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La Feria del Libro de Viña del Mar

La presencia de tanta gente en la Feria del Libro de Viña del Mar es la mejor muestra de que en nuestro país, contrario a lo que creen muchos, se lee, bastante más de lo que uno cree.
Gonzalo Serrano

Gonzalo Serrano

Doctor en Historia
  • Doctor en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile, 2012.
  • Magíster en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
  • Licenciado en Humanidades, Ciencias de la Comunicación y Ciencias de la Educación, Universidad Adolfo Ibáñez.
  • Periodista  y Profesor, Universidad Adolfo Ibáñez.
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Como chileno que se precia de tal, fui a la feria del libro de Viña del Mar justo el último día que ésta funcionaba, el domingo pasado. No fue difícil dar con el lugar, lleva muchos años instalada en el patio del emblemático Liceo Bicentenario, ubicado en avenida Libertad con calle Dos norte. De hecho, pensé buscar cuándo fue la primera vez que se instaló ahí, pero era demasiado tiempo invertido en algo inoficioso.

Debo reconocer que fui con el prejuicio de los cercanos que ya habían ido: la feria no tiene nada nuevo, los precios son los mismos e incluso más caros que en librerías, está llena de comics o editoriales de segundo orden, en el stand de El Mercurio de Valparaíso ni siquiera tiene tu último libro (La palabra Anclanda), etc.

Como dice mi amigo Winston, que escribe de deporte los lunes, nada mejor que ir con bajas expectativas, de tal forma que cualquier cosa buena logrará que estas sean superadas y así sucedió.

Lo primero que me llamó la atención al ingreso fue la enorme cantidad de visitas. En ese momento, un autor hacía abandono del escenario y una colega lo reemplazaba en un movimiento típico: mientras al último presentador se le acercaban algunas personas a contarle alguna anécdota relacionada con su obra, la autora, muy nerviosa, hacía tiempo verificando el sonido con la esperanza de que algunos de sus familiares y amigos, que les prometieron asistencia, aparecieran como palos blancos en el público.

Sorteada esta primera vaya de ingreso pude observar la gran cantidad de librerías que agrupan diferentes ediciones de libros clásicos y los tentadores precios de estas obras. La propuesta resulta un poco caótica para mi gusto, pero la mayoría pareciera no hacerse problemas en buscar títulos en descuento revueltos en una caja como si se tratara de paltas maduras.

Mientras de fondo se escuchaba la voz de la presentadora leyendo un poema que se disipaba entre el ruido de la calle y los asistentes, el público juvenil revisaba las revistas de comics japoneses, género incomprendido por los adultos, pero que valoro en cuanto sirve como viaje iniciático en la lectura.

Junto a algunas editoriales clásicas como Fondo de Cultura Económica, LOM o Bicentenario, sorprende para bien la gran cantidad de editoriales independientes que han surgido gracias a las ventajas de la tecnología. Imprimir un libro ya no requiere grandes máquinas ni un gran tiraje. Hoy basta con una buena idea, entusiasmo y arriesgarse económicamente.

Dentro de este mundo, figuran aquellos autores que de manera autodidacta han incursionado en la escritura, sacando con tanto esfuerzo como ilusión sus propios libros. Como si esta labor no fuese lo suficientemente agotadora, a varios de ellos uno los puede ver en la feria promocionando sus trabajos, asegurando una buena historia, personajes entrañables y una buena pluma. Debo reconocer que aquí me “hago el loco”, miro para cualquier parte y trato de cambiarme de lado, etc. Me da pudor y pena rechazar un libro y más de alguna vez, cuando me han pillado desprevenido, no me ha quedado otra que comprar un libro de uno de estos autores desconocidos. No es que menosprecie sus trabajos, sino, como dijo Roberto Ampuero en una columna anterior, hay tantas cosas pendientes por leer que uno está obligado a priorizar.

En esta línea, hace unos días escuché a un destacado columnista porteño de que antes, los chilenos leían más que ahora. La hipótesis, aunque atractiva, no me convence. A diferencia de muchos países, es muy raro que en un mall chileno no haya una librería. Asimismo, que se vendan libros pirateados en las calles es la mejor evidencia de que aquí hay un muy buen negocio. Y, por último, la presencia de tanta gente en la Feria del Libro de Viña del Mar es la mejor muestra de que en nuestro país, contrario a lo que creen muchos, se lee, bastante más de lo que uno cree. Que no calce con los gustos de algunos es otro problema, pero eso ya da para otra columna.

 Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

La Feria del Libro de Viña del Mar

La presencia de tanta gente en la Feria del Libro de Viña del Mar es la mejor muestra de que en nuestro país, contrario a lo que creen muchos, se lee, bastante más de lo que uno cree.

Como chileno que se precia de tal, fui a la feria del libro de Viña del Mar justo el último día que ésta funcionaba, el domingo pasado. No fue difícil dar con el lugar, lleva muchos años instalada en el patio del emblemático Liceo Bicentenario, ubicado en avenida Libertad con calle Dos norte. De hecho, pensé buscar cuándo fue la primera vez que se instaló ahí, pero era demasiado tiempo invertido en algo inoficioso.

Debo reconocer que fui con el prejuicio de los cercanos que ya habían ido: la feria no tiene nada nuevo, los precios son los mismos e incluso más caros que en librerías, está llena de comics o editoriales de segundo orden, en el stand de El Mercurio de Valparaíso ni siquiera tiene tu último libro (La palabra Anclanda), etc.

Como dice mi amigo Winston, que escribe de deporte los lunes, nada mejor que ir con bajas expectativas, de tal forma que cualquier cosa buena logrará que estas sean superadas y así sucedió.

Lo primero que me llamó la atención al ingreso fue la enorme cantidad de visitas. En ese momento, un autor hacía abandono del escenario y una colega lo reemplazaba en un movimiento típico: mientras al último presentador se le acercaban algunas personas a contarle alguna anécdota relacionada con su obra, la autora, muy nerviosa, hacía tiempo verificando el sonido con la esperanza de que algunos de sus familiares y amigos, que les prometieron asistencia, aparecieran como palos blancos en el público.

Sorteada esta primera vaya de ingreso pude observar la gran cantidad de librerías que agrupan diferentes ediciones de libros clásicos y los tentadores precios de estas obras. La propuesta resulta un poco caótica para mi gusto, pero la mayoría pareciera no hacerse problemas en buscar títulos en descuento revueltos en una caja como si se tratara de paltas maduras.

Mientras de fondo se escuchaba la voz de la presentadora leyendo un poema que se disipaba entre el ruido de la calle y los asistentes, el público juvenil revisaba las revistas de comics japoneses, género incomprendido por los adultos, pero que valoro en cuanto sirve como viaje iniciático en la lectura.

Junto a algunas editoriales clásicas como Fondo de Cultura Económica, LOM o Bicentenario, sorprende para bien la gran cantidad de editoriales independientes que han surgido gracias a las ventajas de la tecnología. Imprimir un libro ya no requiere grandes máquinas ni un gran tiraje. Hoy basta con una buena idea, entusiasmo y arriesgarse económicamente.

Dentro de este mundo, figuran aquellos autores que de manera autodidacta han incursionado en la escritura, sacando con tanto esfuerzo como ilusión sus propios libros. Como si esta labor no fuese lo suficientemente agotadora, a varios de ellos uno los puede ver en la feria promocionando sus trabajos, asegurando una buena historia, personajes entrañables y una buena pluma. Debo reconocer que aquí me “hago el loco”, miro para cualquier parte y trato de cambiarme de lado, etc. Me da pudor y pena rechazar un libro y más de alguna vez, cuando me han pillado desprevenido, no me ha quedado otra que comprar un libro de uno de estos autores desconocidos. No es que menosprecie sus trabajos, sino, como dijo Roberto Ampuero en una columna anterior, hay tantas cosas pendientes por leer que uno está obligado a priorizar.

En esta línea, hace unos días escuché a un destacado columnista porteño de que antes, los chilenos leían más que ahora. La hipótesis, aunque atractiva, no me convence. A diferencia de muchos países, es muy raro que en un mall chileno no haya una librería. Asimismo, que se vendan libros pirateados en las calles es la mejor evidencia de que aquí hay un muy buen negocio. Y, por último, la presencia de tanta gente en la Feria del Libro de Viña del Mar es la mejor muestra de que en nuestro país, contrario a lo que creen muchos, se lee, bastante más de lo que uno cree. Que no calce con los gustos de algunos es otro problema, pero eso ya da para otra columna.

 Publicada en El Mercurio de Valparaíso.