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La guerra de las palabras

Hoy, los efectos de retóricas agresivas en materia internacional son mucho más difíciles de evaluar.
Ignacio Morales

Ignacio Morales

MSc en Teoría e Historia de las Relaciones Internacionales
  • MSc en Teoría e Historia de las Relaciones Internacionales por la London School of Economics and Political Science, 2016.
  • Magíster en Historia Política y de las Relaciones Internacionales por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, 2010.
  • Licenciado en Historia por la Universidad Adolfo Ibáñez, 2007.
Tiene como áreas de interés la historia contemporánea con énfasis en el Oriente Medio y el Conflicto Árabe-Israelí, la política exterior estadounidense, ...
¿Cuál es efectivamente el instante en que la retórica amenazante se materializa en la tragedia de una guerra? ¿En qué momento se acaban las palabras y comienzan los disparos? No hace muchas décadas atrás, cuando se experimentaban aun los efectos de la Guerra Fría, la multiplicidad de movimientos militares en Asia, Oriente Medio, África, Europa Oriental y Latinoamérica, parecían demostrar que más allá de las palabras, los grandes poderes se disputaban el control estratégico del planeta a partir de conflictos hemisféricos o regionales. Éstos, en medio de sus particularidades, representaban un cuadro de bipolaridad ideológico-militar bastante bien definido. Hoy, los efectos de retóricas agresivas en materia internacional son mucho más difíciles de evaluar. Una cantidad importante de países relevantes para el concierto global no pretenden desencadenar guerras incombustibles, pero si quieren su épica; no quieren trincheras, pero si cobertura. El hecho es que, en una era de instantaneidad informativa, hemos sido testigos que el poder y la legitimidad de los liderazgos políticos en materia internacional se juegan, muchas veces, a partir del amenazante poder de las palabras. Pero de acá se sigue problema: se hace patente una marcada incertidumbre respecto a la impredecibilidad en la reacción de un sinnúmero de actores (estatales y no estatales) dispuestos a cargar sus fusiles por razones políticas, económicas, estratégicas e incluso, por el sólo hecho de fortalecer su prestigio regional y/o global. Sólo días atrás, en una puesta en escena digna de recordar, el Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, mostró a las cámaras del mundo una supuesta operación de inteligencia de los servicios secretos israelíes, que confirmaría una supuesta violación del plan de acción definido por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (además de Alemania) y La República Islámica de Irán, para coartar las posibilidades de Teherán de avanzar en el desarrollo de su programa de armamento nuclear. A una semana de la rectificación o suspensión del tratado por parte de Estados Unidos, Trump ha sido explícito en señalar que el denominado JCOPA fue un pésimo acuerdo y que, en principio, no estaría dispuesto a rectificarlo. Esto, sin duda alguna, ha levantado polvo en sus aliados europeos y, por supuesto, en Irán. De hecho, Hassan Rouhani, presidente de la República Islámica de Irán, ha señalado con claridad, que de no rectificarse el tratado, Estados Unidos deberá enfrentar severas consecuencias. En medio de este contexto, Netanyahu montó un espectáculo bastante particular. Con una presentación llena de dudosas imágenes, señaló sin tapujos que ‘Irán mintió’. Para comprobarlo, mostró decenas de carpetas con copias de documentos recogidos por sus servicios