La ex ballenera de Quintay: un valioso ejercicio de memoria

23 de Septiembre 2019 Columnas

Quintay es un pequeño poblado costero de nuestra región. Ahí, al borde mismo del mar y de las rocas, se ubica el museo de la ex ballenera. La mayoría de los museos suelen ofrecer desde su concepción curatorial una cierta lectura o interpretación, el visitante se adhiere o no a ella, le gusta o no le gusta. Lo que ocurre acá es mucho más complejo. Se trata de un ejercicio de memoria en que nos vemos fuertemente llamados a armar nuestra propia lectura. En la ballenera de Quintay se explotó durante largos años la caza y la comercialización de la ballena, hasta entrado el año 1967. Hoy, en ese mismo lugar, se haya un museo que parece querer cambiar ese sino y mostrar una defensa y cultura de la conservación de la especie. En un comienzo el visitante puede pensar que se trata de re significar un lugar marcado negativamente con una nueva propuesta. Es decir, montar sobre ese mismo lugar de explotación un nuevo marco de lectura sobre la ballena en Chile y el mundo. La muestra se encuentra en las mismas enormes construcciones de cemento en que se faenaban las ballenas. Ahí están los rieles y la rampa por donde se les arrastraba, ahí están las armas, los barcos, la fotos con la sangre y los hombres montados sobre estos enormes cuerpos heridos. Ahhh, dice uno, entonces el museo es una denuncia a todo lo que ahí ocurrió. Pero es también una reconstrucción minuciosa de los barcos, de los métodos, de lo que se hizo y como todo un pueblo funcionó durante años en torno a esta industria. Ahh, dice uno, entonces es una mirada nostálgica a una época de gloria de una caleta sumida hoy en el olvido y las nieblas marinas. Hay en esta aparente contradicción algo muy valioso. Y es que si hablo del museo de la ex ballenera de Quintay es porque me interesa pensar en el trabajo de memoria que lo sustenta y que es digno de reflexionar. Se trata de una puesta en escena en que dos posturas entran en choque: diálogo, retorno y tirantez difícil de solucionar. La ex ballenera de Quintay superpone dos modelos: el de la extracción y el de la conservación. El visitante ve uno montado sobre el otro, ninguno de los dos se anulan. Camino sobre los rieles herrumbrosos que arrastraron a las ballenas y veo los videos de científicos que promueven su cuidado y protección. Es el choque de ambas posturas el que golpea al visitante. Aquí no hay síntesis curatorial en la que me afirme para llevarme una moraleja a la casa. Aquí hay trabajo de memoria en la que se me obliga a preguntar, a abrir espacios de reflexión. Un punto álgido de esta estructura de choque es un video que recoge el testimonio de dos viejos ex obreros de la ballenera. Uno de ellos se muestra nostálgico y orgulloso de su pasado y sentencia que gustoso le hubiera enseñado su oficio a sus nietos. Otro, por el contrario, recuerda el sonido lastimero de los ballenatos a los que se les arrastraba junto a sus madres y se les mataba de igual forma. Asumir ese choque como un punto de partida para una memoria respetuosa, es sin duda lo más valioso de este singular museo. Parte esencial de la memoria es saber escuchar, algo que hacemos muy poco en estos tiempos de ruido y soluciones fáciles. Aquí se escucha tanto la voz de los balleneros como el canto de las ballenas. Así, este museo es una apuesta de elaboración de nuestro pasado: no intenta negarlo ni enjuiciarlo, lo acoge y lo proyecta sobre una nueva conciencia social y cultural de conservación y sustentabilidad. Hace ya tres semanas que lo visité y varias preguntas siguen persiguiéndome. Esa es la tarea de un museo: hacer que el visitante entre en un trabajo de elaboración de su propia memoria.

Publicada en Mercurio de Valparaíso.

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