El ministro del Interior

17 de Enero 2019 Columnas

El sistema presidencial chileno contiene una figura altamente reconocida e importante para la estabilidad política. El ministro del Interior ha sido y es, en efecto, un pilar del régimen representativo, tanto por su responsabilidad negociadora como por su labor en materias de orden público y seguridad interna. Hoy, que  injustamente
— se pide la renuncia de Andrés Chadwick, no está de más recordar algunos ministros del Interior en la historia de Chile y, a partir de ahí, sacar algunas conclusiones para el presente.
El primero de ellos que se viene a la cabeza es Francisco Antonio Pinto, uno de los políticos más diestros de la década del periodo postindependencia y quien, en 1824, comenzó las negociaciones con los delegados del Vaticano para conseguir que el nuevo Estado republicano heredara el derecho de patronato (mediante el cual la Iglesia quedaba supeditada al gobierno civil). Otro tanto puede decirse de Diego Portales, Manuel Montt o Antonio Varas. Si bien el primero es más reconocido por su presencia en el Ministerio de Guerra y Marina, no cabe duda de que su influencia política se hizo sentir en la reformulación de la cartera de Interior. Montt, en tanto, fue ministro de Manuel Bulnes, gracias en parte a lo cual consiguió el apoyo presidencial para las elecciones de 1851. Varas, finalmente, es reconocido como el prototipo del ministro del Interior: trabajador, republicano hasta la médula y con una muñeca envidiable para llegar a acuerdos estructurales.
En el siglo XX sobresalen algunos casos relevantes: Pedro Aguirre Cerda fue ministro del Interior del primer gobierno de Arturo Alessandri, Bernardo Leighton del de Eduardo Frei Montalva y José Tohá del de Salvador Allende. No todos, por supuesto, corrieron la misma suerte.
Sin embargo, su rol articulador destaca en gobiernos cuya función administrativa muchas veces chocaba con la voracidad o poca experiencia de sus presidentes. En el siglo XXI resalta el ejemplo de José Miguel Insulza como ministro de Ricardo Lagos, una posición que le valió el reconocimiento no sólo de sus correligionarios, sino también de la oposición.
El de Chadwick es también un caso destacable. Podrá haber cometido errores de apreciación en estos últimos meses debido al asesinato de Camilo Catrillanca; podrá incluso haberse apresurado en transmitir conclusiones equivocadas. No obstante, su talante político es incuestionable. Aun cuando este columnista no comulgue con algunas de sus intervenciones durante la dictadura, Chadwick ha sido un negociador de primer orden. Además, no parece tener aspiraciones presidenciales, por lo que puede dedicarse por completo a sostener la proa del Gobierno. Hay muchos que quisieran reemplazarlo, pero muy pocos que podrían hacerlo mejor. Dejemos que haga la pega y que demuestre sus capacidades ahí donde las papas queman. No creo que nos arrepintamos.

Publicada en La Segunda.

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