El escorpión y la rana

13 de Diciembre 2020 Columnas

Aunque puede molestar a la mayoría de los historiadores chilenos, uno de los mejores resúmenes que se ha hecho de nuestra historia republicana pertenece a dos extranjeros, me refiero específicamente a “La Historia de Chile, 1808-1994” de William Sater y Simon Collier. La primera edición de esta obra fue publicada en 1996 y, con agrado, vi una nueva edición hace un par de años. Aunque Collier había fallecido, Sater se aventuró a agregar dos nuevos capítulos que contaban lo acontecido desde 1994 hasta el 2017.

Publicada el 2018, llegó a mis manos a mediados del año pasado, poco antes del mes octubre, como una especie de presagio. A pesar de ser una obra bastante objetiva, Sater, quizás sin la ponderación de Collier, no tuvo pudor para vapulear el primer gobierno de Sebastián Piñera, tal como se puede observar a continuación:

“Aparte de la ira de la naturaleza, Piñera fue repetidamente víctima de heridas autoinflingidas. En una conferencia internacional en México enfadó a varios grupos feministas al hacer un chiste sexista. Consiguió insultar tanto al presidente de Perú, cuando reivindicó a sus antepasados incas, como a Barack Obama, cuando se apropió del sillón del presidente en el Despacho Oval. Sus meteduras de pata fueron numerosas: pronunció mal el nombre de la capital de Brasil y del autor de Robinson Crusoe; parecía confuso ante la geografía de Sudamérica; un comentario inapropiado en Alemania alusivo al pasado nazi de la nación desató un escándalo. Cometió tantos errores que sus despropósitos acabaron siendo conocidos como “piñeracosas”. Los chilenos coincidían en pocas cosas, pero una de ellas era que Piñera parecía manifiestamente inepto, o en palabras de un senador de la derecha, el suyo ha sido de los peores gobiernos en la historia de Chile en política”.

El juicio de Sater parecía, sin duda, exagerado, más aún proviniendo de un historiador y, sobretodo, tomando en cuenta que, pese a todas estas “meteduras de pata”, los electores optaron por Piñera por segunda vez como presidente de Chile.

Sin embargo, han pasado tres años de su gobierno, y pareciera que en vez de aprender de los errores, el presidente Piñera sigue perpetuando una conducta que llega a ser, en un contexto de crisis social, económica y sanitaria, insoportable.

Es cierto que hoy en día, quedando un año para que acabe su gobierno atacarlo pareciera ser un deporte nacional a través de MEMES, viñetas y columnas, el problema es que hace muy poco mérito para merecer lo contrario.

Si el 18 de octubre fue la foto en la pizzería, el 25 fue la celebración de la manifestación multitudinaria como si no hubiese sido en su contra, luego fue la foto en la plaza Italia y, el pasado domingo, la caminata sin mascarilla por la playa.

A estas alturas de su vida y de su mandato, pareciera resultar inútil intentar pedir al Presidente que cambie su forma de ser. Tal como la fábula del escorpión y la rana, Piñera termina siempre cometiendo los mismo errores, aunque eso le implique hundirse, en este  en las encuestas.

A estos errores no forzados, se suma el declive de la figura presidencial en Chile. La imagen de Lagos como un “padre” o Bachelet como una “madre” son modelos añejos y caducos en los actuales tiempos.

Desde la derecha hasta la izquierda, la experiencia de las últimas décadas demuestra que la popularidad de los presidentes desciende apenas asumen el cargo. Ya sea por que los ciudadanos están más empoderados, por medios de prensa independientes, por el rol de las redes sociales, etc.

En esta línea, y de cara a una nueva Constitución, parece relevante comenzar a cuestionarnos si es la figura de un presidente, un jefe de Gobierno con tanto poder, tal como lo concebimos hoy en día, lo que realmente necesitamos.

Finalmente, las palabras de Sater sobre el primer Gobierno terminaron siendo una premonición de lo que vendría. No sé si está pensando en otra edición de la Historia de Chile con un nuevo apéndice con lo ocurrido en el último gobierno de Piñera, si es así recomendaría al mandatario alejarse de las librerías.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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