Frente a los últimos actos de violencia, el Presidente Boric ha repetido lo que ya es un mantra: “la violencia no es el camino”. Pero la repetición de mantras solo sirve para sentirse mejor.Por cierto, el Presidente tiene razón en que en un Estado de Derecho democrático la violencia nunca es camino para avanzar en cambios de algún tipo (y los que compartan su opinión no deberían ni idealizar el “estallido” ni liberar de responsabilidad a sus presos). Esta es violencia ilegítima. Pero hay también una violencia legítima: la que ejercen los Estados de Derecho democráticos. De hecho, lo que distingue la ley de la violencia es que la primera es violencia legítima. Por ello en su formulación clásica el Estado tiene el monopolio de la violencia. Es la condición de posibilidad de la seguridad, los derechos y las libertades de los ciudadanos.
Hacer cumplir la ley no es una opción para un gobierno, es un deber. Después de todo, la primera función del Estado, y una que lo legitima, es impedir la depredación entre sus ciudadanos. Ejercer violencia legítima es un camino imprescindible para cualquier Estado de Derecho. Es lo que separa la vida civilizada de la barbarie.
A veces tengo la impresión de que, de tanto repetir el mantra, nuestras autoridades se tienden a olvidar de esta distinción.