Estados Unidos y Siria en la era de Trump

9 de Abril 2017 Columnas Noticias

El ataque por parte de Estados Unidos sobre la base aérea siria de Al Shayrat con misiles Tomahawk, implica un cambio en el equilibrio estratégico de la región que va mucho más allá de una mera acción táctica. En lo esencial, implica que los Estados Unidos dubitativo y reactivo en sus decisiones respecto al Medio Oriente parece haber quedado atrás. Durante las dos administraciones de Barak Obama, Estados Unidos fue sostenido y sistemáticamente superado por el gobierno árabe de Siria bajo Bashir el Assad, quien, actuando bajo la tutela de la Rusia de Putin fue capaz de resolver de forma política diversos desafíos previos. El más relevante fue la contención de la decisión de Obama de intervenir directamente en ese conflicto tras un empleo previo de armas químicas el 2013. En ese momento, con auspicios rusos, se llegó a un acuerdo que implicaba la destrucción del arsenal sirio de este tipo de armas de destrucción masiva en una instalación colocada a bordo de un buque que navegaría en el Mediterráneo Oriental. Es claro hoy que ese acuerdo no fue cumplido.

El ataque con gas Sarín demostró claramente que, o Siria no entrego su arsenal completo, o recibió de una tercera parte un nuevo stock de este armamento. Y es que, a los seis años de guerra, el antiguo Ejército Nacional Sirio, devenido hoy en Ejército Sirio Árabe, se encuentra ya al límite de sus capacidades. Rusia e Irán le pueden entregar material; tanques, artillería, munición han sido vistos de forma creciente en estas fuerzas. Pero no le pueden entregar soldados, y eso es lo que Assad ya no tiene. Tras seis años, simplemente ya no le queda infantería. Hace tres años, la organización libanesa Hezbollah entro en su ayuda con más de diez mil hombres, pero ellos también ya enfrentan el desgaste. En una situación así, es obvio que cualquier medio que permita incrementar su fuerza y reducir sus pérdidas es un instrumento relevante, y la tentación de usar armas químicas en ese escenario es enorme.

Para Rusia es una opción también. Después de las equívocas situaciones que han vinculado a la campaña de Donald Trump con la intervención rusa en las elecciones; reuniones de sus subordinados con diplomáticos rusos y la actual investigación que desarrollan los órganos de inteligencia de EE.UU. en relación a esos hechos, esta era una oportunidad brillante para definir hasta dónde realmente Trump estaba dispuesto a llevar su discurso de autonomía e iniciativa política internacional. Putin, como de costumbre, no estaba dispuesto a esperar pasivamente qué haría EE.UU. Tomó la iniciativa y, al parecer, esta vez fue demasiado lejos.

La decisión de Trump de responder al ataque, con el premier chino en su propio territorio nacional, demuestra una postura norteamericana que plantea una búsqueda de posición. De reafirmar su condición de súper potencia. Y es que, en términos reales, el esfuerzo desarrollado por Estados Unidos fue menor. Decenas de misiles crucero representaron solo la carga de combate de dos de las varias docenas de destructores clase Burke que posee la US Navy. No implico el uso de bombarderos furtivos, de portaaviones o siquiera el uso de los mismos misiles Tomahawk lanzados desde submarinos de ataque. Fue, en términos estrictos, una manifestación de corte relativamente menor de capacidad militar, lo que contrasta con las múltiples dificultades que experimentó Rusia al desplegar su antiguo portaaviones en el Mediterráneo oriental, o las limitaciones de persistencia de sus ataques con bombarderos o misiles crucero.

Si esta demostración es el inicio de un Estados Unidos que vuelve a ejercer su poder de forma asertiva, o es solo un escalón más en el atroz conflicto sirio, está por verse. Trágicamente, lo único seguro es que esa atroz guerra tiene todos los signos de continuar aun por mucho tiempo.

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