HomeHeroImage

El avión Fach con haitianos

La pregunta crucial es si fue "humanitario" o fue un acto de "xenofobia" lo que hizo el gobierno.
Francisco José Covarrubias

Francisco José Covarrubias

Master of Arts en Economía
Rector Universidad Adolfo Ibáñez
  • Master of Arts en Economía, Universidad de Navarra, España, 2004.
  • Magíster en Ciencia Política, Pontificia Universidad Católica de Chile.
  • Ingeniero Comercial, Pontificia Universidad Católica de Chile.

Entre 2014 y 2024 fue Decano de la Facultad de Artes Liberales de la Universidad Adolfo Ibáñez. Entre 2010 y 2014 fue Decano de Pregrado. Anteriormente, fue director del Diario Financiero.

Desde 2024 es Rector de la Universidad Adolfo Ibáñez.

¡El avión. El avión! Fue la famosa frase que caracterizó la serie "La isla de la fantasía" en los años 80. De cierta forma la frase refleja bien lo ocurrido esta semana, aunque en sentido contrario. Ciento sesenta haitianos volvieron a su país cargando como equipaje una fuerte desilusión. Quedaba claro que Chile estaba lejos de ser la tierra prometida que las mafias o los sueños los habían impulsado a venir. Así lo confirmaban mientras subían al avión donde, en un precario español, se alcanzaban a distinguir claramente las palabras "discriminación", "falta de trabajo" y "alto precio de arriendo". De esta forma, los haitianos que abordaron el avión Fach decidieron volver a Haití, una isla cuya miseria, corrupción y violencia han destruido por completo su mitad de la isla La Española. Pero es preferible un infierno conocido... La pregunta crucial es si fue "humanitario" o fue un acto de "xenofobia" lo que hizo el gobierno. Y la respuesta no es trivial. La migración es tan antigua como lo es el mundo. Probablemente la primera migración fue la que sacó de África a los primeros habitantes para expandirlos por el mundo. Luego vinieron los griegos, los fenicios, los vikingos. En el siglo XX las guerras fueron un gran factor movilizador y en la segunda mitad del siglo, el gatillante -más que el huir de un mal lugar- fue la ilusión de llegar a un paraíso conocido en una pantalla. Los últimos años han estado marcados por el problema de la inmigración. En Europa el auge de las derechas antiinmigrantes ha ido de la mano con los flujos foráneos. Y hoy mismo estamos viendo cómo miles de migrantes centroamericanos llevan días marchando hacia Estados Unidos, permitiéndole de paso a Trump seguir vendiendo susto. Es que hay que decirlo, la aparición de inmigrantes suele ir acompañada de líderes indeseables. En Chile el tema ha sido creciente. Después de estar flanqueados tras la cordillera por siglos, recibiendo inmigrantes de cuello y corbata, en los 90 aparecieron peruanos, más tarde colombianos, luego venezolanos y finalmente haitianos. Y parece ser que -al ser tan evidente su presencia, tan distintos culturalmente hablando y tan rápido el flujo- el tema se instaló en la agenda. Y en las calles. O en ciertas calles. Lo anterior es lo que explica que el gobierno haya levantado un muro a nuevos haitianos altamente efectivo. No solo porque no han llegado más sino porque le ha conllevado dividendos políticos. La explotación a los inmigrantes por parte de comerciantes, los altos precios que le cobran por lugares indignos para vivir y la discriminación que sufren a diario son un llamado de alerta a la condición humana. Por eso es que los gobiernos tienen que ser tan responsables. Porque pequeñas mechas suelen prender grandes fuegos. El punto parece estar en que los países tienen una capacidad de absorción limitada de extranjeros. No como consecuencia de sus virtudes sino que de sus defectos. Y el problema parece estar en que cuando cándidamente se cree que el conflicto social no existe, que la humanidad debiera ser distinta, que las personas debieran practicar sus virtudes se genera el caldo de cultivo para que aparezcan los extremos xenófobos. Regular la inmigración no implica renunciar a la aspiración de una sociedad más abierta y acogedora. Pero debe ser gradual. Y en ello la responsabilidad de las autoridades juega un rol clave. Asociar a la inmigración la delincuencia, por ejemplo, o a la baja de salarios o al incremento del desempleo -aunque tenga parte de verdad- puede dañar profundamente la convivencia social. El gobierno ha estado más bien que mal, pero ha transitado por la cornisa. El aparataje comunicacional del avión Fach fue excesivo, aunque los tonos de Ubilla y Chadwick fueron adecuados. Parece humanitario permitirle a quien quiera volver subirse un avión gratuitamente. Parece hostil "celebrar" su partida. Si el gobierno de Piñera "lo hace bien" en esta materia será por dos cosas: por lograr una absorción armónica de los inmigrantes y por evitar la aparición de un xenófobo en el futuro. Lograrlo no será fácil. ¿Fue el avión Fach el "avión de la humanidad"'. No, aunque en parte sí. Fue el "avión de la vergüenza". No, aunque en parte sí. Lo que sí es claro es que ha quedado demostrado, una vez más, que el "verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero" tiene claramente -aquí y en todas partes- una letra chica muy larga... Publicada en El Mercurio.

