Ensayo sobre la ceguera

7 de Mayo 2017 Columnas Noticias

Finalmente, la Nueva Mayoría no resistió los efectos de su propia criatura y hoy comienza a desmoronarse ante nuestros ojos. Un destino fatal que empezó a escribirse el mismo día en que sus partidos, por primera vez luego de veinte años, fueron obligados por los electores a instalarse en la oposición. Y no encontraron nada mejor que enfrentar su nuevo destino renegado de la obra de la Concertación, buscando convencer a la gente que el país que ellos mismos habían construido era un desastre, un ‘error’ histórico, el reino del abuso, las inequidades y el lucro mal habido.

De manera burda y oportunista, hicieron suyas las legítimas quejas y demandas del movimiento estudiantil, apostaron a la polarización y ofrecieron una agenda refundacional. La imagen perfecta de ese oportunismo fue Michelle Bachelet bajándose del avión y diciendo que -según su criterio- era justo que financiara la universidad de sus hijos. Los líderes estudiantiles pusieron el grito en el cielo y, en menos de 24 horas, la actual Mandataria ya se había convertido en profeta de la gratuidad universal.

Obviamente ganaron las elecciones, impulsaron una agenda de reformas que no habían siquiera diseñado y comenzó lo inevitable. La economía se debilitó, la confianza se vino al suelo y la desaprobación se fue a las nubes. El gobierno optó entonces por la ceguera, se negó a aceptar las evidencias de su fracaso político y siguió adelante sin mostrar la más mínima voluntad de rectificación. Los partidos simplemente dejaron hacer y terminaron siendo cómplices pasivos de una gestión deficiente y con altos niveles de rechazo. En el camino, el caso Caval terminó de sepultar el principal activo político del oficialismo: la credibilidad y la empatía de la presidenta de la República.

Ahora se enfrentan a las consecuencias de sus decisiones: por primera vez desde el retorno a la democracia, compiten entre sí con dos candidaturas presidenciales; el eje histórico creado a mediados de los ’80 entre la DC y la izquierda se encuentra en vías de extinción y el candidato de la centroderecha encabeza las encuestas. En paralelo, esos mismos dirigentes estudiantiles a los cuales usaron para volver a La Moneda ahora los desprecian y los han convertido en su principal adversario político. Crearon un Frente Amplio que se alimenta de la misma polarización que el actual bloque gobernante impuso para justificar sus reformas. Y su candidata presidencial sube como espuma en las encuestas, amenazándolos con ser ella quien pase a segunda vuelta.

Como si todo ello fuera poco, la genial idea de forzar al expresidente Lagos a retirarse anticipadamente de carrera los dejó sin primarias, es decir, sin competencia interna, sin propaganda legal y sin franja televisiva. El pacto parlamentario y el programa común van por el mismo camino, dejando a Chile Vamos y al Frente Amplio como los únicos bloques que hoy pueden mostrar algún grado de consistencia y unidad de propósitos. El contraste es enorme: la Nueva Mayoría se ve en este escenario como una jauría de lobos, donde ya sin ninguna lealtad, se disputan las balsas antes del naufragio.

Más de alguno podría pensar que están siendo víctimas de un maleficio, o quizá sea que los antiguos griegos simplemente tenían razón: “Zeus ciega a los que quiere perder”.

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