Hace un mes, Joan Didion

25 de Enero 2022 Columnas

Ni el título ni el tema del primer artículo publicado en Vogue por la escritora estadounidense Joan Didion (1934-2021), fallecida hace casi un mes exacto, fueron de su elección. Self-Respect, Its Source, Its Power (1961), en realidad, era un texto que debía componer otra contribuyente de la revista, cuyo encabezado ya estaba impreso en la portada. Sin embargo, este nunca fue entregado. Didion tuvo que completar la tarea y redactar un breve ensayo sobre el asunto, el que en esos tempranos años daba muestras claras del genio escritural que acabaría por transformarse con el paso del tiempo. Allí, sin haber cumplido aún la treintena, afirmaba: “A pesar de la mayoría de nuestros lugares comunes, el autoengaño sigue siendo el engaño más difícil. Los encantos que obran sobre los demás no cuentan para nada en ese callejón trasero devastadoramente bien iluminado donde uno se encuentra consigo mismo: aquí, no sirven las sonrisas cautivadoras ni las listas de buenas intenciones cuidadosamente confeccionadas.” Impresiona en este fragmento la honestidad brutal sin opacidades de la juvenil Didion, como si, en algún punto, lograse adivinar lo que un futuro sin misericordia le depararía.

Por un lado, fue una testigo privilegiada de la segunda mitad del siglo XX y de los comienzos del nuevo milenio. En mi cátedra sobre las manifestaciones culturales desde la Guerra de Vietnam hasta la caída del Muro de Berlín, sugiero a mis estudiantes ver una y otra vez el documental sobre su vida, The Center Will Not Hold. Es un recuento excepcional sobre algunos de los episodios claves de la historia reciente de los Estados Unidos, en boca de quien fuese espectadora suya en primera fila. Una buena ilustración es el estremecedor relato sobre los escalofriantes días que rodearon a los asesinatos mandatados por Charles Manson el 9 de agosto de 1969 —jornada que, según muchos, puso un abrupto punto final a la década de los 60. La escritora recuerda con claridad aquel día de piscina en casa del periodista Dominick Dunne, hermano de su marido, el también escritor John Gregory Dunne, y de la actriz Ellen Beatriz. El teléfono sonaba y Beatriz, quien vestía un traje de baño Pucci, corrió a contestar el llamado. Era la legendaria Natalie Wood, para contar que la mujer del cineasta Roman Polanski, Sharon Tate, con ocho meses de embarazo, había sido acribillada junto a otras cuatro personas. Didion tuvo que entrevistar a Linda Kasabian, pareja del brazo derecho de Manson, quien había participado vigilando la entrada del domicilio donde se produjo la masacre. Kasabian se reunió varias veces con Didion, e incluso comió con su hijo en casa de la escritora, casa que, confesó, había merodeado con sus compañeros de secta días antes de perpetrar los homicidios en el infame Cielo Drive de Beverly Hills.

Por otro lado, la vida personal de Didion sería irremediablemente trágica. Su matrimonio con Dunne, guionista detrás de las premiadas cintas The Panic in Needle Park (co-escrita con Didion) y A Star is Born, no estuvo exento de vaivenes. Juntos adoptaron en marzo de 1966 a Quintana, una bebé huérfana que llegó a sus vidas de forma repentina y que abandonaría este mundo de igual modo. El 24 de diciembre de 2003, Quintana fue internada grave en una clínica por una gripe que se había agudizado con gran celeridad hasta convertirse en una neumonía. Mientras su hija aún permanecía en la unidad de cuidados intensivos, la noche del 30 de diciembre, John Gregory Dunne sufrió un infarto cardíaco sobre la mesa del comedor del departamento de la familia en Manhattan. Didion se encontraba sola con su marido cuando este murió de súbito. Quintana ya recuperada, a su vez, decidió trasladarse a Malibú. No obstante, al bajar del avión, tropezó en la escalera y se golpeó la cabeza causándole un serio daño. Luego de varios meses en tratamiento, murió el 26 de agosto de 2005. La escritora perdió así, en el breve espacio de algo más de un par de años, a toda su familia nuclear.

Cuando en 2012 Barack Obama le concedió la Medalla Nacional de las Artes, destacó, de hecho, la capacidad entrañable de Didion para indagar en el sufrimiento humano. Se refería, por cierto, a la desolación que ya había visto muchas décadas antes con sus propios ojos, por ejemplo, cuando fue cronista en San Francisco. En esa ciudad, en el momento de máximo apogeo del movimiento hippie, narró el ominoso encuentro con una madre drogadicta y su hermosa niña de apenas cinco años en el barrio de Haight-Ashbury. La pequeña, que leía un libro de historietas, lamía compulsivamente sus labios, extasiada con LSD. Este sería uno de sus relatos más célebres, incluido luego en el volumen compilatorio Slouching Towards Bethlehem (1968).

La trayectoria de Didion estuvo llena de libros extraordinarios. Por nombrar algunos, destacan The White Album (1979), The Year of Magical Thinking (2005) y Blue Nights (2011). Aunque nunca recibió el Premio Pulitzer, los reconocimientos no le fueron ajenos, entre ellos, el Premio Nacional del Libro de los Estados Unidos, doctorados honorarios de Harvard y Yale, y varios galardones más. Ahora bien, atendiendo una predilección personal, no puedo evitar concluir esta columna sin destacar otro fragmento de ese precoz ensayo aparecido en Vogue a principios de los 60: “Vivir sin autorrespeto (o amor propio) es quedarse despierto alguna noche, lejos del alcance de la leche tibia, del fenobarbital y de la mano dormida sobre el cobertor, contando los pecados de acción y omisión, las confianzas traicionadas, las promesas sutilmente rotas, los dones irrevocablemente desperdiciados por la pereza, la cobardía o el descuido. Por mucho que lo pospongamos, eventualmente nos acostaremos solos en esa cama tan notoriamente incómoda, aquella hecha por nosotros mismos. Si dormimos o no en ella depende, por supuesto, de si nos respetamos o no.”

Publicada en Issue.

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