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“El pilar de la desconfianza”

No cabe duda, la resaca de esta crisis institucional los acompañará por mucho tiempo.
Ignacio Morales

Ignacio Morales

MSc en Teoría e Historia de las Relaciones Internacionales
  • MSc en Teoría e Historia de las Relaciones Internacionales por la London School of Economics and Political Science, 2016.
  • Magíster en Historia Política y de las Relaciones Internacionales por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, 2010.
  • Licenciado en Historia por la Universidad Adolfo Ibáñez, 2007.
Tiene como áreas de interés la historia contemporánea con énfasis en el Oriente Medio y el Conflicto Árabe-Israelí, la política exterior estadounidense, ...
Imagina vivir en un país donde te ahoga una percepción de desconfianza cotidiana; imagina observar la manera en que tus conciudadanos normalizan, justifican e incluso legitiman una de las formas más corrosivas de entender la vida política. Imagina, por último, que tu entorno, prisionero de una estructura ideológica binaria, te condiciona a elegir entre amigos o enemigos; entre supuestas verdades o falsedades absolutas. Intenta recordar cuando fue la última vez que tu país estuvo tan profundamente dividido, confundido y enfermo. Ahora mira hacia la colina; bienvenido a Washington. Es cierto que no ha habido semana alguna desde el juramento presidencial de Donald Trump en que las muestras de bipolaridad ideológica entre demócratas y republicanos no hayan dejado huellas imborrables en esta historia reciente propia de una sociedad profundamente polarizada. Trump ha institucionalizado, en conjunto con sus adherentes y detractores, la desconfianza como herramienta de alienación política. Lo grave es que ésta no recae sólo en una ciudadanía asustada, iracunda y, muchas veces, poco crítica. Un velo de suspicacia ha opacado a los servicios de inteligencia, a las policías, al poder legislativo, al poder judicial, a los medios de comunicación, e incluso al mundo académico. Sin duda, es tremendamente difícil para un ciudadano de esta compleja y fascinante superpotencia, creer en las bases mismas de la institucionalidad que debiera protegerlo no sólo de un sinnúmero de amenazas externas, sino que también, de fracturas internas capaces de desestabilizar la paz social. ¿En quien confían si hasta la Constitución -soporte fundacional de la vida política estadounidense- se utiliza como herramienta ideológica? El más reciente espectáculo de confirmación de Brett Kavanaugh como nuevo miembro de la Corte Suprema, ha demostrado con claridad un nivel de polarización socio-política que no se experimentaba, al menos, desde la segunda mitad de la década de 1960, cuando en plena Guerra Fría, Lyndon Johnson y Richard Nixon se enfrentaban a una incesante crisis de legitimidad política cuyas causas descansaban en una marcada y existencial bipolaridad ideológica de carácter global. La sociedad estadounidense mostraba signos claros de tensión y violencia. Paralizados por el miedo, la ciudadanía se revelaba frente a un permanente estado de guerra explicitado, entre otros, por el desastre de la Guerra de Vietnam.
El enemigo en dicho contexto era bastante fácil de identificar; para Estados Unidos, la lucha existencial contra el régimen soviético fue una constante que marcó la historia de generaciones completas. Hoy, por el contrario, el escenario es mucho más complejo. La instantaneidad de la información y la escasa reflexión sobre la misma son problemas nuevos y tremendamente peligrosos. ¿Quién o qué alimenta el miedo de esta sociedad desorientada? ¿Es la inmigración, el nacionalismo, las noticias falsas, las tensiones raciales, las distinciones de género, el debilitamiento de las instituciones políticas, la guerra informática, CNN, MSNBC, FOX, NBC, el New York Times, el Washington Post, Moscú, Beijing, Pyongyang, Teherán, el cambio climático, la globalización? La respuesta es todas; el problema es que desde una posición ideologizada, las distinciones dejan de importar. Si ves el mundo sólo en dos colores, los discursos simplificados de la realidad política te hacen cómplice de un quiebre social insalvable. Es más, las intervenciones de muchos senadores (demócratas y republicanos) durante la confirmación de Brett Kavanaugh clamaban, desde una debilitada sensatez, por el reencuentro de la paz social, por el reconocimiento de los nocivos efectos de esta marcada enemistad entre conciudadanos. Pero, ¿están ellos haciendo lo suficiente para debilitar la radicalización ideológica con fines políticos? Al parecer no. Veremos que pasa en menos de un mes, cuando los estadounidenses deban votar por sus nuevos representantes en el congreso. Creo, al menos, que la táctica de la desinformación y el miedo será parte fundamental de dicho ejercicio democrático. Ahora bien, poco importa esta elección si habiendo solo dos posiciones posibles e ideologizadas, se elige ciegamente. No cabe duda, la resaca de esta crisis institucional los acompañará por mucho tiempo. Publicada en La Tercera.