El avión Fach con haitianos

La pregunta crucial es si fue "humanitario" o fue un acto de "xenofobia" lo que hizo el gobierno.

¡El avión. El avión! Fue la famosa frase que caracterizó la serie "La isla de la fantasía" en los años 80. De cierta forma la frase refleja bien lo ocurrido esta semana, aunque en sentido contrario. Ciento sesenta haitianos volvieron a su país cargando como equipaje una fuerte desilusión. Quedaba claro que Chile estaba lejos de ser la tierra prometida que las mafias o los sueños los habían impulsado a venir. Así lo confirmaban mientras subían al avión donde, en un precario español, se alcanzaban a distinguir claramente las palabras "discriminación", "falta de trabajo" y "alto precio de arriendo". De esta forma, los haitianos que abordaron el avión Fach decidieron volver a Haití, una isla cuya miseria, corrupción y violencia han destruido por completo su mitad de la isla La Española. Pero es preferible un infierno conocido... La pregunta crucial es si fue "humanitario" o fue un acto de "xenofobia" lo que hizo el gobierno. Y la respuesta no es trivial. La migración es tan antigua como lo es el mundo. Probablemente la primera migración fue la que sacó de África a los primeros habitantes para expandirlos por el mundo. Luego vinieron los griegos, los fenicios, los vikingos. En el siglo XX las guerras fueron un gran factor movilizador y en la segunda mitad del siglo, el gatillante -más que el huir de un mal lugar- fue la ilusión de llegar a un paraíso conocido en una pantalla. Los últimos años han estado marcados por el problema de la inmigración. En Europa el auge de las derechas antiinmigrantes ha ido de la mano con los flujos foráneos. Y hoy mismo estamos viendo cómo miles de migrantes centroamericanos llevan días marchando hacia Estados Unidos, permitiéndole de paso a Trump seguir vendiendo susto. Es que hay que decirlo, la aparición de inmigrantes suele ir acompañada de líderes indeseables. En Chile el tema ha sido creciente. Después de estar flanqueados tras la cordillera por siglos, recibiendo inmigrantes de cuello y corbata, en los 90 aparecieron peruanos, más tarde colombianos, luego venezolanos y finalmente haitianos. Y parece ser que -al ser tan evidente su presencia, tan distintos culturalmente hablando y tan rápido el flujo- el tema se instaló en la agenda. Y en las calles. O en ciertas calles. Lo anterior es lo que explica que el gobierno haya levantado un muro a nuevos haitianos altamente efectivo. No solo porque no han llegado más sino porque le ha conllevado dividendos políticos. La explotación a los inmigrantes por parte de comerciantes, los altos precios que le cobran por lugares indignos para vivir y la discriminación que sufren a diario son un llamado de alerta a la condición humana. Por eso es que los gobiernos tienen que ser tan responsables. Porque pequeñas mechas suelen prender grandes fuegos. El punto parece estar en que los países tienen una capacidad de absorción limitada de extranjeros. No como consecuencia de sus virtudes sino que de sus defectos. Y el problema parece estar en que cuando cándidamente se cree que el conflicto social no existe, que la humanidad debiera ser distinta, que las personas debieran practicar sus virtudes se genera el caldo de cultivo para que aparezcan los extremos xenófobos. Regular la inmigración no implica renunciar a la aspiración de una sociedad más abierta y acogedora. Pero debe ser gradual. Y en ello la responsabilidad de las autoridades juega un rol clave. Asociar a la inmigración la delincuencia, por ejemplo, o a la baja de salarios o al incremento del desempleo -aunque tenga parte de verdad- puede dañar profundamente la convivencia social. El gobierno ha estado más bien que mal, pero ha transitado por la cornisa. El aparataje comunicacional del avión Fach fue excesivo, aunque los tonos de Ubilla y Chadwick fueron adecuados. Parece humanitario permitirle a quien quiera volver subirse un avión gratuitamente. Parece hostil "celebrar" su partida. Si el gobierno de Piñera "lo hace bien" en esta materia será por dos cosas: por lograr una absorción armónica de los inmigrantes y por evitar la aparición de un xenófobo en el futuro. Lograrlo no será fácil. ¿Fue el avión Fach el "avión de la humanidad"'. No, aunque en parte sí. Fue el "avión de la vergüenza". No, aunque en parte sí. Lo que sí es claro es que ha quedado demostrado, una vez más, que el "verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero" tiene claramente -aquí y en todas partes- una letra chica muy larga... Publicada en El Mercurio.