La diáspora Árabe en Chile (Parte I): Un difícil comienzo

18 de Abril 2017 Columnas Noticias

A partir del gobierno del Sultán Abdülhamit II (1876-1909), la condición del Imperio Turco Otomano comenzó a modificarse. Si bien, aún se mantenía el espíritu de las reformas del Tanzimat, ligadas al desarrollo de la cultura y las ciencias; por otra parte, se comenzaba a acusar al Sultán por sus prácticas dictatoriales, a lo cual se sumaba el hecho de la existencia de una economía más bien deprimida, que no lograba remontar. Esto último era visible, especialmente, en la casi nula industrialización y en una dependencia directa a la agricultura y la ganadería, sin acceso a mayores bienes de consumo y con una dieta bastante exigua, que incluía cebada, cebollas, lácteos, etc.

El aumento de los impuestos junto a la imposición de las cargas militares, provocaron la paulatina despoblación de las zonas rurales, siendo así que durante fines del siglo XIX y comienzos del XX, se generó la primera gran ola de migración árabe a Sudamérica; sobre todo árabes-cristianos provenientes de Siria, Líbano y Palestina. Es por lo anterior, que muchos de ellos llegaron portando pasaporte del imperio, por lo cual, en el caso chileno, fueron denominados “turcos”.

Si bien, 1885 es considerado como el año de inicio de la inmigración árabe en Chile, no fue hasta el período contemplado entre 1900 y 1930, que ésta llegó a sus máximos niveles. Esto se explica por varios factores, pero, sobre todo destaca la necesidad de mano de obra al interior del país, así como las noticias que corrían en relación a Chile como tierra de promisión.

Este proceso migratorio se ha dividido en tres etapas: desde 1900 a 1914, período en el cual se asienta sobre el 50 % de los inmigrantes que arribaron al país; 1915-1920, disminución de la inmigración, producto de la Primera Guerra Mundial; 1920-1930, post- Primera Guerra Mundial, con niveles importantes de inmigrantes, pero no tan numerosos como en la primera etapa.

En general, la mayoría de los inmigrantes que llegaron eran hombres solteros, menores de treinta años, que no contaban ni con una profesión ni con educación formal, pues en su mayoría eran campesinos, pastores y artesanos, provenientes de ciudades como Belén, Alepo, Homs, Beirut y Damasco. Para todos ellos, la travesía significó, no sólo un sacrificio humano, sino que también, un gran esfuerzo económico –por los costos del traslado-, a lo que había que sumar la navegación por el Atlántico que se extendía por más de sesenta días, muchas veces en condiciones calamitosas. Todo esto finalizaba con el arribo a Buenos Aires, Argentina. Desde allí, el viaje continuaba hasta Mendoza, desde donde, a “lomo de mula”, a través de los Andes, se realizaba el cruce que duraba de cuatro a siete días. La otra posibilidad era tomar una embarcación que cruzará el Estrecho de Magallanes para llegar hasta Valparaíso o Talcahuano.

Una vez en Chile, los árabes trataron de adaptarse al nuevo entorno, economizando en todo aquello que pudieran e instalándose en barrios populares que les permitieran encontrar viviendas a bajo costo. Es por lo mismo, y no debe extrañar, que muchos de ellos se asentaron en los denominados “conventillos”. A su vez, cabe destacar, que aunque la mayoría de los árabes se establecieron en Santiago, la decisión del asentamiento geográfico dependió de su lugar de origen en el Medio Oriente; es decir, si el emigrante provenía de una zona urbana, en Chile se establecía en una ciudad; en cambio, si los inmigrantes provenían de zonas rurales, preferían establecerse en pueblos o ciudades pequeñas. Con todo, al poco tiempo de haber llegado, ya se habían desperdigado por el territorio chileno, dedicándose a la actividad comercial y textil, como vendedores ambulantes. Al comenzar la década de 1940, bajo la dirección de Ahmad Hassan Mattar se llevó a cabo un censo de los árabes en Chile, para elaborar una guía social de la colonia siria, palestina y libanesa residente. Esta se presenta recorriendo de norte a sur los pueblos y ciudades del país, entregando un listado de los árabes establecidos con una pequeña descripción biográfica y actividad económica. En términos generales, la guía establece que los palestinos son las familias más numerosas (1.206 familias), la mayoría provenientes de pueblos como Betyala, Belén, Jerusalén, Taiba y Ramalla. Siguen las familias de los sirios (706 familias), la mayoría del pueblo de Homs. Por último, los libaneses (448 familias), principalmente del pueblo de Akura.

Sin embargo, la adopción e integración de la comunidad a la sociedad chilena, no fue del todo fácil. Varios prejuicios se hicieron patentes durante los primeros años, sobre todo por el desconocimiento de su cultura. Despectivamente se les llamo “turcos”, por el pasaporte que traían, lo que se manifestó de forma palmaria en un proceso de discriminación que se denomino “Turcofobia”. A esto se suma el hecho de que fueron cuestionados por su actividad laboral: el comercio, considerados “mercachifles” (mercader de poca importancia). Además, habría que sumar la barrera del idioma, distancia que poco a poco se fue acortando a partir de, justamente, el desarrollo del comercio.

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