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Explicar y justificar

Aunque fuese inútil como estrategia de inhibición, entender lo que ocurrió en el Golpe, develar sus causas, para tratar de evitar su repetición, es una tarea necesaria. Una en que se juega buena parte de nuestro anhelo de humanidad.
Daniel Loewe

Daniel Loewe

PhD en Filosofía
  • PhD in Political and Moral Philosophy, Eberhard Karls Universität Tübingen, Alemania, 2001.
  • Licenciado en Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1994.

Sus áreas de especialización son filosofía política, filosofía moral y ética, con especial énfasis en teorías igualitarias, multiculturalismo, teorías liberales, ética de los animales, ética del medioambiente y teorías de justicia internacional. Junto al desarrollo de numerosos proyectos de investigación s...

Explicar y justificar. Dos palabras con espacios conceptuales diferentes que, sin embargo, en su uso cotidiano se enmarañan.

Una explicación se articula mediante causas (a veces referimos a “causas” como “razones” o “razones causales”). Así, según las ciencias naturales, la bola de billar cae por la ley de gravedad. También referimos a causas en las ciencias sociales. Un fenómeno social, como una revolución, se explica mediante las causas que lo producen. Aquí, usualmente, las explicaciones causales compiten entre sí.

Pero una justificación no refiere a causas, sino que a razones. Una razón es una estructura lingüística que habla a favor de algo. Y hay mejores y peores razones. Las razones a la base de las justificaciones éticas se relacionan con evaluaciones normativas. Así, una acción se puede justificar porque es buena en sí, o por sus consecuencias, o porque refleja intuiciones morales o convicciones meditadas, o lo que corresponda a la teoría moral que privilegie.

Causas explican, pero no justifican. Razones justifican, pero no explican. Mezclar estos ámbitos es uno de los peores errores (una versión más de la falacia naturalista que “deriva” el “deber ser” del “ser”). Pero en el lenguaje ordinario se los tiende a confundir, y así articulamos explicaciones para justificarnos (“me sentí presionado, y por ello mentí”). Así se invita a la contraparte a que, situándose simpatéticamente en nuestros zapatos (o estados mentales), cierre la brecha entre la causa y la acción de modo “justificado”. Pero así, por supuesto, solo hemos explicado, no justificado.

Algunas discusiones en torno a la renuncia de Patricio Fernández como coordinador de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado reproducen esta confusión. Mientras unos apelan a causas para justificar el golpe, otros sostienen que, dado que es injustificable, sus causas explicativas están fuera de discusión. Ambos se equivocan. Nada se opone a la posibilidad de explicar lo injustificable (como el genocidio nazi). Al afirmar valores democráticos –un mínimo común civilizatorio– es difícil sostener que el Golpe, el quiebre violento de la democracia, se justifica (y si lo quiere justificar, tiene que develar sus supuestos normativos –pero no olvide que hay mejores y peores razones). Pero ello no significa que no haya explicaciones rivales sobre sus causas.

Es imprescindible discutir sobre las causas del Golpe. Un mantra común sostiene que el que no conoce la historia está condenado a repetirla. Yo dudo del valor epistémico de esta afirmación, y más aún del opuesto que con ella se intenta contrabandear (“el que conoce la historia, no la repetirá”). Mi posición es más sombría. Y es que, recurriendo a Kant, somos madera torcida. Sin embargo, aunque fuese inútil como estrategia de inhibición, entender lo que ocurrió, develar sus causas, para tratar de evitar su repetición, es una tarea necesaria. Una en que se juega buena parte de nuestro anhelo de humanidad.

Publicada en La Segunda.

Explicar y justificar

Aunque fuese inútil como estrategia de inhibición, entender lo que ocurrió en el Golpe, develar sus causas, para tratar de evitar su repetición, es una tarea necesaria. Una en que se juega buena parte de nuestro anhelo de humanidad.

Explicar y justificar. Dos palabras con espacios conceptuales diferentes que, sin embargo, en su uso cotidiano se enmarañan.

Una explicación se articula mediante causas (a veces referimos a “causas” como “razones” o “razones causales”). Así, según las ciencias naturales, la bola de billar cae por la ley de gravedad. También referimos a causas en las ciencias sociales. Un fenómeno social, como una revolución, se explica mediante las causas que lo producen. Aquí, usualmente, las explicaciones causales compiten entre sí.

Pero una justificación no refiere a causas, sino que a razones. Una razón es una estructura lingüística que habla a favor de algo. Y hay mejores y peores razones. Las razones a la base de las justificaciones éticas se relacionan con evaluaciones normativas. Así, una acción se puede justificar porque es buena en sí, o por sus consecuencias, o porque refleja intuiciones morales o convicciones meditadas, o lo que corresponda a la teoría moral que privilegie.

Causas explican, pero no justifican. Razones justifican, pero no explican. Mezclar estos ámbitos es uno de los peores errores (una versión más de la falacia naturalista que “deriva” el “deber ser” del “ser”). Pero en el lenguaje ordinario se los tiende a confundir, y así articulamos explicaciones para justificarnos (“me sentí presionado, y por ello mentí”). Así se invita a la contraparte a que, situándose simpatéticamente en nuestros zapatos (o estados mentales), cierre la brecha entre la causa y la acción de modo “justificado”. Pero así, por supuesto, solo hemos explicado, no justificado.

Algunas discusiones en torno a la renuncia de Patricio Fernández como coordinador de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado reproducen esta confusión. Mientras unos apelan a causas para justificar el golpe, otros sostienen que, dado que es injustificable, sus causas explicativas están fuera de discusión. Ambos se equivocan. Nada se opone a la posibilidad de explicar lo injustificable (como el genocidio nazi). Al afirmar valores democráticos –un mínimo común civilizatorio– es difícil sostener que el Golpe, el quiebre violento de la democracia, se justifica (y si lo quiere justificar, tiene que develar sus supuestos normativos –pero no olvide que hay mejores y peores razones). Pero ello no significa que no haya explicaciones rivales sobre sus causas.

Es imprescindible discutir sobre las causas del Golpe. Un mantra común sostiene que el que no conoce la historia está condenado a repetirla. Yo dudo del valor epistémico de esta afirmación, y más aún del opuesto que con ella se intenta contrabandear (“el que conoce la historia, no la repetirá”). Mi posición es más sombría. Y es que, recurriendo a Kant, somos madera torcida. Sin embargo, aunque fuese inútil como estrategia de inhibición, entender lo que ocurrió, develar sus causas, para tratar de evitar su repetición, es una tarea necesaria. Una en que se juega buena parte de nuestro anhelo de humanidad.

Publicada en La Segunda.