El mundo de fantasía… de Camila y Giorgio

31 de Agosto 2019 Columnas

Ha pasado inadvertido el sorprendente descubrimiento de Camila Vallejo y Giorgio Jackson. Sus dimensiones son enormes y su profundidad, notable: ¡Disminuir la jornada laboral genera más empleo! Así, con dos artículos de un proyecto de ley borraron 500 años de reflexión económica, desde que en el siglo XVI en la Escuela de Salamanca empezaron a reflexionar sobre los salarios.

El descubrimiento es notable, como encontrar que Newton se equivocó y que la fuerza de gravedad, en verdad, lleva las cosas hacia arriba. O que la tierra es plana. O que los gatos se comen a los perros.

Lo único que habría que sugerir es que, dado que bajar las horas de trabajo aumenta el empleo, habría que ser menos mezquinos. Mejor bajarlas derechamente a la mitad. ¡Así, tendríamos el doble de empleo!

Tal vez por eso Camila y Giorgio han propuesto también incluir la colación dentro de la jornada. En otro proyecto vamos con el aumento de una semana de vacaciones. Y esto no para. Probablemente en la próxima discusión del salario mínimo veremos un aumento que sea ¡de verdad! Total, todo tendrá efecto positivo.

Un absurdo de proporciones. No la discusión, sino la forma de hacerlo.

Discutir cómo es posible rebajar la jornada y compensar los efectos no solo no tiene nada de malo, sino que es deseable. Y quizá llegamos a las mismas 40 horas, pero por el camino de la racionalidad, no de las buenas intenciones.

Tal vez el problema de esta discusión es que se ha dado entre empresarios y políticos. Dos grupos que no gozan de muy buena salud. Ni un muy buen papel de antecedentes.

Los empresarios siempre han anunciado, con la fábula de Esopo en las manos, que ahora sí viene el lobo. Para peor, a lo largo de la Historia exponentes del “mundo empresarial” defendieron la esclavitud (“Los esclavos no pueden cuidar de sí mismos. Sin amos, caerían en la miseria, morirían, o se dedicarían a robar y violar”) y el trabajo infantil (“cuanto más tiempo continúen los menores educándose cómodamente, más ineptos serán cuando crezcan en disposición para el trabajo al que están destinados”). A menor escala, en Chile, se han anunciado muchas veces que vendrán las 10 plagas de Egipto. Con cada cosa. Con cada cambio.

Por algo el propio Adam Smith nos alertaba que “toda proposición de una ley nueva que proceda de esta clase de personas deberá analizarse siempre con la mayor desconfianza”.

Los políticos, por su parte, tienen desde la antigua Grecia una tendencia a la oferta de soluciones fáciles a problemas complejos. A la venta de ilusiones. Es posible que en los 15 años, entre el 90 y el 2005, Chile haya vivido una excepción. Pero eso ya es pasado. Esos 15 años no volverán.

El Génesis dice “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado”. Con el paso del tiempo las sociedades han ido logrando una mucha mejor compatibilización entre trabajo y ocio, que han permitido ir descafeinando el maleficio divino. Y en buena hora.

Solo basta recordar que un autor liberal como John Stuart Mill en el siglo XIX defendió la reducción de la jornada laboral tratando el disfrute del ocio como una especie de bien público. Pero lo hizo con argumentos, no con buenas intenciones. Analizando. Sopesando. Equilibrando.

Lo que no se puede es pensar que un proyecto como el de reducción de jornada laboral no tendrá efecto. Y, peor aún, que tendrá efecto positivo.

Por el contrario, lo que corresponde es poner todos los antecedentes sobre la mesa y luego tomar una decisión política.

Pero hoy los técnicos ya no importan. Mal que mal fueron los grandes obstruccionistas de que pudiéramos gozar más de la fiesta. Los de lado y lado. Hoy, al fin, nos hemos sacudido de esos serios y aburridos tecnócratas. ¡Dale no más, dale que va!, como han dicho nuestros vecinos desde que Perón llegó al poder.

Saint Simon en su famosa parábola se preguntaba en el siglo XIX qué pasaría en Francia si se murieran sus tres mil “tecnócratas” más importantes. Su respuesta es que el país caería en un estado de calamidad. Luego se pregunta qué pasaría si se murieran en un mismo día, no tres mil sino que los treinta mil individuos más importantes del Estado (políticos, funcionarios públicos obispos, etc.). Según Saint Simon no pasaría nada.

Pues bien, hoy en Chile —más allá de la discutible tesis de Saint Simon— parece claro que los técnicos han muerto. Ha llegado el momento de dejar de lado las molestas planillas y las desagradables calculadoras. Ahora legislamos con la guata. Y quienes se oponen a vivir de fantasías son malos, opresores o “neoliberales”.

O tal vez haya que mirar lo que está pasando desde otro ángulo. Y pensar que la votación del próximo lunes es una buena forma de empezar septiembre. Así, oficialmente quedará inaugurada la temporada de circos.

Publicada en El Mercurio.

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