Imagine que nuestra sociedad fuera un paciente que va al médico. ¿Cómo le iría? Me temo que mal. Siguiendo la analogía organicista platónica, si el sistema político es la mente de la polis, entonces la plasticidad neuronal ésta atrofiada y los circuitos neuronales repiten, cual perro de Pávlov, los mismos modelos prefijados. El cuerpo social está afecto a enfermedades autoinmunes que lo van fagocitando y debilitando mediante violencia narco y anomia social. Y si el sistema cardiaco inyecta energía económica, entonces está afecto a una bradicardia que nos tiene arrastrando los pies. Podríamos seguir estirando la analogía.
Si usted fuera ese paciente, podría tirar la toalla y amigarse con su destino (la doctrina del consentimiento informado protege su derecho a negarse a cualquier tratamiento). Pero mientras no se trate de estados terminales, parece razonable, siguiendo ahora una metáfora bélica, dar la pelea. Y no son pocos –basta leer la prensa– quienes declaran que no pierden la esperanza de que el país salga de esta mediocridad que lenta, pero inexorablemente, nos lleva al despeñadero. Pero las esperanzas, ahora con Cortázar, son ingenuas y un poco bobaliconas. Se requiere algo más. ¿Pero qué?
Recurriendo a la sabiduría del gasfíter sospecho que hay que entrar a picar. Y pronto. En los sistemas complejos –como las sociedades– es difícil establecer predicciones con algún grado de seguridad. No sabemos cuánto más deben seguir desarrollándose las patologías hasta que los subsistemas colapsen y el sistema muera. Pero todos sabemos que sucede. Además, están los cisnes negros (el ejemplo de Hume para mostrar que ausencia de evidencia no es evidencia de una ausencia; que uso Popper para su teoría de la falsación, e hizo famoso Nassim Taleb para referir a los eventos improbables –como fue, por ejemplo, la pandemia). Los objetos, los procesos, y las vidas persisten, hasta que se quiebran, se vuelven disfuncionales, y mueren. Parece ser un tipo de entropía social a la que, sin oposición activa, solo podemos doblegarnos.
Los temas son muchos. Aquí van algunos: el sistema político es disfuncional y hay que modificarlo a la brevedad para que gobernar sea posible. La seguridad debe ser un foco fundamental. El Presidente de Ecuador no se equivoca cuando recomienda al Presidente Boric que tome las decisiones difíciles ahora (porque cada vez serán más difíciles), y nuestro Bukele local está a la vuelta de la esquina. La educación preescolar y escolar es la mayor catástrofe de este país, y es también el único fármacon que a largo plazo lo puede curar, lo que exige un acuerdo transversal (transversal de verdad, no como el “Pacto Fiscal”, al que solo el ministro Marcel considera como tal). Y se requiere urgentemente crecimiento económico. Ya en la recta final de los últimos dos años, valdría la pena pensar en el futuro.
Publicada en La Segunda.