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Fiscalizar, antes de reformar

Antes de emprender cualquier reforma tributaria, sea liberal o conservadora, hay que comenzar por volver a transformar al Servicio de Impuestos Internos en el cancerbero temible del siglo pasado. Ya sea a través de concursos, cierre de locales o pena...
Gonzalo Serrano

Gonzalo Serrano

Doctor en Historia
  • Doctor en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile, 2012.
  • Magíster en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
  • Licenciado en Humanidades, Ciencias de la Comunicación y Ciencias de la Educación, Universidad Adolfo Ibáñez.
  • Periodista  y Profesor, Universidad Adolfo Ibáñez.
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Este miércoles, en una semana compleja para el gobierno, se rechazó la reforma tributaria que, junto con la nueva constitución y la reforma al sistema de pensiones, figuraba como uno de los caballitos de batalla del presidente Gabriel Boric. Al no ser experto en economía, no me corresponde juzgar si este plan tributario era bueno o malo, como tampoco me atreví a hacerlo con la propuesta de Sebastián Piñera. Sin embargo, no hay una reforma de este tipo que pueda tener éxito cuando las señales que uno observa como ciudadano de a pie van en la dirección contraria a la recaudación. Basta con darse una vuelta por el centro de Valparaíso o de Viña del Mar para observar que hoy se vende de manera impune sin tributar. Así queda además evidenciado a través de una carta abierta a la alcadesa Macarena Ripamonti, enviada a este diario por un grupo de locatarios de la calle Valparaíso. Lo más grave es que, muchas veces, somos los mismos ciudadanos que reclamamos por la mala calidad de los servicios o las pensiones, pero no somos conscientes de que cada vez que optamos por el comercio ambulante, estamos perjudicando al mismo Estado al que pedimos ayuda. No siempre fue así. Recuerdo cuando niño haber juntado las boletas para mi abuelo. Cada vez que compraba, obligaba al vendedor a entregar la boleta. Una vez que había juntado una decena, se las pasaba para que las mandara por correo al Servicio de Impuestos Internos. Mi “Tata” tenía sus propios intereses. Cuando se juntaba un centenar de boletas, uno participaba de un concurso para ganarse un auto: Un Peugeot 504, de esos que armaban en Argentina. El vecino que vivía al otro lado de la casa de mi abuelo, en la Avenida Freire en Quilpué, se lo había ganado. Imagino que por más suerte que constancia. La cuestión es que el asunto se transformó en una cuestión personal para mi abuelo que, a pesar de su esfuerzo, nunca se lo ganó y tuvo que conformarse con su Chevrolet Chevette. Al concurso de las boletas se agregaba un estricto control del Servicios de Impuestos Internos (SII). Hasta hace algunas décadas era común ver locales cerrados con una huincha que decía con letras grandes y rojas: CLAUSURADO por el SII. En definitiva, a través de un trabajo permanente y control estricto, que costó décadas, se logró crear una conciencia respecto a que había que boletear y que no hacerlo podría significar las penas del infierno. Sin embargo, hace una década, el SII cambió y lo hizo de la peor forma. El 2011, esta institución condonó a la multitienda Johnson’s cerca de US$120 millones que debía por multas e intereses originados por deudas tributarias que se arrastraban desde hace décadas. Johnson´s pagó apenas US$ 8 millones de castigo y luego de esa operación, fue comprado por Cencosud, lo que generó suspicacias y una desconfianza general hacia el sistema. Paralelo a las condonaciones millonarias, el musculoso brazo del servicio se fue debilitando y se volvió cada vez más permisivo. Aumentó la inmigración y con ella, se disparó el comercio informal que, como hoy vemos, repleta sin pudor alguno las calles de nuestras ciudades. Quizás el mejor ejemplo de que, como al monstruo de la Quinta Vergara, ya pocos temen al otrora implacable SII, es que desde hace un par de años, las casas de apuestas online se han instalado de forma virtual en nuestro país sin tributar un solo peso. A tal nivel llega su desparpajo que aparecen promocionando a los principales equipos de fútbol, Wanderers incluido, y una de ellas es auspiciadora del campeonato nacional de fútbol. La Polla Chilena de Beneficiencia, la única empresa estatal chilena encargada de la administración de los juegos de azar, observa con estupor que alguien se metió en nuestra casa, se lleva todos los beneficios, no paga impuestos y tampoco se hace cargo de las externalidades negativas que esto significa. Todos pierden y las casas de apuestas ganan. En fin, antes de emprender cualquier reforma tributaria, sea liberal o conservadora, hay que comenzar por volver a transformar al Servicio de Impuestos Internos en el cancerbero temible del siglo pasado. Ya sea a través de concursos, cierre de locales o penas ejemplificadoras, sin importar quiénes son sus dueños. De lo contrario, todo esfuerzo será en vano. Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

Fiscalizar, antes de reformar

Antes de emprender cualquier reforma tributaria, sea liberal o conservadora, hay que comenzar por volver a transformar al Servicio de Impuestos Internos en el cancerbero temible del siglo pasado. Ya sea a través de concursos, cierre de locales o pena...

