El malestar social en Chile y su demanda

23 de Julio 2017 Columnas

El malestar ha llegado para quedarse en nuestras sociedades. En Chile es persistente, a pesar de que una serie de indicadores nos ubican, en América Latina como uno de los países con mayores índices de desarrollo económico. Desde el psicoanálisis nos preguntamos acerca de las razones de esta sensación: ¿qué es lo que hace que esta aspiración estructural a la felicidad se vea impedida de ser vivenciada?

Todos sufrimos, en distinta medida, las renuncias que la cultura nos impone para pertenecer a un colectivo social. Por ello, uno de los modos sufrientes es la exclusión. Esta se percibe no sólo en lo obvio: la dificultad de acceso a los productos que la vida material y los ideales propiciados demandan, sino que es relevada esencialmente por la diferencia. Es esta la razón del porqué en sociedades menos ricas que las nuestras se pudieran observar menores índices de malestar y conflictos. Así, entonces, nuestro malestar, sin perjuicio de intentar sostenerse en resortes ideológicos, se produce por una situación más básica y estructural: aquella que resulta de la exclusión y la diferencia, es decir, la de ser testigos del goce de otros y de la ilusión derrumbada del acceso propio a las promesas ofrecidas.

Es posible pensar, entonces, que caída toda utopía colectiva y cualquier futuro totalizante, lo que actúa como soporte de este malestar sea el deseo de inclusión y acceso a aquello que, al mismo tiempo, se sitúa como origen del “mal”: el mercado y sus productos y, por lo tanto, dejar de ser espectadores de la fiesta que otros aparentemente gozan. Sin embargo, este declive de la estructura simbólica no es gratuito, deja huellas en la subjetividad, la constituye.

La exigencia y demanda de objetos, como reemplazo de una perspectiva de futuro y novedad, nos muestra cómo en la marginalidad y los bordes, en los límites civilizadores de nuestras sociedades, aparece de modo más claro y directo la sintomatología que resulta de la exclusión y de la ausencia de fundamento, pero también la evidencia de un cuerpo que resiste a su normalización.

Como psicoanalistas no disponemos de soluciones económicas para el malestar social, para eso está la política. Sólo acompañamos desde el trabajo psicoanalítico a cada persona para convertir ese espacio en una experiencia comprometida con un saber y una verdad que haga posible la reapropiación de la palabra, para asumir, con toda nuestra precariedad, la tarea al interior de un mundo y de una sociedad en la cual el devenir humano no nos es neutral. 

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