El éxito de la Convención

10 de Mayo 2022 Columnas

A pesar de todas las dificultades que ha enfrentado a su paso, el trabajo de la Convención Constitucional ha sido un rotundo éxito. Sin duda, se ha tenido que enfrentar con difíciles desafíos: la pandemia, las zancadillas del Gobierno de Piñera, campañas comunicacionales en su contra, un plazo innecesariamente reducido para arribar a su texto final. Aun así, creo que cabe evaluarla como exitosa, porque ha respondido plenamente a su diseño original. Tanto en la forma como en el fondo, en su comportamiento, reglamento y en la diversidad de normas aprobadas, la Convención será por décadas estudiada como un fenómeno político que respondió al espíritu de una concepción de la democracia que, desde fines del siglo pasado, se conoce como democracia “agonística” o radical”. Varios de los abogados más connotados que la componen adscriben a alguna versión de esa idea y hay que reconocer el éxito que han tenido.

En esta comprensión de la democracia, la Constitución es el punto fundamental del orden político, no porque ponga las reglas del juego que nos van a regir a todos sino porque es el momento en el que se establece el tipo de sociedad que se desea construir. Una Constitución es el “momento cero” de la política en que, excepcionalmente, se decide cómo hemos de vivir en adelante. Así, el acuerdo del 19N, que marca el inicio de este proceso constituyente, pudo (algunos pensamos que debió) incluir reformas estructurales de fondo que avanzasen en paralelo al derrotero constitucional. Eso habría permitido, por ejemplo, que a dos años y medio del estallido social los cambios en algunos de los temas fundamentales del país –salud o pensiones– estuviesen ya acordados o, al menos, encaminados. Sin embargo, haberlo hecho así habría sido “diluir” el proceso constituyente, restarle potestad para construir una nueva sociedad.

En esta comprensión de la democracia, ella se entiende como la disputa permanente entre “amigos” y “enemigos”. Con los amigos se establecen estrategias comunes, a los enemigos hay que derrotarlos. Con ninguno de ellos es necesario compartir principios o valores, sino que el verdadero objetivo es construir estrategias y alianzas –siempre provisionales y revisables– cuyo horizonte es acumular poder para los míos y quitárselo a los del frente. Lo propio de la política, y más aun en la política en su momento cero constitucional, es permitir que se expresen proyectos de sociedad tan drásticamente diversos como sea posible. Inevitablemente, algunos serán ganadores y otros perdedores, para unos será una Constitución tramposa y para otros no. Nada de malo hay en ello; de hecho, es inevitable que así sea.

En esta comprensión de la democracia, la lucha es el motor de la política. Con los enemigos se lucha hasta derrotarlos; sin compasión y sin miramiento. Con los amigos se lucha también, pero no solo en el sentido de abrazar causas compartidas. Se lucha también contra los amigos, porque es solo mediante ese conflicto que eventualmente se consigue expresar verdaderamente la diversidad social. Si no hay lucha, es porque la política ha devenido mera administración, peor incluso, es porque la política ha sido “neutralizada” y ha dejado de ser el momento fundamental de la vida en sociedad. En el funcionamiento de la Convención Constitucional, efectivamente todo ha sido política y nada más que política entendida de esta manera.

En esta comprensión de la democracia, los colectivos, territorios y organizaciones sociales tienen prioridad, porque solo por su intermedio se expresa la genuina diversidad de la sociedad. Los partidos políticos no agrupan intereses y proveen de horizonte ideológico a las decisiones colectivas, sino que son un obstáculo para que se despliegue la autonomía de lo social. Todo afán de generalización es mirado con recelo, toda posición y argumento se evalúa en razón de su proveniencia identitaria y la capacidad que tiene de movilizar o no a otros grupos o asociaciones.

Si alguien no está satisfecho con cómo se ha llevado a cabo el proceso constituyente, las explicaciones posibles no son muchas. Una es que estaríamos recién ahora descubriendo cómo funciona la política, sobre todo aquella en tiempos excepcionales, como son los constituyentes. Si es la cara verdadera de la política, entonces quienes la vinculan a cuestiones de principios, reglas o valores, o buscan engañarlo o se engañan a sí mismos. Otra es que los grupos que lo representan a usted en la Convención están entre los perdedores y, entonces, su problema no es con estas ideas de democracia o política, sino simplemente que su proyecto de sociedad fue siendo derrotado.

A pesar de que falta aún para conocer el texto definitivo de la futura Constitución, y sin saber todavía cuál será el resultado del plebiscito de salida, no quedan dudas de que la Convención realmente ha funcionado de acuerdo con como se lo quiso originalmente. Ha cumplido a carta cabal con su diseño original. Si a pesar de todo aún le quedan dudas sobre el éxito de la Convención respecto de su legado para Chile, entonces lamento informarle que no ha entendido nada.

 

Publicado en El Mostrador

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