Barack Obama fue elegido en un mundo muy diferente al actual. Unos Estados Unidos, afectados aún muy profundamente por los ataques terroristas del año 2001 y que se encontraban inmersos en dos agotadoras guerras en Iraq y Afganistán que parecían no tener salida. De la misma forma, la inesperada crisis subprime generaba una fuerte contracción económica que destruía miles de empleos y aniquilaba los planes de pensiones de millones de norteamericanos. En una escena así, Barack Obama se imponía sobre la imagen desgastada de un George W Bush al que se le había perdido todo respeto. Su mala conducción de la política exterior se superponía a la imagen nunca totalmente aclarada de un triunfo por secretaria ante las complicaciones de su elección en Florida y ciertamente, un candidato como Obama refrescaba el ambiente. Tenía energía, excelentes calificaciones, era un hombre profundamente globalizado y, claramente, representaba un nuevo mundo al ser el primer presidente de raza negra. Su magistral Campaña electoral se montó sobre una esperanza, y su grito de victoria; “Yes We Can” esperanzo no solo a los EEUU sino a todo el mundo.
Pero, y como bien lo sabemos en Chile, un excelente candidato no es necesariamente un buen Presidente. A corto andar, sus limitaciones en política exterior quedaron en evidencia, adoptando una posición de relativa pasividad que luego buscaba compensar con explosiones de actividad no necesariamente bien orientadas o gestionadas. El bochorno de su reacción ante el empleo de armas químicas en el conflicto sirio resume, de alguna forma, esta mirada, cuando una primera amenaza de invasión a gran escala hubo de ser retirada y aceptar un plan de paz impuesto por Vladimir Putin. Este mismo problema se evidencio en su gestión del retiro apresurado desde Iraq, donde el vacío de poder solo alimento la crisis actual y contribuyo a la aparición del ISIS, o su manejo en Afganistán, donde un mismo intento de retiro fue impedido en la hora undécima por la evidencia de una incontenible victoria Talibán si se completaba el retiro de tropas.
En el plano regional, sus concesiones a Cuba son otro ejemplo. Lo evidente es que en la isla caribeña no hay avances a la democracia que sean dignos de mención a cambio de la reapertura de relaciones diplomáticas. La oposición sigue siendo perseguida como de costumbre, y no es muy claro que es lo que esperaba de todo este proceso. Finalmente, son las declaraciones de Obama respecto al conflicto Libio las que constituyen su epitafio en política exterior, donde tras apoyar al derrocamiento de Khadaffi, no existía un plan para contener el caos, y su confesión de que “esperaba que Europa hubiera hecho más” solo confirmo que no conoce el hecho que desde 1945, básicamente Europa no interviene en ningún conflicto militar sin la venia y apoyo de EEUU. Una debilidad conceptual preocupante al extremo.
En lo interno, las cosas no han ido mejor. Obama hizo su parte en construir la brutal polarización que se ve hoy en el Congreso. Por favor, que no se lea esto como un de blanqueo a los Republicanos, que han cooperado entusiastamente en construir los liderazgos polarizantes que se convirtieron en la oposición más dura que EEUU ha tenido en décadas, pero ciertamente Obama, con sus declaraciones y Leyes Ejecutivas no contribuyo a construir un ambiente donde los moderados de ambos partidos pudieran equilibrar y balancear sus relaciones.
Hoy, vemos al pueblo de EEUU llevando a la Casa Blanca a un Caudillo político como Trump; conflictivo y voluntarista y con fuertes trazas populistas. Barack Obama tiene una responsabilidad en esto. Su discurso de despedida en Chicago fue una magistral puesta en escena, pero el país que deja atrás está mucho más dividido y polarizado que el que recibió. Con una posición internacional más cuestionada, mucho más quebrado internamente y, como alguien dijera, menos cierto internacionalmente de lo que ha sido, al menos, desde la década del 1920. Eso también es parte del legado de Obama.