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Intolerancia y frustración

El acento -al igual que en el caso de Trump- está puesto en la nacionalidad de origen de los acusados.
Karen Trajtemberg

Karen Trajtemberg

Magíster en Comunicación Estratégica
Directora Escuela de Periodismo UAI Campus Viña del Mar. Magíster en Comunicación Estratégica
  • Magíster En Comunicación Estratégica, Universidad Adolfo Ibáñez, Chile, 2014

Ex Jefa de prensa de Senador Ricardo Lagos W. Anteriormente trabajó en la sección política del diario la Segunda y en la revista Qué Pasa.

Esta fue la semana de los indignados, de la intolerancia y de la frustración. Primero, los chilenos recibieron con estupor, tristeza y molestia las noticias provenientes de Estados Unidos, respecto de la política de tolerancia cero impulsada por Donald Trump hacia los inmigrantes ilegales. El "pequeño" detalle es que aquello incluye niños que son separados de sus padres al cruzar la frontera y que hoy están en recintos rodeados por rejas, mientras sus progenitores esperan ser juzgados. Chile entero -al igual que gran parte del mundo- estalló en indignación, más aún cuando se comenzaron a filtrar audios e imágenes de lo que están viviendo los menores, muchos de ellos todavía lactantes. Están presos, algunos sin saber ni siquiera gatear. Las redes sociales chilenas hicieron gárgaras en repudio a la política del mandatario norteamericano y a su falta de civilidad. Pero mucho más cerca, en el Barrio República, en Santiago, el enojo nacional llegó a niveles dramáticos cuando el martes amanecimos con la noticia de la muerte de Margarita Ancacoy, trabajadora de la Universidad de Chile, que fue asaltada y asesinada a golpes por cuatro sujetos. Más tarde se supo que los supuestos responsables, eran de origen ecuatoriano. Rápidamente las redes sociales y las conversaciones de pasillo hirvieron de rabia, pues el hecho -masificado a través de los medios de comunicación y las redes- fue en extremo violento y repudiable. La situación se volvió aún más oscura cuando se viralizó un nuevo video en el que los hombres -en prisión preventiva- eran torturados brutalmente con golpes y electricidad por sus compañeros de cárcel ante la pasividad de Gendarmería. En ese momento, las redes sociales se convirtieron en un campo de batalla entre quienes festejaban la acción y quienes recordaban conceptos que parecen en desuso, como los DD.HH. Y entonces apareció gran parte del "jet set pseudo cultural" de este país festinando con la tortura, como el extenista devenido en opinólogo, Marcelo "Chino" Ríos, la modelo Tonka Tomicic y el arquero de la selección, Claudio Bravo, quienes aplaudieron la "medida correctiva", obviando que los acusados aún no han sido sentenciados (la presunción de inocencia sigue vigente en Chile) y que sus jueces y ejecutores eran precisamente la crema y nata de la delincuencia nacional. El componente xenófobo es innegable. No hubo la misma indignación cuando cuatro jóvenes chilenos torturaron hasta la muerte a Daniel Zamudio en pleno centro de Santiago. Tampoco han salido a pedir la muerte de los 18 inculpados por femicidios en lo que va de 2018. El problema es que aquí los acusados son extranjeros y la víctima, chilena. El crimen de Margarita es horrendo. Pero son los tribunales los llamados a juzgar y condenar. No Chino Ríos o Claudio Bravo. El problema está en que la batalla campal y el juicio express en la plaza pública de las redes sociales a los cuatro ecuatorianos, respaldado por figuras conocidas, tiene un sustrato de intolerancia nacionalista, que ya se ha manifestado en otros momentos y que es muy peligroso. ¿Tendremos ahora delincuentes de primera y segunda clase, de acuerdo a su lugar de nacimiento? ¿Qué sucede si el llamado de Ríos a "matarlos" (a los ecuatorianos) tiene eco? ¿Y si no todos ellos son culpables? ¿Qué seguridad hay, a partir de imágenes pixeladas y sin un juicio previo, de que los cuatro hombres detenidos son realmente responsables del macabro crimen? En realidad, el tema está en que lo que hoy prima es la cultura de la indignación, de las entrañas más que de la razón, pero con un peligroso componente de intolerancia y discriminación, amplificado por las redes sociales. Porque no queda claro qué es lo que realmente molesta: ¿Que hayan sido extranjeros los que cometieron el brutal asesinato? ¿Que -independiente de la nacionalidad- el crimen haya sido contra una mujer, mientras debatimos como sociedad cuánto avanzamos en equidad de género y en contra de la violencia sexista? ¿O que cuatro personas -sin ponerle nacionalidad, género ni ningún apellido- tengan la maldad suficiente para asesinar a golpes a otro ser humano, y luego reírse de aquello como si fuera una gracia? Lamentablemente, el acento -al igual que en el caso de Trump- está puesto en la nacionalidad de origen de los acusados, en la intolerancia y la frustración como sociedad, más que en un justo y debido proceso. El mismo que hay que esperar antes de proponer "matarlos" y celebrar mientras otros delincuentes, igual o más peligrosos, los electrocutan y son prácticamente condecorados en redes sociales. Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

Intolerancia y frustración

El acento -al igual que en el caso de Trump- está puesto en la nacionalidad de origen de los acusados.

