Aunque se trató de un cortometraje de apenas cinco meses de duración, en el imaginario colectivo parece que Chile hubiera tenido Gerardo Varela por un largo rato. Sus “varelicosas” inundaron las redes sociales casi semanalmente y a ratos costaba entender por qué decía lo que decía.
De hecho, el acotado cambio de gabinete realizado por el Presidente Sebastián Piñera esta semana lo tuvo como gran protagonista, precisamente porque fue el epílogo de una historia de salidas de libreto que iban mucho más allá de lo que cualquier otro ministro había mostrado.
Así, será difícil olvidar a Martín Zilic, en el primer gobierno de Michelle Bachelet, cuando en plenas movilizaciones -hasta entonces las más masivas desde el regreso a la democracia- decidió citar a los estudiantes secundarios a conversar, pero envió a la subsecretaria Pilar Romaguera en su representación, motivando la indignación de los representantes “pingüinos”. O a Joaquín Lavín, en el primer mandato de Piñera, cuando también al fragor de las protestas dio a conocer el nuevo sistema de financiamiento de la educación superior, al que bautizó como GANE… Justo cuando el tema en discusión era el lucro.
Qué duda cabe. Educación es una cartera difícil, quizás una de las más complejas. No por casualidad, entre 1990 y hoy, 19 ministros (contando a la recién nombrada Marcela Cubillos) han desfilado por allí en seis gobiernos (cinco y un cuarto, para ser más exactos). Y 11 de ellos han pasado por esa cartera en los mandatos de Bachelet y Piñera, desde el momento en que se inició la revolución pingüina en 2006. O sea, se podría decir que en los últimos cuatro gobiernos ha habido prácticamente un ministro por año.
Por lo mismo, llamó la atención desde el comienzo del periodo actual, que Sebastián Piñera hubiera optado por Varela para hacerse cargo de este difícil ministerio. Primero, porque como varios han apuntado en los últimos días, el abogado no tenía experiencia ni en las lides políticas, ni como técnico especialista en esta área. Entones, muchos especularon con que -en realidad- la razón para que asumiera tenía más que que ver con su amistad y lealtad hacia el Presidente, que con su real conocimiento del tema.
Pero, terminó convirtiéndose en un disparo en los pies permanente. Aquí no hubo asesinato político ni mediático, solo suicidio y una capacidad infinita de agrandar un hoyo que comenzó a cavar él mismo.
Porque a diferencia de sus antecesores, este 2018 Varela no tuvo que enfrentar grandes protestas estudiantiles (las principales movilizaciones de estos meses han estado de la mano de los grupos feministas y han sido gestionadas por la ministra Isabel Plá), ni una ofensiva importante del Congreso, como sí lo tuvieron varios de sus antecesores, que incluso debieron enfrentar burladas acusaciones constitucionales.
Varela solo tuvo que hacerse frente a sí mismo. Pero su permanencia en el gobierno ya no aguantaba más. No con un Sebastián Piñera que ha intentado no repetir los mismos errores de su gestión anterior. Entre ellos, la falta de empatía con la ciudadanía, un problema que Varela parecía no poder evitar.
Por lo mismo, la petición de cambio de gabinete -que a estas alturas se había convertido en un continuo- tenía nombre y apellido: Gerardo Varela. Tanto desde la oposición como desde el oficialismo se reconocía -o criticaba- el constante flanco que el titular de Educación le generaba a Piñera, a través de chambonadas como llamar a la ciudadanía a realizar bingos para arreglar los colegios que pertenecen al sistema público, lo que fue visto como una burla y una falta de respeto.
Piñera se había negado a hacer realidad esta crónica de una muerte que se venía pidiendo hace meses. La pregunta que queda dando vueltas es por qué el Mandatario respaldó a su ministro hace solo unos días, para luego dejarlo caer. ¿Será que el Presidente no quería demostrar que se había equivocado, pese a que el entonces titular de Educación se lo hacía evidente habitualmente? ¿O será que en realidad Varela no quería estar en ese puesto, no quería seguir en el gobierno (como otros que han manifestado su incomodidad) y todas sus intervenciones -que a ratos parecían broma de lo burdas que eran- apuntaban a convencer a Piñera de que lo sacara de ahí?
Lo cierto es que solo el Presidente y su exministro saben qué pasó realmente y por qué tuvieron que pasar cinco meses de desubicaciones públicas para que se gestionara su salida, tras una gestión que -parafraseando al mismo ex secretario de Estado- fue “emocionalmente poco atractiva”.