Escenarios y esperanzas

1 de Noviembre 2020 Columnas

“Generar acuerdos solo por lo electoral es mantener más de lo mismo y eso es lo que la ciudadanía no quiere. No quiere partidos políticos poniéndose de acuerdo solo para tener cupos garantizados”, dijo la diputada Karol Cariola, solo unas horas después del contundente triunfo que obtuvieron las opciones “Apruebo” y “Convención constituyente” en el plebiscito del domingo pasado.

Y la parlamentaria está en lo cierto, al igual que otras decenas de parlamentarios de oposición y algunos del oficialismo, que han repetido lo mismo durante toda la semana, casi como un mantra. La ciudadanía dio un golpe de timón importante, materializando no solo la idea de la redacción de una nueva Constitución, sino también el concepto de que no quiere que sean los mismos de siempre los que la lleven a cabo. Así lo demuestra el 79% que respaldó la idea de una convención constituyente.

Sin embargo, los movimientos que comenzaron apenas unos minutos después de conocidos los resultados, dan cuenta de que lo que dicen los dirigentes de los partidos –tanto del oficialismo, la ex Concertación, el PC y el FA- no necesariamente comulga con sus acciones. De hecho, rápidamente, las colectividades comenzaron a alinearse en torno a la necesidad de llegar a acuerdos para presentar candidatos.

Aun cuando el plebiscito y el proceso que comenzó a partir del domingo pasado es fruto de un pacto entre los partidos –el “Acuerdo por la paz y la nueva Constitución”, del 15 de noviembre del año pasado-, lo cierto es que la baja confianza de la ciudadanía en las colectividades es un hecho que determinará la elección de los constituyentes. No es menor que en las encuestas, la valoración hacia los partidos políticos no llega a los dos dígitos, al igual que la del Congreso.

Por lo mismo, los votantes dieron un mensaje contundente el domingo, al rechazar la Convención mixta: no quieren que sean los mismos de siempre los que redacten la Constitución. Están cansados de las sillas musicales y de las cuotas de poder que se reparten elección tras elección. Y en esa canasta caben también el PC y el FA, aun cuando lleven ya varias semanas hablando desde las “afueras” e intentando subirse al carro del estallido social (sin darse cuenta de que también son parte de lo que los votantes quisieron destronar en la papeleta).

No obstante, el escenario no se ve sencillo, pues los independientes, los ciudadanos “de a pie” no tendrán una vía de acceso fácil a la convención, ya que deben cumplir con las firmas requeridas para inscribir su candidatura (0,4% de la parlamentaria anterior en el distrito a postular, a menos que se apruebe en tiempo récord la modificación que está en el Senado y que lo reduce a 0,2%), sino también para financiar una campaña que será en extremo competitiva. El peligro que acecha es que finalmente solo los candidatos bajo el paraguas de las colectividades tengan alguna opción de ser electos.

Pero más allá de las candidaturas, el proceso constituyente en sí será largo e intrincado, y además deberá hacer frente a una serie de múltiples expectativas ciudadanas, que se esconden secretamente detrás de cada uno de los siete millones de personas que concurrieron a las urnas, tanto por el Apruebo como por el Rechazo, y cuyas esperanzas y diagnósticos de lo que se debe cambiar son absolutamente variados.

Esa multiplicidad infinita de expectativas –algunas de las cuales poco y nada tienen que ver con un cambio en la Carta Fundamental-, se convertirá en sí misma en un peligro: muchas de ellas no serán satisfechas en el texto legal, lo que dará pie a frustraciones, que perfectamente pueden ser la chispa que encienda un nuevo estallido social.

El tiempo será otro factor a tomar en cuenta. El proceso de redacción de una nueva Constitución puede durar hasta dos años, entre el plebiscito de entrada y el de salida, lo que inquietará aún más a una ciudadanía que ya no tiene paciencia.

En rigor, los convencionales no solo deberán hacer frente a una campaña intensa y, posteriormente, a un trabajo relevante, concienzudo y largo, sino también a esas variopintas esperanzas de los siete millones de chilenos que votaron el domingo pasado y a una cantidad igual de anhelos “fantasmas” del 50% que no concurrió a las urnas el 25 de octubre, pero que sí deberá votar en el plebiscito de salida, de manera obligatoria. La paciencia, el rigor y el alejamiento de los vicios de la política, serán las tareas, tanto para los chilenos en general, como para los “elegidos”.

Publicada en el Mercurio de Valparaíso.

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