El mito de Dubois

3 de Junio 2024 Columnas

El fin de semana pasado se celebró una nueva jornada del Día del Patrimonio y esta congregó, nuevamente, a un gran número de personas ávidas de explorar nuevos espacios e historias.

La alegría inicial que sentí por este interés se transformó en curiosidad al descubrir que en el Parque Cultural de Valparaíso se realizaba una representación sobre el francés Emile Dubois, el primer asesino en serie de nuestro país. Dubois fue fusilado en ese lugar en 1907, cuando aún funcionaba como cárcel. En esta ocasión, sin embargo, se lo presentaba como un Robin Hood porteño.

La analogía surge a partir del mito de que ambos personajes robaban a los más ricos en defensa de los pobres. El argumento es bastante infantil. Si hay un ladrón que prefiere robarle a los pobres que a los ricos, debería ser condenado más por tonto que por ratero, porque lo lógico es quitarle a quien tiene algo y no a quien posee poco.

El mito de Dubois (su verdadero nombre era Louis-Amédée Brihier Lacroix) surge a partir de un par de pseudo historiadores que, como decía Gabriel García Márquez, prefieren contar la historia como la recuerdan y no como realmente fue.

Jorge Baradit contribuyó fervorosamente a esta leyenda a través de su programa de televisión sobre Historia Secreta de Chile, dando espacio a un par de apasionados de esta historia, mas no de la verdad.

Uno de sus entrevistados hizo una conexión tan desopilante que merece ser mencionada: Dubois habría sido un espía francés encargado de defender los intereses de su país en la disputa por el control de lo que luego sería el canal de Panamá.

En lo que se refiere a Robin Hood, lo divertido de esta analogía es que la principal característica que se le atribuía al personaje de la leyenda era que robaba a los ricos para entregar sus pertenencias a los pobres. En el caso del francés, en cambio, el haberse quedado con las prendas de sus víctimas y no haberlas repartido fue lo que lo terminó incriminando.

Es más, eso de que robaba a ricos usureros se cae en el momento en que Dubois fue detenido in fraganti cuando intentaba robar a un dentista, Carlos Davies, en el centro de la ciudad, más específicamente, en la oficina que Davis tenía frente a la plaza Aníbal Pinto.

Dubois no solo era un ladrón y asesino, sino que además fue acusado por su pareja, la colombiana Úrsula Morales, por malos tratos, de haberle robado a ella y de haberse tenido que emplear en el servicio doméstico para poder escapar de él.

Si hay algo cierto en toda esta historia es que los crímenes de Dubois fueron motivo de una gran atención por parte del público y por eso fueron atendidos profusamente por la prensa de forma atípica. No solo el espacio, sino la manera de cubrirlo fue una revolución periodística en un formato muy similar al que vemos hoy.

¿Por qué se transformó en un objeto de culto? Es difícil saberlo, pero desde el inicio, el hecho de que el ladrón y criminal no fuera un hombre del pueblo, sino un europeo bien vestido y con buena pinta rompió los esquemas de lo que tradicionalmente era un juicio. Quizás eso contribuyó a provocar interés en su figura, tanto así hasta llegar a distorsiones tan absurdas como divertidas. El Dubois que robaba a los ricos para entregar su dinero a los pobres es tan ficticio como el Robin Hood de la leyenda.

Publicado en El Mercurio de Valparaíso

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