Este lunes ha muerto Ernst Tugendhat, uno de los grandes filósofos de la actualidad. Tugendhat Nació en 1930 en Brünn (hoy Brno, en la República Checa) en el seno de una familia judía que en 1938 huyó de los nazis, primero a Suiza y luego a Venezuela.
Cuando tenía 16 años su madre le regaló Ser y Tiempo, la obra cumbre del mundialmente famoso (y contaminado por el nazismo) Martin Heidegger. Luego de estudiar filología clásica en Stanford, la fascinación por esta obra lo llevó, tan temprano como en 1949, de regreso a Alemania para visitar sus seminarios (un regreso que, posteriormente, él consideraría como precipitado). Su doctorado fue sobre Aristóteles, todavía bajo la influencia heideggeriana, pero ya en su Habilitación (El concepto de verdad en Husserl y Heidegger) se desligó de esta influencia, probando cómo el concepto de verdad de Heidegger carece de sentido. Así se inauguraría una carrera connotada (Freiburg, Tübingen, Münster, Heidelberg, el instituto Max-Planck de Starnberg con Habermas, y la Universidad Libre de Berlin) y muy influyente en la conformación del paisaje filosófico alemán (se lo solía considerar, con razón, un filósofo para filósofos). Sus trabajos sobre filosofía del lenguaje, autoconsciencia, y ética, son textos hoy clásicos. Tugendhat fue además un activo e influyente participante en la discusión pública alemana, por ejemplo, con ocasión de las manifestaciones estudiantiles de los años sesenta, y de la modificación restrictiva de la ley de asilo alemana.
Poco de esto sabíamos en 1992, cuando vimos ocupar al pequeño profesor alemán de cabello cano, inseparable de su maletín de cuero, que hablaba un español perfecto, aunque de acento marcado, una oficinita (subdivisiones de una gloria pasada) de la Facultad de Filosofía de la PUC en Campus Oriente. Lo que vendría después sería profundamente formador y transformador para muchos estudiantes de filosofía de toda una generación. Acostumbrados a la historia de la filosofía, de pronto nos vimos confrontados (en seminarios sobre la Metafísica de Aristóteles, el Cuaderno Azul de Wittgenstein, la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres de Kant, Ser y Tiempo de Heidegger, así como un seminario en que presentó las tesis de su libro Lecciones sobre Ética, antes que fuera publicado) a algo completamente diferente: a pensar. No solo entender con exactitud las ideas de los autores, sino también examinarlas en detalle y ponerlas a prueba. Aprendimos de Tugendhat algo que no estaba en el registro del medio local, en el que la norma era el enamoramiento con el filósofo estudiado: que la pregunta por el sentido de una proposición es completamente independiente del renombre de su autor.
A menudo, al ser confrontado con ideas y opiniones por parte de estudiantes, colegas y también amigos, Tugendhat solía responder “no entiendo” (ich verstehe es nicht). Tratar de explicarse era entonces inútil. “No entiendo” era el modo de introducir su siguiente sentencia: “no tiene sentido” (es macht keinen Sinn). Una escuela de pensamiento rigurosa, a veces desalentadora, pero sin duda formadora. El mejorado contexto filosófico actual en nuestro país, mucho debe a sus años en Chile.
Posteriormente continuó su periplo. Volvió por algún tiempo a su ciudad natal, fue muy activo en Brasil, se radicó en Tübingen y pasó sus últimos años en Freiburg. En Tübingen vivía en el centro histórico, junto a la plaza de la iglesia (Stiftskirche). Lo recuerdo en su ventana del tercer piso, escribiendo todos los días en una vetusta máquina de escribir –la misma que tenía en Chile, y en la cual con dedos veloces y sin dubitaciones redactaba generosas cartas de recomendación (cartas que sin duda influyeron en que yo estudiara en esa ciudad). Durante estos años publicó libros imperdibles sobre ética, misticismo y moral.
Con su muerte se ha perdido no sólo a un gran pensador, sino también a una persona a la que debemos mucho en esta esquina del mundo, una que supo hacer del mundo su casa.
Publicada en La Segunda.