Constatar que estamos viviendo un cambio de época es una obviedad. Pero al mismo tiempo una colosal verdad. Sabemos que todas las profesiones cambiarán. De hecho, muchas de ellas ya están cambiando. Pero no somos todavía capaces de dimensionar el alcance final de ese cambio. Vemos anuncios catastrofistas de los millones de empleos que se perderán en las próximas décadas y todos los días nuevos ejemplos de cómo la Inteligencia Artificial reemplazará más y más actividades.
Un autor tan relevante como Adam Smith escribió “La Riqueza de las Naciones” pocos años antes de que la Revolución Industrial explotara, dándose cuenta del enorme cambio que venía, pero sin poder dimensionarlo adecuadamente. De cierta forma, hoy hacemos la misma reflexión que Smith, en los albores de un gran cambio, pero que —sin embargo— será mucho más amplio y más profundo.
En este escenario, la vieja pregunta de ¿qué debo estudiar? cobra una gran vigencia. Por cierto, no existe una respuesta única, pero ella es menos obvia que simplemente estudiar “tecnología”.
La pregunta más relevante, sin embargo, es ¿cómo debo estudiar? Y aquí sí tenemos algunas respuestas más claras.
Intentar hacer un ejercicio de adquirir mero conocimiento, como usted y yo hicimos en la universidad, es tan inútil como imposible. La multiplicación del conocimiento, así como su rápida obsolescencia, hacen que ello sea un ejercicio completamente inservible. Ya Séneca, hace dos mil años, decía que la educación no podía consistir en “llenar una vasija”; sin embargo, la realidad muestra mayoritariamente el intento de aquello. Estamos intentando llenar vasijas de conocimientos con carreras profesionalizantes y cerradas en sus respectivas disciplinas. Abogados que solo aprenden de leyes e ingenieros que solo aprenden de matemáticas.
El problema parte en los colegios, bajo la fatídica distinción de los estudiantes entre “científicos” y “humanistas”, donde los humanistas suelen ser simplemente “malos para las matemáticas”. La distinción es completamente absurda si se considera que grandes humanistas han sido grandes científicos y viceversa. ¿Da Vinci, Aristóteles o Newton, a qué lado de esa clasificación habrían quedado? Las universidades en Chile (y en Latinoamérica) han solido replicar ese absurdo. Y en carreras humanistas se enseña solo “humanidades” y en las científicas se enseña solo “ciencia”.
La realidad de las mejores universidades del mundo, sin embargo, es otra. Y ello, en los albores del cambio que estamos experimentando por la Inteligencia Artificial, cobra más sentido.
La educación universitaria debe hacer énfasis en una educación general, amplia, que fomente el pensamiento crítico, la plasticidad intelectual, el discernimiento ético y la mirada interdisciplinaria. Debe, en definitiva, enseñar a pensar. Algo que se podrá utilizar en cualquier trabajo, en cualquier nueva profesión, en cualquier ámbito de la vida. Esa educación general, enfocada de esta manera, es lo que llamamos “artes liberales”, herramienta que permite ejercer la libertad adecuadamente y ser no solo mejores ciudadanos, sino que profesionales mejor capacitados para enfrentar un mundo impredecible.
Para los futuros profesionales será clave ser flexibles y no aferrarse al pasado, soltar rápido las habilidades que pierden valor y adquirir pronto las que se vuelven necesarias. Áreas más fortalecidas serán las que requieran movimiento del cuerpo, las que involucren empatía y conexión con otros.
Así, la pregunta sobre la “carrera del futuro” pierde ansiedad si entendemos que la “formación del futuro” es la formación —paradójicamente— del “pasado”, la formación que ya Platón puso en valor: aquella destinada a personas libres (en contraposición a la formación de los esclavos). Seguir formando abogados o ingenieros como se educaron nuestros padres o nuestros abuelos es un ejercicio tan inútil como inadecuado. Tuvo alguna validez en el mundo analógico. Hoy se necesitan personas que piensen de manera crítica y a la vez creativa, ya que ellas podrán desempeñarse en cualquier ámbito.
Volviendo a Séneca, se necesitan profesionales que no carguen una vasija de conocimientos obsoletos, sino que porten una llama. La llama de la libertad, de la creatividad y de la adaptabilidad.
Publicada en El Mercurio.