Este miércoles, en una semana compleja para el gobierno, se rechazó la reforma tributaria que, junto con la nueva constitución y la reforma al sistema de pensiones, figuraba como uno de los caballitos de batalla del presidente Gabriel Boric. Al no ser experto en economía, no me corresponde juzgar si este plan tributario era bueno o malo, como tampoco me atreví a hacerlo con la propuesta de Sebastián Piñera. Sin embargo, no hay una reforma de este tipo que pueda tener éxito cuando las señales que uno observa como ciudadano de a pie van en la dirección contraria a la recaudación. Basta con darse una vuelta por el centro de Valparaíso o de Viña del Mar para observar que hoy se vende de manera impune sin tributar. Así queda además evidenciado a través de una carta abierta a la alcadesa Macarena Ripamonti, enviada a este diario por un grupo de locatarios de la calle Valparaíso. Lo más grave es que, muchas veces, somos los mismos ciudadanos que reclamamos por la mala calidad de los servicios o las pensiones, pero no somos conscientes de que cada vez que optamos por el comercio ambulante, estamos perjudicando al mismo Estado al que pedimos ayuda. No siempre fue así. Recuerdo cuando niño haber juntado las boletas para mi abuelo. Cada vez que compraba, obligaba al vendedor a entregar la boleta. Una vez que había juntado una decena, se las pasaba para que las mandara por correo al Servicio de Impuestos Internos. Mi “Tata” tenía sus propios intereses. Cuando se juntaba un centenar de boletas, uno participaba de un concurso para ganarse un auto: Un Peugeot 504, de esos que armaban en Argentina. El vecino que vivía al otro lado de la casa de mi abuelo, en la Avenida Freire en Quilpué, se lo había ganado. Imagino que por más suerte que constancia. La cuestión es que el asunto se transformó en una cuestión personal para mi abuelo que, a pesar de su esfuerzo, nunca se lo ganó y tuvo que conformarse con su Chevrolet Chevette. Al concurso de las boletas se agregaba un estricto control del Servicios de Impuestos Internos (SII). Hasta hace algunas décadas era común ver locales cerrados con una huincha que decía con letras grandes y rojas: CLAUSURADO por el SII. En definitiva, a través de un trabajo permanente y control estricto, que costó décadas, se logró crear una conciencia respecto a que había que boletear y que no hacerlo podría significar las penas del infierno. Sin embargo, hace una década, el SII cambió y lo hizo de la peor forma. El 2011, esta institución condonó a la multitienda Johnson’s cerca de US$120 millones que debía por multas e intereses originados por deudas tributarias que se arrastraban desde hace décadas. Johnson´s pagó apenas US$ 8 millones de castigo y luego de esa operación, fue comprado por Cencosud, lo que generó suspicacias y una desconfianza general hacia el sistema. Paralelo a las condonaciones millonarias, el musculoso brazo del servicio se fue debilitando y se volvió cada vez más permisivo. Aumentó la inmigración y con ella, se disparó el comercio informal que, como hoy vemos, repleta sin pudor alguno las calles de nuestras ciudades. Quizás el mejor ejemplo de que, como al monstruo de la Quinta Vergara, ya pocos temen al otrora implacable SII, es que desde hace un par de años, las casas de apuestas online se han instalado de forma virtual en nuestro país sin tributar un solo peso. A tal nivel llega su desparpajo que aparecen promocionando a los principales equipos de fútbol, Wanderers incluido, y una de ellas es auspiciadora del campeonato nacional de fútbol. La Polla Chilena de Beneficiencia, la única empresa estatal chilena encargada de la administración de los juegos de azar, observa con estupor que alguien se metió en nuestra casa, se lleva todos los beneficios, no paga impuestos y tampoco se hace cargo de las externalidades negativas que esto significa. Todos pierden y las casas de apuestas ganan. En fin, antes de emprender cualquier reforma tributaria, sea liberal o conservadora, hay que comenzar por volver a transformar al Servicio de Impuestos Internos en el cancerbero temible del siglo pasado. Ya sea a través de concursos, cierre de locales o penas ejemplificadoras, sin importar quiénes son sus dueños. De lo contrario, todo esfuerzo será en vano. Publicada en El Mercurio de Valparaíso.