La imagen de estos días tiene sin duda connotaciones históricas: los ministros de un saliente gobierno de centroizquierda, en bilaterales de coordinación junto a los ministros de centroderecha que asumirán en su remplazo. Si durante los largos años de la transición alguien nos hubiera contado de una futura reunión de trabajo entre una ministra de la Mujer que milita en el PC y su sucesora de la UDI -un encuentro al parecer cordial y respetuoso-, a esa persona seguramente le habríamos recomendado cambiar de medicamentos.
El que hoy ello sea posible y permita sentar un precedente, es parte del “legado” más destacable de lo acontecido en esta última década: una sociedad que debió acostumbrarse a la alternancia en el poder, a descubrir que más allá de las diferencias políticas, hay aspectos donde puede existir una continuidad políticamente relevante. Que podrá gustarle a algunos y ser un trago amargo para otros, pero eso no impide reconocer que la decisión tomada en este sentido por ambas administraciones -la que se va y la que llega- es un avance enorme en materia de cultura democrática.
Con todo, Sebastián Piñera asumirá en una semana más con el desafío de emitir señales políticas precisas y diferenciadoras respecto a lo que representará su gobierno. En efecto, la nueva administración deberá moverse entre el anhelo de la discontinuidad, es decir, hacerse cargo de esa mayoría que desaprobó a Michelle Bachelet durante más de tres años y al final optó por el cambio, y la necesidad de no tensionar en exceso los nexos con la futura oposición. No será fácil moverse sobre ese delgado filo; y es probable que con relativa prontitud quede en evidencia si el nuevo gobierno tenía o no un diseño prolijo para abordar dicho desafío.
En paralelo, deberá asumir también situaciones que no pueden seguir dilatándose. Una de ellas, la que afecta al todavía General Director de Carabineros, Bruno Villalobos, cuya permanencia en el cargo tensiona el imperativo de restablecer el principio de la responsabilidad política y de mando respecto a la grave crisis que afecta a la institución. En este ámbito, el nuevo Presidente no tendrá mucho margen de tiempo para explicitar los criterios que pondrá en práctica frente a dicho problema, y si la continuidad de Villalobos al frente de la institución es o no parte de ellos.
Del mismo modo, el cuadro crítico que enfrenta el Sename será con seguridad otro de los flancos que no admite dilaciones. Frente a un escenario donde el Estado sigue violando los DD.HH. de niños y adolescentes vulnerables, prolongar la inexplicable indolencia mostrada por la actual administración tendría costos políticos muy altos. Al contrario, este drama social es de tal envergadura que, de entrada, debiera concentrar buena parte de los esfuerzos por mostrar un cambio cualitativo en materia de gestión.
En definitiva, será al calor de estas y otras urgencias que el nuevo gobierno tendrá que empezar a mostrar sus cartas y a desplegar su sello. La capacidad de construir mayorías para rectificar sin demoler, logrando a su vez impulsar su programa sin generar mayor polarización, será al final una de las claves que definirá el éxito o fracaso político de la próxima administración.
Publicado en
La Tercera.