Manifestar sorpresa ante los resultados electorales del 16 de mayo es una de las expresiones más escuchadas en estos días. La crónica sobre el remezón a la clase política tradicional estaba escrita desde antes. En la última encuesta CEP, solo un 2% de la ciudadanía declaró confiar en los partidos políticos, marcando una tendencia incubada desde hace al menos una década. El punto es que, a menos de dos años de la irrupción social de octubre, el empeoramiento de las condiciones de vida producto de la crisis económica y la dificultad de encauzar las demandas ciudadanas a tiempo, provocaron una amalgama que probablemente contribuyó a que este giro electoral se manifestara con inusitada fuerza.
Esta desafección, que se ha traducido en una actitud negativa de la ciudadanía hacia todo lo político, se expresó con creces en dos hechos el 16M: a pesar de ser una de las elecciones más relevantes de los últimos años, la participación electoral no superó el umbral del 50% y solo el 33% de los convencionales elegidos militan en un partido.
En un escenario político volátil, fragmentado y de voto voluntario, la capacidad de movilizar al electorado debió ser el principal objetivo. Esto implicaba no solo extender la oferta de candidatos –como en parte se hizo-, sino que sobre todo renovar la forma de relacionarse con la ciudadanía y desplegar campañas políticas.
Aunque la clase política tradicional no ha logrado transformar sus liderazgos y su actuación, sí ha habido un proceso de renovación fuera de su alcance. La heterogénea composición social, cultural, etaria y de género de la convención constitucional es en parte la cristalización de un cambio suscitado por la “subpolítica”. Este es un concepto acuñado por el sociólogo Ulrich Beck hace más de 20 años para describir nuevas expresiones ciudadanas que se articulan ante riesgos como los medios ambientales, o bien promueven causas sociales, con un fuerte componente local y en sintonía con corrientes globales, desde la sociedad civil – esto es, movimientos sociales, ONGs, voluntariados, expertos, academia y activistas.
El trabajo territorial es la marca de esos grupos como también la de muchos candidatos que obtuvieron mayor apoyo en las elecciones municipales. Para ellos, las tareas de campaña no partieron en los meses previos a las elecciones, sino mucho antes. Algunos incluso con poco presupuesto, supieron desplegar comunicaciones acordes a estos tiempos, porque entienden que los grados académicos o el reconocimiento mediático no bastan, pues deben ir acompañados de una labor sistemática con la gente en terreno. No hay romanticismo alguno en esa descripción; es solo la constatación de que, en un escenario de crisis económica y voto voluntario, hay algunos que vienen haciendo desde hace ya un tiempo el trabajo de movilizar a su electorado.
Publicada en La Segunda.