Uno de los problemas, quizás el mayor, del pasado proceso constituyente fue la incapacidad estructural de sus protagonistas para entender y procesar las críticas que -sin mala intención- se le hacían desde afuera. Principalmente, que pasar máquina gracias a una correlación de fuerzas espuria excluyendo completamente a la derecha era una brutalidad estratégica. O no lo entendieron o no lo quisieron entender. Ahí está el resultado.
Por lo mismo era crucial que los protagonistas del nuevo proceso -es decir, los partidos con representación parlamentaria- fueran capaces de leer correctamente el escenario antes de tirarse el piquero. La idea de convocar expertos para delinear la ruta constituyente se interpretaba en esa línea: varias encuestas apuntaban a que los chilenos querían una nueva Constitución elaborada por “los que saben.”
Íbamos bien. Íbamos tan bien. Habíamos logrado acallar las críticas de los porfiados y malos perdedores que nunca creyeron en la voluntad de los actores políticos que estuvieron por el Rechazo para perseverar en el proceso constituyente. Los políticos, incluso esa derecha que mucho progre considera abyecta, cumplieron su promesa. Es cierto que lo hicieron pactando condiciones medio leoninas, como por ejemplo que los nuevos constituyentes no puedan tocar las “bases” determinadas por el propio Congreso, algunas de las cuales son perfectamente disputables o al menos conversables en el marco de una deliberación constituyente. Pero bueno, cumplieron igual.
Lo que tocaba ahora era nombrar a los expertos que van a poner la música del futuro Consejo Constituyente. Y se dijo en todos los tonos posibles: que sean verdaderamente expertos, ojalá grises profesores de derecho constitucional. Que no sean operadores, advirtió Ricardo Primero. Mira que la gente anda chúcara y al primer atisbo de una Constitución “hecha por los políticos” nos tira la propuesta por la cabeza. No era tan difícil leer el paisaje.
La cosa andaría bien en la medida que los iluminados tuvieran credenciales que presumir. La derecha insistió en el punto, preocupada por si la izquierda abusaba de la instancia.
Sin embargo, la izquierda nombró mayoritariamente expertos. Salvo el caso impresentable de los senadores que designaron a su propia jefa de prensa (volvemos a Lagos: no se les ocurra nombrar al jefe de gabinete, al compadre o a la comadre), los nombres que ofreció el oficialismo pasan el filtro de la expertise.
La derecha, en cambio, guateó. Nada contra las personas de carne y hueso que propuso para el Comité de Expertos. Grandes personas, y probablemente un aporte a la discusión. Pero la mayoría tiene perfil político más que técnico. El caso de Katherine Martorell es el más polémico, pero no es el único. Varios de ellos pudieron perfectamente competir por un asiento en el Consejo Constituyente, sobre todo tomando en cuenta las particulares condiciones de dicha elección.
Hernán Larraín Fernández salía caminando en el Maule, por ejemplo: campaña corta donde un nombre instalado vale oro. ¿Acaso no había expertos en materias constitucionales que no hayan sido ministros o altos funcionarios de Sebastián Piñera? ¿Acaso creen que el triunfo del Rechazo mutó milagrosamente la percepción de la gente respecto de su segunda administración? ¿Realmente las dirigencias partidarias de la UDI y RN pensaron que sería una buena idea subir militantes duros al espacio que, para blanquearse ante las críticas, tenía que ser más papista que el Papa? Igual que los pasados constituyentes, leyendo pésimo el escenario.
Por supuesto, no creo que quieran hacer fracasar el proceso de entrada. Como reza la navaja de Hanlon, no hay que atribuir a mala fe lo que usualmente se explica por una lectura deficiente de la realidad. Así, la derecha pone en riesgo un proceso que -quizás más que el propio gobierno de Boric- necesita que salga bien.
Pocas veces tendrá la oportunidad de sacudirse una Constitución dictada en dictadura para decir prácticamente lo mismo en una Constitución elaborada en democracia. Y, aun así, estira el elástico, en tiempos en los cuales la gente siempre encuentra más razones para votar en contra que a favor de lo que le propongan.
Todo esto sin siquiera mencionar otra obviedad que resulta menos obvia para Suecia y Antonio Varas: del mismo modo que lo que menos necesitamos ahora son voceros mono-causales y activistas temáticos, también hay que prescindir de representantes ideológicos químicamente puros, ebrios de convicción justiciera.
Lo que necesitamos -al menos en la etapa de los expertos, lo otro lo decide la democracia- es cabezas que piensen el problema constitucional en un sentido sistémico y, a riesgo de esoterismo, políticamente holístico. Por último, que hagan como que coquetean con la deliberación Habermasiana y la razón publica Rawlsiana, para contrastar con la carnicería adversarial que fracasó.
Por último, que se concentren nada más en los cuatros fierros arománticos que organizan los poderes del estado y la “sala de máquinas”. Si el primer día empiezan con que el derecho a la vida del que está por nacer y la inexpropiabilidad de los fondos de pensiones, sabremos que ignoraron esta súplica. Ojalá que no, ojalé me tapen la boca. Ojalá la derecha no haya puesto en riesgo el nuevo proceso constituyente.
Publicado en Ex Ante