Esperanza

3 de Abril 2022

Esta columna será distinta. No hablaré –como lo hago siempre- de la gran política nacional, ese ente con vida propia que todas las semanas entrega infinito material de análisis. Esta vez será personal.

Hoy escribo desde la rabia, la tristeza, la preocupación y también desde la esperanza. Pero lo hago asimismo desde la necesidad de pensar en la región y en sus habitantes.

El miércoles que pasó –tal como lo consignó El Mercurio de Valparaíso- un terrible accidente estremeció a la comuna de Quilpué, más específicamente, a los alumnos, papás y vecinos del Colegio Aconcagua, uno de los establecimientos más grandes de la zona y, probablemente, de la región.

Con solo 13 años, uno de los estudiantes de este recinto fue atropellado –al salir de su jornada y ante la mirada de sus compañeros- en pleno troncal antiguo, en esta atochada vía que, todos lo saben, ya no da para más.

Gracias a Dios él está estable y luchando, aunque sigue en estado grave y en evaluación constante en el Hospital Van Buren. Su juventud probablemente ha permitido que su cuerpo comience de a poco a estabilizarse, pues a esa edad la fortaleza y espíritu de superación de los niños son características hermosas y muy potentes. Pero el problema es que él no es el primer caso y -tristemente- quizás tampoco sea el último que protagonice un accidente en esta vía, que une el interior de la región con las comunas en las que la mayor parte de la ciudadanía trabaja, es decir, Viña del Mar y Valparaíso. Y que carece –en esa zona escolar- de medidas de seguridad básicas que protejan a nuestros niños y niñas.

De hecho, justo ese día, la alcaldesa de Quilpué, Valeria Melipillan, había recorrido el lugar para ver, in situ, el caos al que me refiero. Solo unas horas antes del accidente, la edil había admitido que era urgente implementar medidas a corto plazo, pero pidió a las autoridades regionales hacerse cargo de estudios de mayor amplitud que permitan obras de envergadura, como las que se necesitan en esta añosa avenida.

El problema es que no se puede esperar que, en este caso y aunque el dicho es al revés, lo importante anule lo urgente. Los tacos son interminables todos los días; la velocidad que alcanzan los vehículos y el transporte público cuando no hay embotellamientos es digna de la película “Rápidos y furiosos”; hay horas en que los semáforos son un bonito adorno, y las carreras nocturnas asemejan a Quilpué con Indianápolis. A eso se agrega la falta de medidas básicas de seguridad en una zona escolar, como pasos de cebra habilitados especialmente para el cruce de los niños –que deben caminar varias cuadras para poder pasar al otro lado-, lomos de toro, bandas alertadoras, balizas o señalética que dé cuenta que allí hay niños. Y muchos.

Y aquello hay que ponerlo en la misma juguera con el aumento insostenible del parque automotriz en la región –documentado ampliamente en la prensa-; el crecimiento brutal en la densidad habitacional que ha tenido Quilpué en la última década, y la visible necesidad de mejorar el transporte público, lo que permitiría desincentivar en algo el uso del automóvil y darle tregua a avenidas que no fueron hechas para esta cantidad de tránsito. Todo esto en momentos en que la ciudad ha caído en las mediciones de calidad de vida que se realizan cada cierto tiempo.

La administración anterior, al mando de Mauricio Viñambres, hizo oídos sordos a las peticiones de la comunidad. Y en la actual gestión, a cargo de Melipillan, según comentan algunos concejales en off the record, no está considerado ese sector de la ciudad dentro de las mejoras que planea el municipio, al menos en el futuro próximo.

Pero el caos vial requiere solución urgente. No solo en Viña del Mar y Valparaíso –donde el ministro de Transportes, Juan Carlos Muñoz, debutó en el cargo y planteó medidas como una posible restricción vehicular-, sino también en la zona interior. La demora del gobierno en nominar a los seremis, tampoco ayuda. Y, los continuos recortes en el presupuesto regional, desde la presidencia anterior, son una lápida a las posibilidades de evitar más accidentes.

Pero como dije al principio, hablo desde la tristeza, pero también desde la esperanza. Sé que nuestro niño mejorará, que pronto podrá estar rodeado de sus compañeros y compañeras, y esto será solo un mal recuerdo para él y sus padres. Y espero que este doloroso accidente sirva de aprendizaje y detonante para que dentro de las prioridades de la municipalidad y de las nuevas autoridades regionales aparezca esta zona y los más de dos mil chicos que allí estudian.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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