- MSc en Teoría e Historia de las Relaciones Internacionales por la London School of Economics and Political Science, 2016.
- Magíster en Historia Política y de las Relaciones Internacionales por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, 2010.
- Licenciado en Historia por la Universidad Adolfo Ibáñez, 2007.
Irán y el descontento
Es temprano para establecer algún juicio sobre la situación política, económica y social que experimenta Irán.
Ignacio Morales
MSc en Teoría e Historia de las Relaciones Internacionales
No hay duda alguna, es temprano aun para establecer algún juicio sobre la situación política, económica y social que experimenta Irán desde sólo días atrás. Sabemos, sin embargo, que miles de iraníes han salido a las calles, y no sólo en Teherán, para protestar al parecer, principalmente, por la precaria situación económica que experimenta el régimen de los ayatolas desde hace ya bastante tiempo. Y no, las manifestaciones no son un invento de una larga lista de enemigos internacionales del régimen, aunque estos mismos estén dichosos que la teocracia iraní sea puesta en cuestión. Digo esto porque el mismísimo Alí Khamenei, líder supremo del velayato persa ha manifestado públicamente su preocupación por estos movimientos sociales. Desde el consejo de los ulemas -líderes político-religiosos plenipotenciarios- hasta la presidencia de Hasan Rouhani, se han levantado voces que confirman una incipiente respuesta social frente a un descontento creciente.
Ahora bien, para comprender el contexto de las protestas es necesario estar al tanto del funcionamiento mismo del régimen político iraní. Desde la revolución de 1978, levantamiento que consolidó en el poder en 1979 al Ayatola Jomeini, Irán construyó una propuesta revolucionaria islámica shiíta que marcaría un cambio profundo en la balanza de poder del Oriente Medio contemporáneo. El corazón mismo de la revolución intentaba expandir esta revuelta político-religiosa y restituir lo que los mismos ulemas, o doctores de la ley, consideraban legítimo; un Estado islámico de corte shiíta que borrara cualquier rastro de la corrupta monarquía de Mohamed Reza Pahlavi que ellos mismos habían destronado. Así además, se hacía necesario competir con el poder de los regímenes sunnitas saudíes e iraquíes y, como no, con la presencia intrusiva de Estados Unidos, denominado por el mismo régimen como ‘el gran satán’.
Problema, en 1980 el régimen iraquí de Sadam Hussein, también en el poder desde 1979, inició una guerra abierta contra Irán que no acabaría hasta 1988. Esto, sin duda, mermó el poder expansivo de la revolución y obligó al régimen de Jomeini a buscar nuevos horizontes donde mantener vivo el espíritu de esta violenta revolución. El Líbano sería desde ahora uno de los brazos más fuertes del régimen de los ayatolas. Como consecuencia, Hezbollah, movimiento militante libanés shiíta radical, vería la luz en 1982, particularmente después de la invasión israelí sobre El Líbano aquel difícil año.
Es complejo comprender la estructura de poder política iraní, pero sólo así nos podemos acercar con algo más de certeza a los acontecimientos actuales. En 1979, Jomeini no llegó al poder apoyado solamente por una jerarquía religiosa, sino que también por grupos sociales diversos. Estudiantes y profesionales desempleados, por un lado y mercaderes que representaban una cara visible de la precaria institucionalidad económica, por otro, sumaron fuerzas con el discurso carismático de los ulemas para remover del poder a una monarquía deslegitimada.
Así, se comenzó a dar forma a la estructura político-institucional que definiría a la República Islámica de Irán hasta el día de hoy. El control político total, consolidado por una nueva constitución, se mantendría bajo la tutela de los ulemas quienes definirían al líder supremo de la República. Éste, tendría poder total sobre los asuntos internos e internacionales; así además, representaría la más alta jerarquía religiosa en lo que se transformaría, a todas luces, en una teocracia revolucionaria. De la mano de los ulemas y su líder supremo, se fundaba además uno de los soportes militares más importantes del Irán de Jomeini: la Guardia Revolucionaria Islámica. Ésta tendría como principal misión expandir la revolución por el Oriente Medio y, sobre todo, por encima de los regímenes sunnitas que los rodeaban. Con los años, esta fuerza militar alcanzaría tal poder que se ha considerado por una serie de analistas como un ‘Estado dentro de un Estado’.
Con todo, la figura del Presidente, único cargo electo democráticamente por la ciudadanía iraní, se encuentra varios escalones más abajo que el líder supremo, su consejo de ulemas y la Guardia Revolucionaria Islámica. Es por ello que su capacidad para estructurar cambios profundos en la política interna e internacional se reduce, en la práctica, a lo que determinen los ayatolas. Por lo demás, se debe considerar que la política presidencial depende mucho del presidente que la ejerza. Antes de la elección de Rouhani, el poder lo ostentaba el controversial Mahmud Ahmadinejad, un conservador más bien radical, poco amigo de las reformas. Fue durante su mandato, particularmente en 2009, cuando los iraníes salieron también en masa a las calles protestando contra su reelección, cuestionada por corrupta. La denominada ‘Revolución Verde’ fue aplastada por la Guardia Revolucionaria y no logró reestructurar el poder político en una etapa tormentosa para el mundo árabe, turco y persa islámico: la denominada ‘Primavera Árabe’.
En la actualidad, bajo la presidencia de Rouhani, las exigencias al régimen político iraní por parte de la ciudadanía son más altas. Todo esto, debido principalmente a una promesa no cumplida. Luego de las negociaciones entre Teherán y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, liderado por Estados Unidos bajo la administración de Barack Obama (sumando además a Alemania), proceso que intentaba frenar cualquier tipo de desarrollo nuclear con fines militares, las sanciones internacionales en materia económica sobre Irán se reducirían para permitir a Irán volver a tener acceso a créditos financieros internacionales. Una importante mayoría de iraníes contaban con esto para aspirar a un desarrollo económico sustentable, sobre todo luego de años de presión internacional frente a un régimen que ha sido responsabilizado por Estados Unidos como uno de los principales financistas de terrorismo de corte islamista en el mundo.
La verdad es que hoy, de acuerdo a lo que sabemos, son las nuevas generaciones de estudiantes desempleados y mercaderes desfinanciados los que han alzado la voz. Según las autoridades iraníes, el problema es más bien económico. Por otro lado, según los enemigos externos de Irán, esto es algo mucho más profundo que una revuelta económica; según ellos (Arabia Saudita, Estados Unidos, Israel, etc.), lo que está en juego es la deslegitimación de un régimen totalitario y radical que ha aplastado a los iraníes desde 1979. La ciudadanía exige el fin del financiamiento de guerras extra fronterizas: ¿Qué hacemos soportando el régimen de Bashar al Asad en Siria? ¿Qué hacemos financiando a Hezbollah en El Líbano? ¿Por qué mantenemos vivo el desastre humanitario en Yemen? Podríamos intentar explicar esto desde un punto de vista estratégico, pero para la ciudadanía iraní, sin trabajo y sufriendo una permanente precariedad económica, son preguntas que hacen total sentido.
Interesante, sin duda, que los mismos que llevaron al poder a los ayatolas, sean hoy los que pueden hacerlos nadar en aguas turbulentas. Veremos que pasa en los tiempos que vienen.
Publicado en El Mostrador.