En el año 2003, el entonces alcalde de Viña del Mar don Jorge Kaplán expresaba en una sentida columna de prensa el deseo de ver concretado pronto un anhelado proyecto para la ciudad, el cual consistía en la construcción de un nuevo edificio consistorial, que se proyectaba emplazar junto a la antigua estación del tren, es decir, en el eje central donde había nacido la ciudad jardín en su espacio fundacional. Han pasado 15 años desde entonces y lamentablemente el proyecto nunca se concretó, aunque a decir verdad, tampoco perseveró el deseo ciudadano de ver materializado un proyecto que buscaba generar una nueva edificación emblemática para la ciudad, en la misma línea como otras construcciones en el pasado se habían convertido en íconos urbanos de la urbe y de la zona.
La idea de tener un nuevo edificio “consistorial”, no solo buscaba mejorar los espacios administrativos del municipio, sino que apuntaba al origen del propio concepto “consistorial”, el que proveniente del latín “consistorium”, significa “lugar de reunión”, es decir, se requería un nuevo lugar de reunión para la alcaldía y el consejo municipal, pero que al mismo tiempo tuviera la dignidad y prestancia que prestigiara a la comuna, al modo de los “ayuntamientos” españoles, los “Hôtel de Ville” en Francia y los “Rathaus” en Alemania.
Ahora bien, en el caso de Viña del Mar, la comuna ya había tenido una bella casa consistorial en 1930, gracias a la visionaria adquisición del Palacio Carrasco, noble y bella construcción levantada entre 1912 y 1913 por el destacado arquitecto Alfredo Azancot. Esta compra fue materializada por el alcalde Manuel Ossa Saint Marie, un personaje que tenía muy claro el enorme potencial de la ciudad. La finalidad de la compra era que el gobierno municipal y su consejo tuviesen una sede emblemática, emplazada en el corazón de la población Vergara y, que desde ahí, se dirigiesen los destinos de la ciudad.
Con el pasar de los años, y ya en el gobierno municipal del alcalde Vladimir Huber se adquirió el Palacio Rioja en 1956, el que pasó a convertirse en el nuevo Palacio Consistorial de la ciudad hasta 1971, año en que el gobierno municipal pasó a su actual emplazamiento. Al igual que el Palacio Carrasco, la bella construcción emplazada en la calle Quillota, había sido levantada por el arquitecto Alfredo Azancot, por encargo del empresario Fernando Rioja, quien era un destacado hombre de negocios y comercio en Valparaíso.
Así, nuevamente Viña del Mar fijaba su gobierno de la ciudad en una edificación digna, icónica, que entregaba prestancia, al modo de las grandes urbes del mundo que tenían en su edificio consistorial, uno de sus principales referentes patrimoniales.
Valga recordar también que en 1959, en el gobierno del alcalde Gustavo Lorca, se adquirió el Castillo Wulff, construcción que si bien inicialmente fue Museo Naval y Marítimo, y más tarde sede del Museo de Salvador Reyes, también cobijó por varios años la Unidad de Patrimonio del Municipio, importante institución viñamarina que hoy funciona en el referido Palacio Rioja.
Hoy la ciudad no tiene una edificación digna que albergue la sede de la alcaldía y que sea el lugar propicio de reunión para el Honorable Consejo Municipal, sin embargo, existe un inmueble que podría ser la solución de aquel viejo anhelo señalado con anterioridad. Se trata de la “Casa de Italia”, hoy monumento nacional, que pese a su estado de abandono, puede ser una gran alternativa para convertirse en el Palacio que la ciudad necesita y merece.
Publicada en
Revista Tell.