- Doctor en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile, 2012.
- Magíster en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
- Licenciado en Humanidades, Ciencias de la Comunicación y Ciencias de la Educación, Universidad Adolfo Ibáñez.
- Periodista y Profesor, Universidad Adolfo Ibáñez.
Enanos en hombros de gigantes
Gonzalo Serrano
La imagen del presidente Gabriel Boric, diminuto, de espaldas, haciendo frente a la recién inaugurada estatua del expresidente Patricio Aylwin puede ser una de las más simbólicas de este último tiempo.
Después de haber cimentado gran parte de su capital político en la crítica hacia la generación que lideró Aylwin a inicios de los noventa, en esta oportunidad, Boric dio un giro a su discurso para reconocer una serie de méritos al expresidente.
Atrás quedaron las críticas que había hecho en una columna en The Clinic en la que se refería a Aylwin como un personaje contradictorio, que promovió el golpe de Estado, lo justificó sin ambages y que legitimó además el modelo neoliberal impuesto por la dictadura.
¿Es creíble la nueva postura de Boric? Puede que sí, puede que no. Lo relevante, a mi juicio, es que ha comprendido que ya no es un dirigente estudiantil ni un parlamentario o candidato a La Moneda ni un francotirador de Twitter. El presidente Boric es un jefe de Estado y debe estar a la altura de las circunstancias, reservando para su círculo íntimo sus opiniones particulares y manifestando hacia el resto del país, un mensaje que vaya en favor de la unidad y que trascienda en el tiempo.
Por lo demás, y citando el discurso del día miércoles, si “los Cariola, Jackson, Vallejo y Boric” tuvieron éxito en demonizar los 30 años y a la generación que se hizo cargo de esos cambios, no fue de forma completa por culpa de ellos.
Si ocurrió y tuvo eco, fue porque hubo una contraparte que, pensando en el cálculo político, prefirió callar antes que salir a defender lo que de suyo le correspondía. Quien mejor ha analizado este tema es, a mi juicio, Daniel Mansuy (porteño y wanderino).
En su libro “Nos fuimos quedando en silencio. La agonía de un Chile de la transición” (2016-2020), profundiza en este tema. “La Concertación -dice Mansuy- no tuvo el coraje suficiente para explicar públicamente sus decisiones”.
Mientras el país crecía y disminuía la pobreza, el discurso mantuvo una excusa constante: las instituciones políticas bloquean aquello que quisiéramos hacer o la derecha cuenta con un poder de veto que impide la aplicación del programa. “Utilizando este tipo de argumentos, la coalición gobernante logró mantener a raya sus divisiones internas y acallar sus propios escrúpulos a la hora de administrar un modelo económico y político originado en dictadura”, reflexionaba Mansuy en la primera edición del 2016.
Para el autor, las revueltas del 2011 produjeron un quiebre en la política: “Los líderes de la entonces oposición abjuraron, en un abrir y cerrar de ojos, de los veinte años de la Concertación: aquella coalición, que durante años se jactó de ser la más exitosa de nuestra historia, quedó súbitamente huérfana. Los adultos sintieron una repentina vergüenza de lo que habían hecho y, aprovechando que ya no eran gobierno, abrazaron el lirismo de la juventud, embarcándose en un laberinto sin salida”.
Gracias a esto, el discurso de Boric y su generación encontró eco en una parte de la población que se convenció de que habían sido 30 años en los que habíamos estado dormidos, estancados y abusados. Fue ese el discurso que lo llevó líder estudiantil al lugar donde se encuentra ahora en La Moneda.
Finalmente, enfrentarse a la estatua de Aylwin es enfrentarse al pasado, empatizar con los conflictos que le tocó vivir al exmandatario, los principios que tuvo que transar y las personas que tuvo que soportar pensando en lo mejor para Chile. Asimismo, es enfrentarse al futuro, reflexionar respecto a cuál es el rol que quiere poseer en la Historia de Chile y para eso debe pensar como jefe de Estado y no como parte de una pandilla juvenil.
Publicada en El Mercurio de Valparaíso.