de inteligencia en la capital iraní. Éstos, comprobarían el desarrollo encubierto del programa nuclear persa. Así además, develó una decena de discos compactos supuestamente cargados de ‘pruebas irrefutables’ sobre las intenciones militares del régimen de los Ayatolas. Y sí, es muy temprano para establecer algún juicio certero sobre toda esta información. Es más, quizás alguien podría darle el beneficio de la duda al representante del ejecutivo israelí, sobre todo considerando las tensiones reales en este complejo Oriente Medio. Pero seamos sinceros; la estrategia comunicacional de Netanyahu fue profundamente artificial. Entrevistado por CNN sólo horas después de dicho espectáculo, confirmó sus dichos y esquivó una pregunta sobre la cual no hay claridad desde la década de 1950; frente a la insistencia de un periodista respecto al supuesto poder nuclear israelí, Netanyahu señaló que no ahondaría en ese punto, que el problema ahora es Irán y los peligros asociados a una marcada desestabilización del Oriente Medio. No hay mucho espacio para pensar entonces, que esta operación comunicacional pretendía, no sólo blindar al primer ministro en medio de importantes cuestionamientos sobre su legitimidad política dentro del mismo Israel, sino que además, allanar el camino para lo que se espera suceda en pocos días: Estados Unidos decretando su salida de este acuerdo multilateral. Trump y Netanyahu saben que se protegen sus espaldas mutuamente. Así además, están plenamente consientes que enfocar sus acciones sobre problemas externos, los ayuda a mantener un cierto grado de legitimidad política interna. Pareciera ser que Israel no está pensando necesariamente en una guerra contra Irán; su preocupación fundamental, más bien, es el vínculo de Teherán con Hezbollah y el régimen de Bashar al Assad en Siria. Un conflicto militar de dichas características no lo necesita nadie; ni Tel Aviv, ni el Cairo, ni Ankara, ni Beirut, ni Riad. Irán, por su parte, no es un régimen suicida. Un choque militar contra enemigos poderosos lo dejaría en el suelo; basta recordar el resultado de la guerra que debió pelear contra Irak entre 1980 y 1988. Hoy, más que nunca, frente a un escenario macroeconómico frágil producto de las sanciones internacionales, entiende que un conflicto militar lo haría perder, muy probablemente, más de lo que ha podido lograr en más de 30 años. Mientras, se sigue escalando en esta permanente retórica agresiva. No sólo desde Washington, Londres, Paris o Tel Aviv, sino que también desde Teherán, Moscú y Damasco. Decenas de actores internacionales se amenazan mutuamente y, mientras tanto, se reúnen en las Naciones Unidas para hablar de paz. Así también, los medios de comunicación sirven como una herramienta esencial para fortalecer esta aguda tensión. Lo paradójico es que todos ellos entienden a la perfección que una guerra abierta es la peor de las alternativas, pero a su vez, no están dispuestos a debilitar el poder regional o global que han logrado adquirir. Sin duda, estamos frente a un problema interesante: la consolidación de un escenario global multilateral que ha superado sistemáticamente la lógica bipolar que lo antecedió. Esto significa que los grandes poderes deben aprender a asumir que los más pequeños también pueden imponer ciertas condiciones. Por el momento, las palabras cruzadas y los discursos agresivos son signo de los tiempos y no sería imprudente preguntarse que pasará cuando alguno, grande o pequeño, se aburra de escuchar tantos ladridos.      Publicada en La Tercera.

