialismo, y el PPD captó que su sobrevivencia depende de reconfigurar una identidad centroizquierdista, apostando a desmarcarse del bajo momento del gobierno y la “lista del indulto” (Girardi dixit). Cierre del paréntesis.

Sostengo que la invocación de la “unidad” es novedosa y más interesante en otra dimensión. Los líderes más destacados de la nueva generación que gobierna montaron su carrera articulando un severo cuestionamiento a la política de los acuerdos y la vocación consensualista de la transición. Cada vez que la izquierda extra-concertacionista oía apelaciones a la unidad, lo que escuchaba era que los grupos políticos y económicos dominantes intentaban pasar de contrabando su agenda hegemónica, como si los fines de la política ya se hubieran zanjado y la discusión se limitara a los medios apropiados, el triste reinado de la racionalidad neoliberal tecnocrática que Mouffe llamó “post política”. La verdadera política, dijeron sus intelectuales, se trata de recuperar su naturaleza conflictiva, inherentemente partisana, su dimensión agonista.

Esto fue lo que hicieron en la pasada Convención: desoyeron los llamados a construir consensos transversales que incluyeran a todos los sectores políticos, recordando que este es un juego de pasiones e intereses opuestos, donde el poder y la legitimidad se obtienen a punta de mayorías, no de “unidad” (algo así como la doctrina Stingo).

La nueva cara de la izquierda de cara al proceso constituyente 2023 revela una superación, sincera o estratégica, de dicha narrativa adversarial, y testimonia un giro hacia un discurso político y estético que subraya lo que tenemos en común por sobre lo que nos divide, lo que nos integra por sobre lo que nos fragmenta. Quien sabe, en una de esas, sus representantes en el nuevo consejo constitucional ahora vayan genuinamente por la “casa común”.  Para eso hay que partir, bien lo sabe Miguel Barriga, buscando chilenos.

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