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La fuerza de un símbolo

El punto de inflexión generado en las últimas semanas supone un camino ya sin retorno (...)
Max Colodro

Max Colodro

Doctor en Filosofía
  • Sociólogo, Doctor en Filosofía y analista político.

Columnista diario La Tercera. Ex director de Estudios del Ministerio Secretaría General de la Presidencia y ex vicepresidente de la Comisión Nacional Unesco-Chile. Columnista, analista político y escritor.

Nada peor para una dictadura que terminar convertida en un símbolo; le pasó a Pinochet en su tiempo y es lo que está pasándole ahora a Maduro: transformarse en símbolo de quien no respeta su propia institucionalidad y no tiene problema en reprimir los opositores a balazos (en los dos últimos años han sido asesinados por la fuerza pública más de 150 personas, muchos de ellos estudiantes y menores de edad); símbolo, a su vez, de quien ha ordenado la detención de los principales líderes de la disidencia y de un centenar de integrantes de las FF.AA., que se rebelaron contra sus mandos; símbolo de los que hacen gárgaras defendiendo el principio de no intervención, pero llevan décadas usando la diplomacia del petróleo para comprar el respaldo de gobiernos en América del Sur y el Caribe; en fin, símbolo de quienes terminan arrastrando a un país rico en recursos naturales a una crisis económica y humanitaria sin precedentes en este hemisferio.

Así, frente a un experimento político consumado ya como un descomunal fracaso histórico, conducido además por una cúpula corrupta atrincherada en el fanatismo ideológico, la comunidad internacional decidió tomarse el símbolo en serio y reaccionar en consecuencia. En paralelo, la jugada de la Asamblea Nacional al designar a Juan Guaidó como “presidente encargado”, y su voluntad de actuar de inmediato como un poder legítimo, quedarán en los anales de los grandes aciertos políticos, un hito que no solo reactivó al alicaído movimiento opositor, sino que logró encender también a un mundo que, hasta ese momento, se resignaba a ser mero espectador de la tragedia.

El punto de inflexión generado en las últimas semanas supone un camino ya sin retorno: el régimen de Maduro no tiene ninguna posibilidad de sostenerse con EE.UU., la Comunidad Europea y la inmensa mayoría de los países democráticos del planeta reconociendo como autoridad legítima al presidente opositor, imponiendo sanciones comerciales y financieras cada vez más duras, mientras el pueblo vuelve a tomarse las calles. Los respaldos de China y Rusia no pasarán de ser también simbólicos, ya que nadie va a entregarle recursos a un gobierno sin futuro, y que además ha incumplido las acreencias contraídas, precisamente, con aquellos que hoy podrían tenderle una mano.

Se ha dicho que vivimos en un mundo cínico, donde se exacerba la presión democrática en países como Venezuela, pero se toleran dictaduras en China, Rusia o Irán. Es cierto, la comunidad internacional funciona con lógicas pragmáticas donde, casi siempre, priman los intereses económicos y geopolíticos. Lo que terminó por poner a Venezuela en el centro de esta ofensiva mundial fue el haberse convertido en un símbolo de todos los dramas: políticos, económicos, humanitarios, migratorios, etc. Eso es lo que terminó de condenarla, su carácter de fracaso absoluto, de ejemplo perfecto de cómo conducir a un país lleno de potenciales a la ruina. Los venezolanos han entendido que el planeta convirtió su tragedia en un símbolo y han vuelto a la resistencia activa. El desenlace es solo cosa de tiempo.

Publicado en La Tercera.

La fuerza de un símbolo

El punto de inflexión generado en las últimas semanas supone un camino ya sin retorno (...)

Nada peor para una dictadura que terminar convertida en un símbolo; le pasó a Pinochet en su tiempo y es lo que está pasándole ahora a Maduro: transformarse en símbolo de quien no respeta su propia institucionalidad y no tiene problema en reprimir los opositores a balazos (en los dos últimos años han sido asesinados por la fuerza pública más de 150 personas, muchos de ellos estudiantes y menores de edad); símbolo, a su vez, de quien ha ordenado la detención de los principales líderes de la disidencia y de un centenar de integrantes de las FF.AA., que se rebelaron contra sus mandos; símbolo de los que hacen gárgaras defendiendo el principio de no intervención, pero llevan décadas usando la diplomacia del petróleo para comprar el respaldo de gobiernos en América del Sur y el Caribe; en fin, símbolo de quienes terminan arrastrando a un país rico en recursos naturales a una crisis económica y humanitaria sin precedentes en este hemisferio.

Así, frente a un experimento político consumado ya como un descomunal fracaso histórico, conducido además por una cúpula corrupta atrincherada en el fanatismo ideológico, la comunidad internacional decidió tomarse el símbolo en serio y reaccionar en consecuencia. En paralelo, la jugada de la Asamblea Nacional al designar a Juan Guaidó como “presidente encargado”, y su voluntad de actuar de inmediato como un poder legítimo, quedarán en los anales de los grandes aciertos políticos, un hito que no solo reactivó al alicaído movimiento opositor, sino que logró encender también a un mundo que, hasta ese momento, se resignaba a ser mero espectador de la tragedia.

El punto de inflexión generado en las últimas semanas supone un camino ya sin retorno: el régimen de Maduro no tiene ninguna posibilidad de sostenerse con EE.UU., la Comunidad Europea y la inmensa mayoría de los países democráticos del planeta reconociendo como autoridad legítima al presidente opositor, imponiendo sanciones comerciales y financieras cada vez más duras, mientras el pueblo vuelve a tomarse las calles. Los respaldos de China y Rusia no pasarán de ser también simbólicos, ya que nadie va a entregarle recursos a un gobierno sin futuro, y que además ha incumplido las acreencias contraídas, precisamente, con aquellos que hoy podrían tenderle una mano.

Se ha dicho que vivimos en un mundo cínico, donde se exacerba la presión democrática en países como Venezuela, pero se toleran dictaduras en China, Rusia o Irán. Es cierto, la comunidad internacional funciona con lógicas pragmáticas donde, casi siempre, priman los intereses económicos y geopolíticos. Lo que terminó por poner a Venezuela en el centro de esta ofensiva mundial fue el haberse convertido en un símbolo de todos los dramas: políticos, económicos, humanitarios, migratorios, etc. Eso es lo que terminó de condenarla, su carácter de fracaso absoluto, de ejemplo perfecto de cómo conducir a un país lleno de potenciales a la ruina. Los venezolanos han entendido que el planeta convirtió su tragedia en un símbolo y han vuelto a la resistencia activa. El desenlace es solo cosa de tiempo.

Publicado en La Tercera.