La censura siempre ha existido, en todos los ámbitos, épocas y colores políticos. Durante la dictadura de Franco, el “Servicio de Orientación Bibliográfica”, en España, ponía en serios aprietos a Carlos Barral, el editor de escritores latinoamericanos tales como Julio Cortázar y Carlos Fuentes.
Un informe desglosa los criterios para la supresión de determinados pasajes: ¿Ataca al Dogma?, ¿A la moral? ¿A la Iglesia o a sus ministros? ¿Al régimen y a sus instituciones? ¿A las personas que colaboran o han colaborado con el Régimen? Han pasado los años, y ya sin dictaduras de por medio, uno se pregunta por el sentido o función de la censura en nuestros tiempos.
Hemos leído en los medios sobre el trabajo de revisión de algunos clásicos, tales como las novelas de Agatha Christie, por parte de la editorial Harper Collins. Se trata de una relectura por lectores profesionales, llamados “lectores sensibles”, los que deben detectar y cambiar todos los pasajes que puedan resultar ofensivos por sus referencias raciales.
¿Qué hay en el trasfondo de esta nueva censura o auto-censura? Me pregunto a quién “ataca” u “ofende” un determinado uso del lenguaje. De niña, mi escritora favorita era Enid Blyton, y sufrí una gran desilusión al leer un pasaje en que se tildaba a los latinoamericanos, de modo confuso y general, de “traficantes”. Pero no me sentí ofendida en lo personal, me sentí desilusionada de ella y sus prejuicios. La presencia de epítetos racistas en grandes escritores, más que ofender la sensibilidad de un lector determinado, ofende al escritor mismo.
Así, cuando la editorial Harper Collins elimina pasajes sensibles, no lo hace para “proteger” o “respetar” a un lector de determinada raza que pueda sentirse aludido, lo hace para protegerse de la propia vergüenza que le produce un pasado imperialista y colonial. Mi sensación es que la autocensura no solo está llegando a límites absurdos, sino que, además, deshonestos. Censurar para no ofender, puede ser; pero censurar para borrar lo que se ha sido en vez de asumirlo es un acto de negación contraproducente.
Publicada en El Mercurio.