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La innovación en capital mental y cerebral para el desarrollo económico y social

El capital cerebral y humano se han convertido en el nuevo motor de la economía y en un factor clave para el desarrollo de los países, por encima incluso de la información per se.
Josephine Cruzat

Josephine Cruzat


Josephine Cruzat Ph.D. Investigadora, Latin American Brain Health Institute (BrainLat) Universidad Adolfo Ibáñez El comienzo de la era del conocimiento se asocia con la revolución de las tecnologías de información y comunicación. Este fenómeno, si bien ha facilitado la vida de las personas, también ha generado un cambio de paradigma donde la principal fuente de riqueza ya no es la mano de obra, sino la gestión del conocimiento, la productividad y el bienestar de la fuerza laboral. En este contexto, el capital cerebral y humano se han convertido en el nuevo motor de la economía y en un factor clave para el desarrollo de los países, por encima incluso de la información per se. La salud mental y cerebral es un impulsor indispensable del progreso humano, por lo que invertir en ella es fundamental para el desarrollo social y la actividad económica de largo plazo. En el año 2011 se acuño el concepto de “Brain Capital” definido en términos generales como una forma de capital que prioriza las habilidades cognitivas blandas y el conocimiento, como contribuyentes fundamentales a la economía del siglo XXI. Esta nueva economía —la economía del cerebro— se basa en la innovación por lo que ciertamente depende de la productividad de los empleados y de su potencial cognitivo, emocional y social; no físico, técnico, ni manual. Por ello, cada día emergen más alianzas estratégicas entre entidades públicas y privadas con el fin de formular políticas que protejan la salud mental y que garanticen un impacto positivo en el desarrollo y la productividad humana. No sorprende entonces que The Economist haya calificado en 2018 a la inversión en salud mental como “Best Buy”, por ser extremadamente valiosa en términos éticos y monetarios. De hecho, en un informe BeyondBlue, Price Waterhouse Cooper cuantificó el retorno a la inversión en salud mental y estimó que, por cada dólar invertido en un plan de acción para crear un ambiente de trabajo mentalmente saludable, hay un retorno promedio de US$ 2.30 en beneficio de la organización. Según el informe, los costos asociados al deterioro de la salud mental incluyen: ausentismo, presentismo (reducción de la productividad debido a menor eficiencia emocional y cognitiva) y aumento de indemnizaciones, licencias y costos de gestión. Proyección de una fuerza laboral saludable como condición de progreso Cuando las preocupaciones en torno a la salud mental no son atendidas, no sólo resultan ser una limitante para los trabajadores, sino que además se convierten en costos sustanciales para las organizaciones. El costo económico mundial de la atención en salud mental en 2010 fue de US$ 823 billones, y se prevé que aumente a US$ 2 trillones en 2030, con US$ 16,3 trillones adicionales en costos por pérdida de productividad. Dado el costo financiero y social asociado a los problemas mencionados, es indispensable brindar oportunidades robustas para la prevención y promoción de la salud mental y cerebral de nuestra sociedad; y de situar el capital cerebral a la base del desarrollo de una nueva economía en consonancia con la 4ta revolución industrial y el contexto post-pandémico.   Publicada en Revista Qué Pasa

La innovación en capital mental y cerebral para el desarrollo económico y social

El capital cerebral y humano se han convertido en el nuevo motor de la economía y en un factor clave para el desarrollo de los países, por encima incluso de la información per se.

Josephine Cruzat Ph.D. Investigadora, Latin American Brain Health Institute (BrainLat) Universidad Adolfo Ibáñez El comienzo de la era del conocimiento se asocia con la revolución de las tecnologías de información y comunicación. Este fenómeno, si bien ha facilitado la vida de las personas, también ha generado un cambio de paradigma donde la principal fuente de riqueza ya no es la mano de obra, sino la gestión del conocimiento, la productividad y el bienestar de la fuerza laboral. En este contexto, el capital cerebral y humano se han convertido en el nuevo motor de la economía y en un factor clave para el desarrollo de los países, por encima incluso de la información per se. La salud mental y cerebral es un impulsor indispensable del progreso humano, por lo que invertir en ella es fundamental para el desarrollo social y la actividad económica de largo plazo. En el año 2011 se acuño el concepto de “Brain Capital” definido en términos generales como una forma de capital que prioriza las habilidades cognitivas blandas y el conocimiento, como contribuyentes fundamentales a la economía del siglo XXI. Esta nueva economía —la economía del cerebro— se basa en la innovación por lo que ciertamente depende de la productividad de los empleados y de su potencial cognitivo, emocional y social; no físico, técnico, ni manual. Por ello, cada día emergen más alianzas estratégicas entre entidades públicas y privadas con el fin de formular políticas que protejan la salud mental y que garanticen un impacto positivo en el desarrollo y la productividad humana. No sorprende entonces que The Economist haya calificado en 2018 a la inversión en salud mental como “Best Buy”, por ser extremadamente valiosa en términos éticos y monetarios. De hecho, en un informe BeyondBlue, Price Waterhouse Cooper cuantificó el retorno a la inversión en salud mental y estimó que, por cada dólar invertido en un plan de acción para crear un ambiente de trabajo mentalmente saludable, hay un retorno promedio de US$ 2.30 en beneficio de la organización. Según el informe, los costos asociados al deterioro de la salud mental incluyen: ausentismo, presentismo (reducción de la productividad debido a menor eficiencia emocional y cognitiva) y aumento de indemnizaciones, licencias y costos de gestión. Proyección de una fuerza laboral saludable como condición de progreso Cuando las preocupaciones en torno a la salud mental no son atendidas, no sólo resultan ser una limitante para los trabajadores, sino que además se convierten en costos sustanciales para las organizaciones. El costo económico mundial de la atención en salud mental en 2010 fue de US$ 823 billones, y se prevé que aumente a US$ 2 trillones en 2030, con US$ 16,3 trillones adicionales en costos por pérdida de productividad. Dado el costo financiero y social asociado a los problemas mencionados, es indispensable brindar oportunidades robustas para la prevención y promoción de la salud mental y cerebral de nuestra sociedad; y de situar el capital cerebral a la base del desarrollo de una nueva economía en consonancia con la 4ta revolución industrial y el contexto post-pandémico.   Publicada en Revista Qué Pasa