Hiperquinética soledad

11 de Marzo 2018

La creencia popular dice que –al menos en el cine- las segundas partes nunca son buenas. Qué decir de las terceras entregas, donde no hay casi esperanza de que vaya a haber algún pasaje digno de recordar.

En política pareciera que la situación es similar. Este segundo gobierno de Michelle Bachelet no fue ni la sombra de su primer mandato, en el que logró pasar a la historia como la primera mujer Presidenta de Chile y terminar el periodo, en marzo de 2010, con una alta aprobación, cercana al 70%.

Cuatro años después, luego de desaparecer y dejar su imagen en stand by durante el primer gobierno de Sebastián Piñera, volvió de Nueva York en marzo de 2013 en gloria y majestad, con un importante respaldo ciudadano, pero además con una Nueva Mayoría que ya rozaba el suelo y que necesitaba del capital político de Bachelet para tener la opción de volver a La Moneda.

Así fue. El carisma que la caracterizaba nuevamente hizo de las suyas y le permitió volver al poder, ese vicio afrodisiaco difícil de dejar. Se instaló entonces, por segunda vez, en la “casa donde tanto se sufre” -como llamaba Arturo Alessandri Palma al palacio de Gobierno- e intentó repetir la historia.

En la soledad propia de quienes detentan el poder, quizás nadie le dijo que la historia puede ser cíclica, pero que no se copia a sí misma. O que las secuelas generalmente no son tan buenas como la entrega original. Y así, ahora probablemente nadie ha tenido el coraje de advertirle que no es buena idea pensar en un tercer periodo.

Hoy Bachelet deja el poder con un respaldo bajo el 40%, cifra muy alejada de lo que fue su “esplendoroso” final en 2010. Además, ahora se va políticamente sola, con una coalición quebrada, dedicada en un cien por ciento a definir estrategias para salir a flote y poco preocupada del cambio de mando y del adiós a la Jefa de Estado.

La Mandataria, en tanto, ha dejado bien claro en estas últimas semanas que quiere dejar su huella, su sello, su legado, aunque el tiempo apremie y el apoyo sea escaso. Por eso, en este final se dio el gusto de hacer todo lo que quería hacer.

Como señalaba un reportaje de una conocida revista, Bachelet no tuvo freno en estos días. Parecido a la “mejoría de la muerte” (ese estado que nadie se explica, por el que una persona parece sanarse justo antes de fallecer), la Mandataria volvió a ser algo similar a lo que era antes de este segundo periodo o –más bien- previo a que el caso Caval, su hijo y su nuera se le metieran por los palos y le quitaran la candidez, la cercanía y esa relación maternal que tenía con el electorado.

Ahora, aunque fuera por unos días, volvió a ser la Presidenta de antaño. Sonrió, fue cariñosa, abrazó a todo quien quiso ser abrazado. Mostró con orgullo los “avances” de su gobierno y visitó ciudades en el norte, centro y sur del país (de paso, se despidió de nuestra región).

Se dio sus gustos también. Lejos de estar en paz, en sus últimos meses apareció una compulsión legislativa casi hiperquinética, que la llevó a poner urgencias como la del proyecto de ley de identidad de género, solo una semana antes de entregar la banda presidencial.

O la reforma constitucional. ¿Quién habría imaginado al comenzar el gobierno que la reforma sería enviada al Congreso apenas unos días antes del cambio de mando? Probablemente muy pocos, pues a todas luces se trata de una decisión que pretende dejar un “check” en la agenda, más que un proyecto real, considerando además que se trata de una iniciativa que difícilmente el nuevo Ejecutivo respaldará.

¿Cuál es la idea de este apuro legislativo de última hora? ¿Qué sentido tiene, si cuando esas iniciativas eventualmente sean aprobadas llevarán la firma de Sebastián Piñera y no la de ella? Algunos han especulado ya con que Bachelet está pensando en dejar un legado que le abra la puerta a un nuevo regreso.

Es de esperar que la Presidenta entienda que si la segunda parte fue compleja, una tercera entrega sería despiadada. Que es mejor alejarse del poder, que estirar un elástico que ya en este gobierno estuvo a punto de cortarse varias veces. Ahora la Nueva Mayoría –o lo que resulte de esta crisis, junto o no a otras fuerzas de izquierda- debe concentrarse en buscar nuevos liderazgos, que responsablemente sean capaces de tomar las riendas del país a futuro y de renovar los cuadros dirigenciales. Y, en este escenario, Michelle Bachelet debiera irse como la primera mujer Presidenta de Chile, con la frente en alto y sin terceras intenciones.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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