“El pilar de la desconfianza”

No cabe duda, la resaca de esta crisis institucional los acompañará por mucho tiempo.

Imagina vivir en un país donde te ahoga una percepción de desconfianza cotidiana; imagina observar la manera en que tus conciudadanos normalizan, justifican e incluso legitiman una de las formas más corrosivas de entender la vida política. Imagina, por último, que tu entorno, prisionero de una estructura ideológica binaria, te condiciona a elegir entre amigos o enemigos; entre supuestas verdades o falsedades absolutas. Intenta recordar cuando fue la última vez que tu país estuvo tan profundamente dividido, confundido y enfermo. Ahora mira hacia la colina; bienvenido a Washington. Es cierto que no ha habido semana alguna desde el juramento presidencial de Donald Trump en que las muestras de bipolaridad ideológica entre demócratas y republicanos no hayan dejado huellas imborrables en esta historia reciente propia de una sociedad profundamente polarizada. Trump ha institucionalizado, en conjunto con sus adherentes y detractores, la desconfianza como herramienta de alienación política. Lo grave es que ésta no recae sólo en una ciudadanía asustada, iracunda y, muchas veces, poco crítica. Un velo de suspicacia ha opacado a los servicios de inteligencia, a las policías, al poder legislativo, al poder judicial, a los medios de comunicación, e incluso al mundo académico. Sin duda, es tremendamente difícil para un ciudadano de esta compleja y fascinante superpotencia, creer en las bases mismas de la institucionalidad que debiera protegerlo no sólo de un sinnúmero de amenazas externas, sino que también, de fracturas internas capaces de desestabilizar la paz social. ¿En quien confían si hasta la Constitución -soporte fundacional de la vida política estadounidense- se utiliza como herramienta ideológica? El más reciente espectáculo de confirmación de Brett Kavanaugh como nuevo miembro de la Corte Suprema, ha demostrado con claridad un nivel de polarización socio-política que no se experimentaba, al menos, desde la segunda mitad de la década de 1960, cuando en plena Guerra Fría, Lyndon Johnson y Richard Nixon se enfrentaban a una incesante crisis de legitimidad política cuyas causas descansaban en una marcada y existencial bipolaridad ideológica de carácter global. La sociedad estadounidense mostraba signos claros de tensión y violencia. Paralizados por el miedo, la ciudadanía se revelaba frente a un permanente estado de guerra explicitado, entre otros, por el desastre de la Guerra de Vietnam.
El enemigo en dicho contexto era bastante fácil de identificar; para Estados Unidos, la lucha existencial contra el régimen soviético fue una constante que marcó la historia de generaciones completas. Hoy, por el contrario, el escenario es mucho más complejo. La instantaneidad de la información y la escasa reflexión sobre la misma son problemas nuevos y tremendamente peligrosos. ¿Quién o qué alimenta el miedo de esta sociedad desorientada? ¿Es la inmigración, el nacionalismo, las noticias falsas, las tensiones raciales, las distinciones de género, el debilitamiento de las instituciones políticas, la guerra informática, CNN, MSNBC, FOX, NBC, el New York Times, el Washington Post, Moscú, Beijing, Pyongyang, Teherán, el cambio climático, la globalización? La respuesta es todas; el problema es que desde una posición ideologizada, las distinciones dejan de importar. Si ves el mundo sólo en dos colores, los discursos simplificados de la realidad política te hacen cómplice de un quiebre social insalvable. Es más, las intervenciones de muchos senadores (demócratas y republicanos) durante la confirmación de Brett Kavanaugh clamaban, desde una debilitada sensatez, por el reencuentro de la paz social, por el reconocimiento de los nocivos efectos de esta marcada enemistad entre conciudadanos. Pero, ¿están ellos haciendo lo suficiente para debilitar la radicalización ideológica con fines políticos? Al parecer no. Veremos que pasa en menos de un mes, cuando los estadounidenses deban votar por sus nuevos representantes en el congreso. Creo, al menos, que la táctica de la desinformación y el miedo será parte fundamental de dicho ejercicio democrático. Ahora bien, poco importa esta elección si habiendo solo dos posiciones posibles e ideologizadas, se elige ciegamente. No cabe duda, la resaca de esta crisis institucional los acompañará por mucho tiempo. Publicada en La Tercera.