El tercer pilar

24 de Septiembre 2019 Columnas

En la “Democracia en América”, Tocqueville advertía que “se necesitan siempre esfuerzos para arrancar a los hombres de sus negocios particulares y ocuparlos en los comunes: su inclinación natural es abandonar este cuidado al solo representante visible y permanente de los intereses colectivos que es el Estado”. Lúcidamente, el autor veía aquí un riesgo para el futuro de la naciente democracia que lo deslumbró en los 1830s. ¿La salida? Una sociedad civil vigorosa, fuente de diversos lazos comunitarios.

En su reciente libro “El Tercer Pilar”, el economista de la Universidad de Chicago, Raghuram Rajan, revisita esta idea en clave moderna. Plantea que, en nuestras democracias liberales, particularmente en un contexto de acelerado cambio social y tecnológico, hay un desbalance entre los tres pilares del edificio social: mercado, Estado y comunidades. Si los dos primeros se han expandido fuertemente, las comunidades -clave en generar sentidos de pertenencia, confianza, cooperación y cohesión – se han ido desdibujando.

El problema con este desbalance, dice Rajan, es que es fuente de desconfianza hacia la democracia representativa, sus instituciones y hacia el mercado y sus bondades. Este desasosiego es tierra fértil para la emergencia de populismos de izquierda o derecha y para los totalitarismos identitarios nacionalistas. Por eso, sostiene Rajan, es crucial reequilibrar la ecuación a través de lo que llama “localismo inclusivo”. Se trata de “empoderar a las comunidades para dar a las personas mayor control sobre su futuro en el proceso de creación y distribución del poder económico y político”.

En lo económico, a través de un capitalismo inclusivo -más competitivo y sin privilegios- y capacidades locales que igualen oportunidades. El todo, al alero de una adecuada administración de las ventajas, tensiones e incertidumbres que el cambio tecnológico supone, particularmente a nivel de empleos. En lo político, desconcentrando la toma de decisiones. No solo por la ventaja de que quienes estén más cerca de un problema se involucren en su solución. También por una razón más profunda: generar sentidos de pertenencia entre ciudadanos compenetrados con la solución de diversos asuntos públicos.

En oposición al nacionalismo, el concepto de comunidad pertinente no es monolítico. Es expresión de la diversidad de comunidades de intereses de una sociedad pluralista. Después de todo, la diversidad comunitaria es correlato de la diversidad de individuos y de su autonomía para agruparse y generar distintos sentidos de pertenencia. Aquí su riqueza y valor moral. Bien lo decía Berlin: “no somos individuos aislados, pero las relaciones en un archipiélago son más humanas y moral y políticamente preferibles que las de un monolítico arrecife de coral”.

En un Chile en que solemos entraparnos en la dicotomía entre mercado y Estado, y en que tantas veces se asocia lo público con lo estatal, bien valdría la pena tomar la invitación de Rajan a reflexionar sobre cómo potenciar el tercer pilar.

 

Publicado en La Tercera.

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