Irónico destino

22 de Junio 2021 Columnas

La lógica del desenlace fue más importante que el resultado mismo: Claudio Orrego tenía la gobernación metropolitana perdida hasta el momento en que empezaron a ingresar al conteo los votos del sector oriente de Santiago. Quizá como preludio de una derrota histórica que la derecha empieza a aquilatar con una lúcida ambivalencia; así, en el actual contexto, el problema ya no parece ser la eventual pérdida de la próxima elección presidencial, un riesgo que en principio todos comparten. El problema de fondo es que no sabe si de verdad quiere ganar. Más aún, no tiene claro que una victoria le convenga al país y ni siquiera a sí misma.

Entre las cosas que el estallido social dejó en evidencia, hay una que es decisiva para explicar esta duda existencial: Chile es una democracia fallida, que no resiste la prueba de la alternancia en el poder; para un sector significativo del país, que la derecha gane elecciones es una anomalía intolerable, que incluso lleva a justificar hechos que serían simplemente inaceptables en un cuadro de normalidad, es decir, cuando los que ganan las elecciones son los únicos que creen tener autoridad moral para hacerlo. En rigor, mucho del énfasis retórico usado por la centroizquierda para aniquilar los últimos treinta años ha tenido como intención estratégica sublimar esta realidad: hay amplios sectores que no están dispuestos a reconocer la legitimidad para gobernar de la derecha, aunque tenga mayoría absoluta.

Pues bien, ahora comienza a cristalizar un sector de la propia derecha que asume las consecuencias de todo esto; sabe o al menos intuye que si llegara a ganar las próximas elecciones, la actual crisis social y política simplemente no se resolvería en el corto plazo; incluso no es descartable que el país se incendie de nuevo. Esta creciente certidumbre es la versión descarnada de una campaña del terror al revés: “el riesgo mayor no es que ganen mis adversarios, es que gane yo. Si estoy inevitablemente condenado a perder, al menos tendré la fuerza para decidir, según mis convicciones e intereses, quién debe ganar”.

La paradoja de una eventual derrota histórica es que podría hacer que la derecha sea en la próxima elección presidencial lo que no consiguió en el proceso constituyente: un factor desequilibrante; del mismo modo como lo fue el fin de semana pasado, cuando dio vuelta en el epílogo la elección de gobernador en la RM. En resumen, si finalmente todas sus debilidades actuales, su fracaso político y sus temores la dejan fuera de la segunda vuelta presidencial, será irónicamente ella quien decida cuál de las oposiciones hoy en disputa ganará la contienda definitiva. Y el triunfo de Claudio Orrego no dejó lugar dudas: para la derecha no es lo mismo un candidato de la ex Concertación que un representante del PC o el Frente Amplio.

Es que los dioses no pierden oportunidad para ironizar con el destino de los mortales, y a veces hacen que perder sea casi tan decisivo como ganar.

Publicada en La Tercera.

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