La Alta Comisionada Bachelet

1 de Septiembre 2018 Columnas

Bachelet ya está en Ginebra. Donde nació Rousseau. Donde vivió Voltaire. Donde murió Calvino. En una de las ciudades más bellas, pero más aburridas del mundo, la ex Presidenta se ha instalado, lejos de la hojarasca chilena, con vista al lago y lejos del mar.

Hoy asume un cargo controversial: el Alto Comisionado de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Un puesto en el que se suelen hacer pocos amigos. Al menos así ha sido hasta ahora…

Su antecesor, Zeid Ra’ad Al Hussein, se ganó la odiosidad de muchos. El gobierno de Hungría pidió su dimisión después de que este tildase al primer ministro, el nacionalista Viktor Orbán, de “racista” y “xenófobo”. Se ganó también la enemistad del Presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, que llegó a llamarle “cabeza hueca” e “hijo de puta”, después de que Zeid Ra’ad Al Hussein sugiriese que el Mandatario debería pasar por una “evaluación psiquiátrica”.

La dictadura venezolana ha señalado que “desde el comienzo de su mandato, el señor Al Hussein ha hipotecado la majestad del cargo que representa para colocarlo al servicio de la estrategia de agresión permanente que se desarrolla contra la República Bolivariana de Venezuela”. Y esta misma semana, el Presidente de Nicaragua lo sindicó de estar al servicio de los poderosos, diciendo que es “un instrumento de la política de la muerte, de la política del terror, de la política de la mentira, de la política de la infamia”.

A ese cargo se va Bachelet. A un lugar situado en la primera línea del mundo. Un lugar donde no se puede decir “paso”, donde la “intuición” no la puede volver a traicionar, donde no se puede “enterar por la prensa”, donde los errores no pueden ser ni de diseño ni de implementación.

Y el mundo ya ha puesto los ojos en Bachelet. El diario conservador español ABC tituló hace pocas semanas: “Michelle Bachelet: una aliada de los Castro, al frente de los derechos humanos en la ONU”. Si bien la palabra “aliado” puede discutirse, no se puede negar que las mariposas abundan por el estómago de la ex Presidenta al escuchar la palabra Fidel. Cómo olvidar esa imagen de 2009, donde -bajo el calor de La Habana, mientras se acomodaba la blusa- corrió para abordar el auto que la llevaría a ver al comandante. Y cuando murió Fidel, cómo olvidar que dijo que Castro era “un líder de la dignidad y la justicia social”.

Es precisamente por lo anterior que Bachelet asume bajo la mirada sospechosa de muchos. El Observatorio Cubano de Derechos Humanos, con sede en Madrid, calificó de “un grave error” su designación y la organización de derechos humanos UN Watch, radicada en Ginebra, dijo tener “serias preocupaciones” por el “historial controversial” de Bachelet por su apoyo a “gobiernos que han violado los derechos humanos, como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua”.

Michelle Bachelet como comisionada deberá demostrar en qué lado del mundo está. Si condenará las obvias violaciones a los derechos humanos de Venezuela, Cuba y Nicaragua o si, enarbolando eufemismos, en el fondo no dirá nada.

Una posibilidad es que Bachelet se transforme en lo que fue Insulza en la OEA, quien le hizo honor a su apellido (“insulso”) y cuyo contraste con el actual secretario general, Luis Almagro, es impresionante. Mientras el actual secretario ha denunciado, ha levantado la voz y se ha ganado enemigos, Insulza se limitó a desenfundar pistolas de agua y a amenazar con guatapiques. Si ese es el camino que seguirá Bachelet, sería una decepción para el mundo.

La otra posibilidad es que Bachelet se transforme en una líder mundial y demuestre que por sobre todo está la democracia, que los regímenes que se comen la institucionalidad deben ser denunciados fuertemente y que los gobiernos autoritarios deben ser condenados vengan de donde vengan. Si esa es la fórmula elegida, sería no solo un aporte en materia de derechos humanos, sino que además se transformaría en un referente internacional.

Mientras para Chile Bachelet seguirá siendo una sombra para cualquier liderazgo de la ex Nueva Mayoría (ya que será la única que aparecerá en las encuestas), en el mundo habrá expectación. Y, querámoslo o no, a partir del lunes empezaremos a ver qué vestido se pondrá Bachelet.

Quizá no estaría de más recordarle a la ex Presidenta las palabras del connotado ginebrino Rousseau, quien dijo alguna vez “no conozco mayor enemigo del hombre que el que es amigo de todo el mundo”. Si la comisionada Bachelet quiere hacer una buena labor, lo dicho por Rousseau se le aplica 100%. Aunque, eso sí, habría que transformar la frase a un lenguaje inclusivo.

Publicada en El Mercurio.

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