Esta fue la semana de los indignados, de la intolerancia y de la frustración. Primero, los chilenos recibieron con estupor, tristeza y molestia las noticias provenientes de Estados Unidos, respecto de la política de tolerancia cero impulsada por Donald Trump hacia los inmigrantes ilegales. El "pequeño" detalle es que aquello incluye niños que son separados de sus padres al cruzar la frontera y que hoy están en recintos rodeados por rejas, mientras sus progenitores esperan ser juzgados. Chile entero -al igual que gran parte del mundo- estalló en indignación, más aún cuando se comenzaron a filtrar audios e imágenes de lo que están viviendo los menores, muchos de ellos todavía lactantes. Están presos, algunos sin saber ni siquiera gatear. Las redes sociales chilenas hicieron gárgaras en repudio a la política del mandatario norteamericano y a su falta de civilidad. Pero mucho más cerca, en el Barrio República, en Santiago, el enojo nacional llegó a niveles dramáticos cuando el martes amanecimos con la noticia de la muerte de Margarita Ancacoy, trabajadora de la Universidad de Chile, que fue asaltada y asesinada a golpes por cuatro sujetos. Más tarde se supo que los supuestos responsables, eran de origen ecuatoriano. Rápidamente las redes sociales y las conversaciones de pasillo hirvieron de rabia, pues el hecho -masificado a través de los medios de comunicación y las redes- fue en extremo violento y repudiable. La situación se volvió aún más oscura cuando se viralizó un nuevo video en el que los hombres -en prisión preventiva- eran torturados brutalmente con golpes y electricidad por sus compañeros de cárcel ante la pasividad de Gendarmería. En ese momento, las redes sociales se convirtieron en un campo de batalla entre quienes festejaban la acción y quienes recordaban conceptos que parecen en desuso, como los DD.HH. Y entonces apareció gran parte del "jet set pseudo cultural" de este país festinando con la tortura, como el extenista devenido en opinólogo, Marcelo "Chino" Ríos, la modelo Tonka Tomicic y el arquero de la selección, Claudio Bravo, quienes aplaudieron la "medida correctiva", obviando que los acusados aún no han sido sentenciados (la presunción de inocencia sigue vigente en Chile) y que sus jueces y ejecutores eran precisamente la crema y nata de la delincuencia nacional. El componente xenófobo es innegable. No hubo la misma indignación cuando cuatro jóvenes chilenos torturaron hasta la muerte a Daniel Zamudio en pleno centro de Santiago. Tampoco han salido a pedir la muerte de los 18 inculpados por femicidios en lo que va de 2018. El problema es que aquí los acusados son extranjeros y la víctima, chilena. El crimen de Margarita es horrendo. Pero son los tribunales los llamados a juzgar y condenar. No Chino Ríos o Claudio Bravo. El problema está en que la batalla campal y el juicio express en la plaza pública de las redes sociales a los cuatro ecuatorianos, respaldado por figuras conocidas, tiene un sustrato de intolerancia nacionalista, que ya se ha manifestado en otros momentos y que es muy peligroso. ¿Tendremos ahora delincuentes de primera y segunda clase, de acuerdo a su lugar de nacimiento? ¿Qué sucede si el llamado de Ríos a "matarlos" (a los ecuatorianos) tiene eco? ¿Y si no todos ellos son culpables? ¿Qué seguridad hay, a partir de imágenes pixeladas y sin un juicio previo, de que los cuatro hombres detenidos son realmente responsables del macabro crimen? En realidad, el tema está en que lo que hoy prima es la cultura de la indignación, de las entrañas más que de la razón, pero con un peligroso componente de intolerancia y discriminación, amplificado por las redes sociales. Porque no queda claro qué es lo que realmente molesta: ¿Que hayan sido extranjeros los que cometieron el brutal asesinato? ¿Que -independiente de la nacionalidad- el crimen haya sido contra una mujer, mientras debatimos como sociedad cuánto avanzamos en equidad de género y en contra de la violencia sexista? ¿O que cuatro personas -sin ponerle nacionalidad, género ni ningún apellido- tengan la maldad suficiente para asesinar a golpes a otro ser humano, y luego reírse de aquello como si fuera una gracia? Lamentablemente, el acento -al igual que en el caso de Trump- está puesto en la nacionalidad de origen de los acusados, en la intolerancia y la frustración como sociedad, más que en un justo y debido proceso. El mismo que hay que esperar antes de proponer "matarlos" y celebrar mientras otros delincuentes, igual o más peligrosos, los electrocutan y son prácticamente condecorados en redes sociales. Publicada en El Mercurio de Valparaíso.