La guerra de las palabras

Hoy, los efectos de retóricas agresivas en materia internacional son mucho más difíciles de evaluar.

¿Cuál es efectivamente el instante en que la retórica amenazante se materializa en la tragedia de una guerra? ¿En qué momento se acaban las palabras y comienzan los disparos? No hace muchas décadas atrás, cuando se experimentaban aun los efectos de la Guerra Fría, la multiplicidad de movimientos militares en Asia, Oriente Medio, África, Europa Oriental y Latinoamérica, parecían demostrar que más allá de las palabras, los grandes poderes se disputaban el control estratégico del planeta a partir de conflictos hemisféricos o regionales. Éstos, en medio de sus particularidades, representaban un cuadro de bipolaridad ideológico-militar bastante bien definido. Hoy, los efectos de retóricas agresivas en materia internacional son mucho más difíciles de evaluar. Una cantidad importante de países relevantes para el concierto global no pretenden desencadenar guerras incombustibles, pero si quieren su épica; no quieren trincheras, pero si cobertura. El hecho es que, en una era de instantaneidad informativa, hemos sido testigos que el poder y la legitimidad de los liderazgos políticos en materia internacional se juegan, muchas veces, a partir del amenazante poder de las palabras. Pero de acá se sigue problema: se hace patente una marcada incertidumbre respecto a la impredecibilidad en la reacción de un sinnúmero de actores (estatales y no estatales) dispuestos a cargar sus fusiles por razones políticas, económicas, estratégicas e incluso, por el sólo hecho de fortalecer su prestigio regional y/o global. Sólo días atrás, en una puesta en escena digna de recordar, el Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, mostró a las cámaras del mundo una supuesta operación de inteligencia de los servicios secretos israelíes, que confirmaría una supuesta violación del plan de acción definido por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (además de Alemania) y La República Islámica de Irán, para coartar las posibilidades de Teherán de avanzar en el desarrollo de su programa de armamento nuclear. A una semana de la rectificación o suspensión del tratado por parte de Estados Unidos, Trump ha sido explícito en señalar que el denominado JCOPA fue un pésimo acuerdo y que, en principio, no estaría dispuesto a rectificarlo. Esto, sin duda alguna, ha levantado polvo en sus aliados europeos y, por supuesto, en Irán. De hecho, Hassan Rouhani, presidente de la República Islámica de Irán, ha señalado con claridad, que de no rectificarse el tratado, Estados Unidos deberá enfrentar severas consecuencias. En medio de este contexto, Netanyahu montó un espectáculo bastante particular. Con una presentación llena de dudosas imágenes, señaló sin tapujos que ‘Irán mintió’. Para comprobarlo, mostró decenas de carpetas con copias de documentos recogidos por sus servicios de inteligencia en la capital iraní. Éstos, comprobarían el desarrollo encubierto del programa nuclear persa. Así además, develó una decena de discos compactos supuestamente cargados de ‘pruebas irrefutables’ sobre las intenciones militares del régimen de los Ayatolas. Y sí, es muy temprano para establecer algún juicio certero sobre toda esta información. Es más, quizás alguien podría darle el beneficio de la duda al representante del ejecutivo israelí, sobre todo considerando las tensiones reales en este complejo Oriente Medio. Pero seamos sinceros; la estrategia comunicacional de Netanyahu fue profundamente artificial. Entrevistado por CNN sólo horas después de dicho espectáculo, confirmó sus dichos y esquivó una pregunta sobre la cual no hay claridad desde la década de 1950; frente a la insistencia de un periodista respecto al supuesto poder nuclear israelí, Netanyahu señaló que no ahondaría en ese punto, que el problema ahora es Irán y los peligros asociados a una marcada desestabilización del Oriente Medio. No hay mucho espacio para pensar entonces, que esta operación comunicacional pretendía, no sólo blindar al primer ministro en medio de importantes cuestionamientos sobre su legitimidad política dentro del mismo Israel, sino que además, allanar el camino para lo que se espera suceda en pocos días: Estados Unidos decretando su salida de este acuerdo multilateral. Trump y Netanyahu saben que se protegen sus espaldas mutuamente. Así además, están plenamente consientes que enfocar sus acciones sobre problemas externos, los ayuda a mantener un cierto grado de legitimidad política interna. Pareciera ser que Israel no está pensando necesariamente en una guerra contra Irán; su preocupación fundamental, más bien, es el vínculo de Teherán con Hezbollah y el régimen de Bashar al Assad en Siria. Un conflicto militar de dichas características no lo necesita nadie; ni Tel Aviv, ni el Cairo, ni Ankara, ni Beirut, ni Riad. Irán, por su parte, no es un régimen suicida. Un choque militar contra enemigos poderosos lo dejaría en el suelo; basta recordar el resultado de la guerra que debió pelear contra Irak entre 1980 y 1988. Hoy, más que nunca, frente a un escenario macroeconómico frágil producto de las sanciones internacionales, entiende que un conflicto militar lo haría perder, muy probablemente, más de lo que ha podido lograr en más de 30 años. Mientras, se sigue escalando en esta permanente retórica agresiva. No sólo desde Washington, Londres, Paris o Tel Aviv, sino que también desde Teherán, Moscú y Damasco. Decenas de actores internacionales se amenazan mutuamente y, mientras tanto, se reúnen en las Naciones Unidas para hablar de paz. Así también, los medios de comunicación sirven como una herramienta esencial para fortalecer esta aguda tensión. Lo paradójico es que todos ellos entienden a la perfección que una guerra abierta es la peor de las alternativas, pero a su vez, no están dispuestos a debilitar el poder regional o global que han logrado adquirir. Sin duda, estamos frente a un problema interesante: la consolidación de un escenario global multilateral que ha superado sistemáticamente la lógica bipolar que lo antecedió. Esto significa que los grandes poderes deben aprender a asumir que los más pequeños también pueden imponer ciertas condiciones. Por el momento, las palabras cruzadas y los discursos agresivos son signo de los tiempos y no sería imprudente preguntarse que pasará cuando alguno, grande o pequeño, se aburra de escuchar tantos ladridos.      Publicada en La Tercera.