La corbata

30 de Julio 2018 Columnas

La semana pasada el llamado de atención de un par de diputados a Jaime Bassa, doctor en Derecho, por no llevar puesta ni chaqueta ni corbata durante su presentación en una Comisión del Congreso generó un serie de comentarios en contra de este atuendo.

Su origen, tal como lo mencionó Samuel Rubio en las cartas al director, nos conectan con Croacia, que ha estado tan de moda luego de su gran actuación en este último mundial de fútbol. A tal punto llega la importancia de este objeto en este país que existe un día de la corbata, 18 de octubre. Un sitio de a divulgar su cultura, aclara que los orígenes de esta prenda se remontan a 1635, cuando un ejército proveniente de la actual Croacia llegó a apoyar al cardenal Richelieu y al rey de Francia, Luis XIII.

El traje de estos soldados estaba compuesto, entre otras cosas, por unos pañuelos que iban anudados al cuello y que tenían además, un nudo en la mitad del cuerpo. Este artículo de vestir llamó la atención de los franceses que lo imitaron y comenzó a ser utilizado en algunos círculos de la élite.

La popularidad de la “croatta” o “cravate”, como fue evolucionando su nombre, llegó a su punto máximo durante el gobierno del rey Luis XIV. La expansión de su reinado permitió que su uso se popularizara a través del mundo. No obstante, durante la revolución francesa, también se presentó como un artículo asociado a la nobleza, lo que generó un rechazo. Durante el siglo XIX la corbata recuperó su popularidad y a inicios del XX se masificó como prenda de vestir. Dejó de ser un artículo suntuoso para transformarse prácticamente en uniforme de los sectores ligados a la industria de los servicios.

En nuestro país, su uso se registra antes de la independencia y se extiende durante la época republicana. El historiador Santiago Lorenzo recoge la sabrosa anécdota del Ministro Diego Portales cuando fue a visitar una clase de análisis gramatical en la Academia Militar: “Observando que había un corbatín, obligatorio en el uniforme, pide permiso para interrogar al joven, preguntándole: ¿Qué parte de la oración es corbatín, señor?, a lo que el aludido responde: Sustantivo común, señor. Portales replica, señor cadete ¿no está usted equivocado? No señor, responde el joven, a lo que él le vuelve a replicar: Piense Ud. Señor cadete en su contestación, creo que corbatín no es sustantivo común, pues al ser así Ud. lo llevaría”.

A pesar de ser un “sustantivo común”, durante gran parte del siglo XX, el rechazo a la corbata se transformó para los jóvenes en un símbolo contra el sistema y lo establecido como políticamente correcto. Hoy en día, su uso se ha ido limitando a ciertos sectores más tradicionales, como el Congreso, mientras que en las escuelas y liceos, por ejemplo, es cada vez menos común. El caso del Casino de Viña del Mar es uno de los tantos ejemplos de la retirada de este implemento. Hace unos años se dejó de prohibir el ingreso a quienes no la llevaban, acabando con el próspero negocio del arriendo de corbatas en un quiosco que está al frente de la entrada. Y es que la moda, como las costumbres, evoluciona y no es raro pensar que de aquí a 50 años, el uso de la corbata no sea más que una curiosidad.

Más allá de estos cambios, vale la pena detenerse y pensar que aunque la ropa cumple con un fin práctico, muchas de las cosas que usamos están de más y funcionan como adornos de algo. Basta que pensemos en la importancia que le asignamos al anillo de compromiso. He ahí la particularidad del ser humano y nuestra distinción frente al resto de las especies, la capacidad de ir más allá de lo concreto y otorgar valor a las cosas en un sentido abstracto.

Así funciona el mundo, ahí radica parte de su complejidad y riqueza. El problema es cuando esas formas terminan siendo más importantes que lo esencial. En el caso de Bassa, aunque uno pudiera estar de acuerdo con que la vestimenta no era la apropiada ocasión, esa discrepancia no es suficiente como para desacreditar a una persona.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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