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El rubor y la desvergüenza

El fraude electoral en Venezuela es una clara demostración de aquello: el único rubor en los rostros de Maduro y su séquito autocrático es el que les correspondería por el papel de payasos que al parecer les gusta desempeñar.
Daniel Loewe

Daniel Loewe

PhD en Filosofía
  • PhD in Political and Moral Philosophy, Eberhard Karls Universität Tübingen, Alemania, 2001.
  • Licenciado en Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1994.

Sus áreas de especialización son filosofía política, filosofía moral y ética, con especial énfasis en teorías igualitarias, multiculturalismo, teorías liberales, ética de los animales, ética del medioambiente y teorías de justicia internacional. Junto al desarrollo de numerosos proyectos de investigación s...

La desvergüenza, esa capacidad tan humana para ostentar vicios y faltas impúdicamente, es desconcertante y atractiva. Al ser descubiertos en falta, más si es intencionada, la reacción natural es vergüenza (después siguen, lo sabemos, las negaciones, explicaciones y justificaciones ad infinitum). Y nuestra fisiología la expone y nos expone: las mejillas se sonrojan. A pesar de todas las similitudes entre los animales, a Darwin le sorprendía que sólo había visto la capacidad de ruborizarse en nuestra especie. Por supuesto, no parece igualmente distribuida entre sus miembros, o quizás algunos son maestros para reprimirla. El fraude electoral en Venezuela es una clara demostración de aquello: el único rubor en los rostros de Maduro y su séquito autocrático es el que les correspondería por el papel de payasos que al parecer les gusta desempeñar.

Nuestra inteligencia, extraordinaria en el reino animal, se remonta evolutivamente a nuestro ser social y la capacidad así desarrollada para, como videntes naturales, leer las mentes de los otros. En términos técnicos, tenemos una teoría de la mente. Es decir, hacemos apuestas bastante efectivas sobre qué ocurre en la mente de los otros. Por supuesto no somos los únicos, ya que al menos todos los mamíferos sociales la tienen. Pero solo en los primates, y entre estos en su rey, el homo sapiens, se encuentra tan desarrollada. Así, no sólo sabemos lo que los otros saben, sino que sabemos que los otros saben que nosotros sabemos, y que los otros saben que nosotros sabemos que ellos saben, etcétera. Esta capacidad permite cooperar. Pero su base evolutiva es poco halagüeña. Siguiendo la hipótesis de la inteligencia maquiavélica, es el intento de engañar e intrigar contra los otros, más de lo que ellos lo hagan contra uno, lo que produciría una virtuosa escalada evolutiva de inteligencia –pudiendo así llegar a desentrañar las leyes que gobiernan el cielo estrellado y descubrir los deberes morales que tanto asombraban a Kant.

Ello torna difícil explicar la función evolutiva del rubor, ya que nos delata poniéndonos en desventaja en la competencia del engaño y la intriga (no tiene que tenerla: no toda característica tiene una función evolutiva, aunque algunos se esfuercen por proponer siempre una, como que la calvicie es una ventaja evolutiva masculina porque indicaría madurez, atractiva para las mujeres en su búsqueda de padres confiables). Como especula el gran primatólogo Franz De Waal, recientemente fallecido, quizás su única función es mostrar que nos embarga el sentimiento moral de la vergüenza, pudiendo ser considerados todavía como socios potencialmente confiables, lo que favorece la cohesión social. Una pretensión que claramente los autócratas venezolanos no comparten, cuando sostienen lo que saben falso, sabiendo que todos saben que es falso, y que todos saben que ellos saben que es falso, sin rubor u otro signo de vergüenza.

Publicada en La Segunda.

El rubor y la desvergüenza

El fraude electoral en Venezuela es una clara demostración de aquello: el único rubor en los rostros de Maduro y su séquito autocrático es el que les correspondería por el papel de payasos que al parecer les gusta desempeñar.

La desvergüenza, esa capacidad tan humana para ostentar vicios y faltas impúdicamente, es desconcertante y atractiva. Al ser descubiertos en falta, más si es intencionada, la reacción natural es vergüenza (después siguen, lo sabemos, las negaciones, explicaciones y justificaciones ad infinitum). Y nuestra fisiología la expone y nos expone: las mejillas se sonrojan. A pesar de todas las similitudes entre los animales, a Darwin le sorprendía que sólo había visto la capacidad de ruborizarse en nuestra especie. Por supuesto, no parece igualmente distribuida entre sus miembros, o quizás algunos son maestros para reprimirla. El fraude electoral en Venezuela es una clara demostración de aquello: el único rubor en los rostros de Maduro y su séquito autocrático es el que les correspondería por el papel de payasos que al parecer les gusta desempeñar.

Nuestra inteligencia, extraordinaria en el reino animal, se remonta evolutivamente a nuestro ser social y la capacidad así desarrollada para, como videntes naturales, leer las mentes de los otros. En términos técnicos, tenemos una teoría de la mente. Es decir, hacemos apuestas bastante efectivas sobre qué ocurre en la mente de los otros. Por supuesto no somos los únicos, ya que al menos todos los mamíferos sociales la tienen. Pero solo en los primates, y entre estos en su rey, el homo sapiens, se encuentra tan desarrollada. Así, no sólo sabemos lo que los otros saben, sino que sabemos que los otros saben que nosotros sabemos, y que los otros saben que nosotros sabemos que ellos saben, etcétera. Esta capacidad permite cooperar. Pero su base evolutiva es poco halagüeña. Siguiendo la hipótesis de la inteligencia maquiavélica, es el intento de engañar e intrigar contra los otros, más de lo que ellos lo hagan contra uno, lo que produciría una virtuosa escalada evolutiva de inteligencia –pudiendo así llegar a desentrañar las leyes que gobiernan el cielo estrellado y descubrir los deberes morales que tanto asombraban a Kant.

Ello torna difícil explicar la función evolutiva del rubor, ya que nos delata poniéndonos en desventaja en la competencia del engaño y la intriga (no tiene que tenerla: no toda característica tiene una función evolutiva, aunque algunos se esfuercen por proponer siempre una, como que la calvicie es una ventaja evolutiva masculina porque indicaría madurez, atractiva para las mujeres en su búsqueda de padres confiables). Como especula el gran primatólogo Franz De Waal, recientemente fallecido, quizás su única función es mostrar que nos embarga el sentimiento moral de la vergüenza, pudiendo ser considerados todavía como socios potencialmente confiables, lo que favorece la cohesión social. Una pretensión que claramente los autócratas venezolanos no comparten, cuando sostienen lo que saben falso, sabiendo que todos saben que es falso, y que todos saben que ellos saben que es falso, sin rubor u otro signo de vergüenza.

Publicada en La Segunda.