¿Ha sido usted un buen cónyuge?

18 de Julio 2018 Columnas

Los movimientos feministas contra la desigualdad de género que han copado la agenda en este último tiempo, promueven una serie de cambios que implican, entre otras cosas, el fin de la educación sexista. No obstante, reconocen, esto va muchos más allá de una modernización de las mallas curriculares, porque se trata de un problema inserto en los medios de comunicación, en la calle, en definitiva, en la educación no formal.

Los ejemplos de discriminación de género abundan en la prensa del siglo XX. Desde las crónicas hasta la publicidad, la mujer aparece encasillada en su rol de madre y esposa, mientras que el marido figura como el “macho” proveedor.

Una muestra de esto aparece en una encuesta publicada en El Mercurio de Valparaíso a mediados de los sesenta, donde figuraban 30 preguntas dirigidas a esposos y esposas, de manera separada. Se trataba de trece circunstancias calificadas como “esenciales” de la vida matrimonial y que son para el historiador del siglo XXI, una fotografía de las prácticas cotidianas en los hogares de hace más de medio siglo.

El examen de conciencia para el marido incluía preguntas y posibles respuestas frente a situaciones de la vida diaria. Por ejemplo, qué decía el esposo cuando la mujer reclamaba que estaba fatigada, siendo una de las opciones: “¡Oh, si tú supieras lo que es trabajar!”.

Otra de las preguntas apuntaba a identificar cuál era la actitud del marido durante las comidas. ¿La había felicitado cada vez que le sirvieron un plato exquisito? o le dijo con aire resignado: “¡Esto ha vuelto a salir soso!” o, por último, le pidió que no hablara para poder usted escuchar el informativo radial.

La otra parte de la encuesta, dedicada para la esposa, preguntaba, entre otras cosas: ¿Cuál era su reacción cuando su marido se mostraba agobiado por de trabajo? Siendo la peor alternativa: “¡Oh, qué hombre más pusilánime!”.

Finalmente, en lo que correspondía al cuestionario del hombre, aparecía la pregunta de cuáles eran los reproches realizados por el marido a su pareja durante el año: Críticas por llevar mucho equipaje en las vacaciones; “Hablar horas y horas por teléfono”, en una época donde no había celulares, whastapp ni plan ilimitado de llamadas, y, por último: “El de ser maniática, porque no pudo usted encender un cigarro sin que ella viniera inmediatamente con un cenicero”, enfatizando el carácter servil de la mujer y el consumo habitual de cigarrillos en el siglo pasado.

También relacionado con el cigarro, en el cuestionario de la mujer figuraba qué ocurría cuando el marido se hacía una quemadura en el pantalón. La reacción óptima de la mujer era ofrecer llevarlo al zurcidor enseguida, la peor, desentenderse del problema aludiendo a la falta de tiempo para esa labor.

El examen de conciencia para la mujer incluía, además, preguntas como con qué habitualidad le preparaba al marido un dulce especial de repostería. Cuestionaba en qué circunstancias o cuándo le hacía un regalo. Aquí la respuesta que daba mayor puntaje era: “Encargando, 24 horas antes de la fecha en que se conocieron, lo necesario para prepararle el plato favorito que la madre le hacía cuando era soltero”.

Por último, el cuestionario femenino cerraba con la pregunta: “¿Por qué lo censuró durante el año?”. Si la respuesta era por gastar demasiado en libros, no obtenía puntos. “Por estar demasiado tiempo fuera de la casa”, obtenía la mitad del puntaje. La mejor opción era: “Por ser desaseado y no afeitarse todos los días”.

Luego de sumar los puntajes, las máximas calificaciones lo hacían acreedor de ser el cónyuge perfecto. De la mitad para arriba para era bastante bueno y los que estaban más abajo, “quizás no sea del todo malo…aunque conviene no divulgar el resultado”. A pesar de que nos pueda parecer censurable, el cuestionario del diario daba cuenta de una sociedad que, si bien de forma muy tímida, asumía la necesidad de cambiar una serie de actitudes que ya en esa época comenzaban a considerarse como censurables.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso.

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